Publicado en Numismático Digital, 2 de noviembre de 2016
El ensaye de la plata comenzaba con la toma de una muestra o bocado, normalmente de ½ ochava, o 1,79724 gramos. El bocado se calentaba hasta que se hacía dúctil, para en el tas martillarlo y convertirlo en una lengüeta, que se recocía para eliminar impurezas. Una vez seca, se colocaba en uno de los platillos de la balanza el dineral correspondiente a los 12 dineros, y en el otro los trozos de la laminita o planchuela necesarios para igualar el peso del dineral, la palleta. Tras colocar en el crisol la cantidad de plomo que estimaba necesaria para la afinación, colocaba en ella la palleta y procedía a su fundición.
La balanza era un instrumento
de precisión similar al utilizado en las boticas, necesario para comprobar
pesos ínfimos. Estaba ubicado en el interior de una urna de cristal, para
evitar posibles alteraciones en el peso por corrientes de aire. Se conservaba
en una caja, en la que se guardaba también en un cajoncito las diminutas pesas
y las pinzas que se utilizaban para las pesadas, y durante el pesado la balanza
se colgaba de una guindaleta.
El ensaye de la plata comenzaba con la toma de una muestra o bocado, normalmente de ½ ochava, o 1,79724 gramos. El bocado se calentaba hasta que se hacía dúctil, para en el tas martillarlo y convertirlo en una lengüeta, que se recocía para eliminar impurezas. Una vez seca, se colocaba en uno de los platillos de la balanza el dineral correspondiente a los 12 dineros, y en el otro los trozos de la laminita o planchuela necesarios para igualar el peso del dineral, la palleta. Tras colocar en el crisol la cantidad de plomo que estimaba necesaria para la afinación, colocaba en ella la palleta y procedía a su fundición.
En la fundición normalmente se procedía al afinado de
las barras, mediante el uso de un horno de reverbero revestido de cendra, añadiendo el plomo necesario.
Cuando los metales se fundían, se observaba el baño o mezcla de los mismos. Si
se formaban telas oscuras era síntoma de que había estaño en la composición,
que no se podía eliminar por el calor, sino que había que arrimar a las paredes
del horno para que la cendra lo absorbiese.
Otras escorias se espumaban, y más adelantada la
fundición aparecía una especie de grasa, la greta
o almártaga, compuesta del plomo
añadido y los compuestos de metales ligeros como el cobre y el azufre. Para
dejarlo salir del horno, se sangraba su pared con una raja fina, por el que
salía. Finalmente, quedaba en la superficie una película rojiza, que indicaba
que no había que añadir más combustible, sino mantener el calor hasta que la
plata aparecía limpia como el mercurio y el oro amarillo y lustroso. Se decía
entonces que el metal daba la vuelta. Si no sucedía, se debía añadir más plomo.
Una vez afinado el metal, se abría el horno, aunque
también se podía sacar parte del metal en bollos, mojando una barra de hierro calzada en acero
en agua y hundiéndola en la fundición hasta que se formaban los bollos, que se
separaban a martillazos. Finalmente, el metal ya solidificado se podía retirar
fácilmente con tenazas y garfios.
Otro modo de afinar la plata en crisol era con
salitre, a la que se podía añadir asimismo cierta cantidad de plomo, en
cantidad de una onza por cada diez marcos de plata, una vez que esta última
estuviese bien fundida. El crisol se sacaba posteriormente con unas tenazas, se vertía poco a poco por inclinación en un
barreño de agua, para hacerla granalla. Una vez vertida la plata, se secaba en
un perol de cobre.
Sabiéndose la ley de la plata, se echaba por cada
dinero que faltase para afinarla onza y media de salitre refinado por cada
marco de plata, y una vez bien mezclado con la granalla se metía en un puchero
de barro o en un crisol, que se ataba con hilos de hierro y se embarraba todo
con el barro con el que se hacían los hornillos, dejando un agujero de la tapadera.
Una vez seco, se le metía en un horno a fuego lento, hasta que no saliese humo
por el agujero, lo que era señal de que el salitre había separado los metales
viles de la plata.
Una vez dejado enfriar, sin moverlo, se quebraba el
puchero, y en su culata quedaba la plata y en el otro extremo los otros metales
con el salitre. Las escorias se guardaban para volver a beneficiarse, dado que
contenían plata, y las culatas de plata se volvían a fundir en un nuevo crisol,
echando encima del baño un poco de cisco. Tras destaparlo, se soplaba el cisco
para que quedase limpio con un fuelle, se le echaban dos onzas de bórax o
atincar y se le daba un último fuego, antes de verterlo para convertir la plata
en barras.
El proceso de fundición continuaba hasta que se fundían
las veinticuatro barras, en seis sucesivos fundidos a razón de unas dos horas
cada uno. Las barras de plata así tratadas se recogían en una caja, que se
llevaban al cuarto del Tesoro mediante un sistema de pértigas, a modo de litera
de mano. El crisol utilizado se rompía, para recuperar la plata que podía haber
quedado en el mismo, lo que se conocía como recopilación, y junto con el
salpicado, se unía a la fundición siguiente.
Conocemos el nombre dado a los indios encargados de
estos trabajos en la Casa de Moneda de Potosí, genéricamente conocidos como
serviles. Los que transportaban agua para los canales se denominaban aguatiles, los que llenaban y vaciaban
el crisol cargadores y vaciadores, los ocupados de recoger las
barras o tiras ya fundidas tiradores,
y los que accionaban los fuelles para atizar el fuego bajo el crisol sopladores.
Todos los instrumentos utilizados para estas labores
eran posteriormente beneficiados,
para extraer de ellos los restos de plata que en los mismos iban quedando. Así,
se molían los cendrazos de las cazuelas viejas y las escorias de las
afinaciones por salitre, si las hubiese, y se mezclaban con vidrio machacado o
con greta majada del grueso de las avellanas, y se vertían poco a poco en un
hornillo con capacidad de treinta o cuarenta marcos.
Al irse fundiendo, los metales se iban depositando en
el fondo, quedando en la superficie la espuma que hacía el vidrio junto con la
escoria. Esta escoria se guardaba para las siguientes fundiciones, y el metal
enfriado contenía la plata, el cobre y el plomo que era necesario volver a
fundirlo en un horno en pendiente en el que el metal fundido pudiese
salir. El plomo era el que primero
fundía y salía, llevando con él la plata, quedando solamente el cobre, que
posteriormente servía para las ligas, al contener entre seis y ocho granos de
plata. La plata, por otra parte, se afinaba en copela, y el plomo se recuperaba
moliendo el cendrazo, sirviendo igualmente para nuevas afinaciones.
Una vez terminados los trabajos, se recogía
el salpicado, las gotas sobrantes que se encontraban en el suelo. La escobilla
utilizada para el barrido era de propiedad Real, por lo que era custodiada bajo
dos llaves, que tenían el fundidor y el factor, en la Caja Real. El factor
venía obligado a recibir el metal que se barriese, recogiese y guardase.
Ninguno de los oficiales de la ceca tenía
jurisdicción sobre ella, por lo que se prohibía su arrendamiento o cualquier
otro derecho sobre ella, bajo pena de pérdida del oficio. Asimismo, se
facultaba a los propietarios de los metales preciosos a recoger lo que se
hubiese derramado en toda la Casa de Fundición, sin estorbo.
Cada cierto tiempo se raspaban los techos y
las paredes, obteniéndose con ello metal mezclado con ladrillo, piedra y cal
que se conocían como techos y azoteas. Pero de donde más metal se
recuperaba era en las conocidas como corpas,
plata que rellenaba las grietas de la callana. Todos estos desperdicios se lavaban, se molían en morteros llamados almireces o quimbaletes y se amalgamaban con mercurio. Posteriormente, la
molienda se realizó con molinos movidos por mulas, se utilizaron barriles
giratorios de incorporo y se creó el oficio de beneficiador de tierras.
En cuanto a la fundición del oro, se utilizaban crazas
más pequeñas, siendo la principal diferencia con la de la plata el uso de un
horno para la afinación del oro por cimiento, que era de planta rectangular,
abierto en su parte superior y dividido en dos partes por una parrilla, sobre
la que se colocaban las vasijas y bajo la que se encendía el fuego.
Para realizar los ensayes del oro se tenía que
utilizar plata fina para afinarlos con aguafuerte. Para Muñoz de Amador, este
ensaye de debería realizar en la copela con tres partes de plata y una de oro.
Para ello, tras pesar el oro en una pesa de 24 quilates, o de tres granos del
marco de Castilla, se le añadían tres cuartos de plata, y para este autor
añadir plomo al ensaye era contraproducente.
El aguafuerte
necesario para realizar los ensayes no debía ser de la común, la utilizada para
sus blanquimientos por los plateros, sino más fuerte. Para comprobar su
fortaleza, Muños de Amador indicaba que dos ochavas de ella debían de fundir
una ochava de plata fina. El oro se afinaba con antimonio, y según este autor,
se debían utilizar tres tantos de antimonio como pesa el oro que se quiere
afinar, echando el oro poco a poco sobre el antimonio fundido. Tras esperar
medio cuarto de hora, se golpeaba el crisol contra el suelo de la forja, y
después se separaba el antimonio, que era nuevamente fundido y se le añadía
cobre en chapa, que tiene la propiedad de atraer el oro.
También se podía afinar el oro con solimán, echando
pedazos de él sobre el oro fundido en el crisol, en proporción a la ley del
oro. Posteriormente se cerraba el crisol para ahogar el solimán, y se cocía a
fuego fuerte hasta que el oro se viese de color claro y brillante, que era la
señal de que había perdido todas las impurezas. Para oro de 22 quilates se
necesitaba dos onzas y media de solimán, y tres onzas si era de 20 quilates.
También recogía Muñoz de Amador la afinación de oro
por cimiento real. Se hacía una mezcla de polvo de ladrillo pasado por cedazo,
a la que se añadía sal común o sal gema, en proporción de tres partes de polvo
de ladrillo por una de sal. A ella se le añadía una libra de almojatre o sal de
amoniaco por cada cien marcos de oro a cimentar. El oro a afinar se debía
forjar con el grueso de los medios reales de plata, y partirse en palletas con
unas tijeras, fundirse y vaciarlo en un barreño de agua fría.
La mezcla se tenía que rociar con vinagre en el que
previamente se hubiese deshecho amoniaco, en proporción de cuatro onzas por
azumbre de vinagre. En ollas de barro fuerte sin vidriar se depositaba una capa
de polvo de ladrillo, sobre ella el oro y encima de éste otra capa de ladrillo,
y así sucesivamente. Esta mezcla se debía de apretar a golpe con un palo, y
posteriormente se debían cerrar las ollas herméticamente, con barro. Las ollas
debían calentarse, primero a fuego lento, para posteriormente intensificarlo.
Las ollas se debían posteriormente de quebrar en un
barreño, y las palletas de oro o en su caso la grana de este metal se debían
sacar según se introdujeron. Tras ensayar la palleta para conocer su ley, si no
llegase a los 24 quilates se debía volver a cimentar como hemos visto, hasta
que alcanzase la ley necesaria.
Bibliografía:
Bails, Benito, Arismética para negociantes, Madrid, Imprenta de la viuda de
Ibarra, 1790.
Céspedes del Castillo, Guillermo, "Las cecas indianas en
1536-1825", en Gonzalo Anes y
Álvarez de Castrillón y Guillermo
Céspedes del Castillo, Las Casas de
Moneda en los Reinos de Indias, Vol. I., Madrid, Museo Casa de la Moneda,
1996.
Lazo García,
Carlos, “Tecnología herramental y maquinarias utilizadas en la producción
monetaria durante el Virreinato”, Investigaciones
Sociales, Año 2 nº2, 1998, pp. 93-121
Muñoz de Amador, Bernardo, Arte de ensayar oro, y plata con breves
reglas para la theorica y la práctica, Madrid, Imprenta de Antonio Marín,
1755.
Recopilación de
las Leyes de los Reinos de las Indias,
Libro IV, Título XXIII.