Publicado en Numiexpo, 2022
https://www.academia.edu/92543120/La_moneda_de_fraile_El_cobre_de_Santo_Domingo_como_moneda_circulante_en_las_Islas_del_Caribe
Presentación
realizada durante la Reunión Mensual de Socios de la Sociedad Numismática de
Puerto Rico en fecha 13 de enero de 2022
En la trascendental
obra Diccionario de Moneda
Hispanoamericana del ilustre numismático argentino Humberto Francisco
Burzio se recoge que en Puerto Rico se utilizó para las transacciones menudas
la moneda de vellón batida en la ceca de Santo Domingo en el siglo XVI, y que la
misma era conocida como moneda de fraile
o moneda de los pobres. Como se va a
analizar en base a diversa documentación y hallazgos arqueológicos, esta moneda
seguía en circulación hasta bien entrado el siglo XVIII, en todas las grandes
Antillas –La Española, Cuba, Puerto Rico y Jamaica- e incluso en las Islas Canarias.
Esta
situación no es obviamente un caso aislado en la historia de la circulación
monetaria. Una vez que una moneda fue acuñada por la autoridad emisora, su
presencia en el circulante de distintos territorios ha sido generalmente mucho
más dilatada que la inicialmente programada, e incluso su presencia sobrevivió
muchos años a los intentos de las autoridades para su amortización y retirada
de la circulación. Como estudia Bernard Traimond para el caso de la España
peninsular a comienzos del siglo XIX, en las provincias solamente se encontraba
en circulación la moneda de cobre, una situación que con ligeros matices se
podría extender a todo el continente europeo y, como en el caso que estudiamos,
en el área caribeña.
Durante
toda la Edad Moderna e incluso durante el siglo XIX, la moneda en circulación
fue muy heterogénea, coexistiendo las emisiones más antiguas con las más
modernas, recibiendo cada especie o tipo de ellas una valoración diferente en
función de su peso y contenido en metal independientemente de su valor facial.
Mientras que las emisiones de moneda fuerte, acuñadas en oro y plata de gran
formato o doble, no eran más que monedas accesorias para la mayor parte de la
población, debido tanto a su escasez como
al necesario trato diario de bienes y servicios, por lo que el
circulante utilizado por el común de la
población estaba compuesto por plata de menos facial, de medios reales a
pesetas o reales de a dos, y de moneda de vellón o cobre.
Hay
igualmente dos causas suplementarias que contribuyeron a esta situación, como
fueron que las piezas batidas en metales nobles fueron utilizadas por la
población como instrumento de ahorro y no para los pagos diarios, dado que no
permitían los pagos diarios en una sociedad donde los pagos menudos, el trueque
o incluso los medios alternativos de pago, como las fichas o riles, eran más
importantes que los intercambios monetarios propiamente dichos. En cuanto a la
diversidad de monedas en circulación y a su larga vigencia, fueron sus propios
usuarios los que desempeñaron un papel esencial en su difusión, conservación y
estimación, escapando con ello a las funciones monetarias que podemos encontrar
en los manuales de historia económica.
La
población apreciaba las monedas a las que estaban acostumbradas, por lo que las
mismas seguían circulando incluso cuando estaban muy gastadas y habían
desaparecido prácticamente los motivos grabados en sus cuños, dado que su
antigüedad hacía parte de su valor, validando sus cualidades intrínsecas y
garantizando su autenticidad, peso y precio. La moneda menuda recibió asimismo
distinta estimación en unos territorios que en otros, por lo que se
convirtieron en instrumentos de especulación, con su transporte a aquellos
lugares donde se sabía que eran más apreciadas.
Las primeras monedas
acuñadas para el Nuevo Mundo y las Leyes Monetarias de los Reinos de las Indias
La
Isla Española, actual Santo Domingo, fue el destino de la primera acuñación
realizada específicamente para circular en el Nuevo Mundo, por un valor de
cuatro maravedíes, que se llevó a cabo en la ceca de Sevilla en 1504. Junto a
la misma, Fernando el Católico hizo
fabricar moneda de oro y plata para La Española, interviniendo en estas
operaciones la Casa de Contratación. La orden para esta emisión, firmada en
Toro el 15 de abril de 1505, establecía que se acuñasen un millón de piezas,
medio de plata y medio de vellón.
La
primera remesa de esta moneda llegó a Santo Domingo en 1506. Con ello, y a
cambio de entregar el oro obtenido de los rescates y explotaciones, los nuevos
habitantes de La Española recibieron numerario menudo para sus transacciones. Estas
monedas se siguieron acuñando hasta 1535, normalmente en la ceca de Sevilla,
aunque esporádicamente también se batiese moneda para este fin en Burgos. Los
envíos que escalonadamente se realizaron desde 1506 hasta 1531 fueron
insuficientes para mantener una economía de base monetaria en los Reinos de las
Indias, pero mantuvieron entre sus nuevos pobladores la memoria de la moneda
castellana.
Esta
práctica se desveló desde muy pronto insuficiente para nutrir de numerario a
áreas cada vez más extensas, debido a los rápidos progresos de los
descubrimientos que se produjeron tras
el comienzo de la penetración en los territorios continentales. Por ello la
alternativa que acabó adoptándose fue la labra de moneda en las propias Indias,
pese a los recelos de la Corona, que temían que en las cecas ultramarinas se
reprodujesen los problemas que habían aquejado a la moneda castellana en la
Baja Edad Media.
Por
ello, en fecha 11 de mayo de 1535 se ordenó la apertura de Casas de Moneda en
México, Santa Fe del Nuevo Reino de Granada y Potosí, así como que en Santo
Domingo se labrase moneda de vellón cuando se diese para ello licencia
especial. Todas ellas debían guardar las leyes de las Casas de Moneda de los
Reinos de Castilla que trataban de la labor del oro y la plata, en lo que no
estuviese dispuesto en las leyes del Titulo 23 de la Recopilación de las Leyes
de los Reinos de las Indias. Por tanto, como en todo lo demás, el derecho
castellano era supletorio del producido en los Reinos de las Indias.
Poco
después, el 18 de noviembre de 1537, se ordenó que en las Indias se pudieran
labrar reales de a ocho, de a cuatro, de a dos, sencillos y medios, como en los
Reinos de Castilla. Desde el 10 de mayo de 1544, se ordenó asimismo que toda la
moneda de plata debía ser de la misma ley, valor, peso, cuños, punzones y armas
que los de los Reinos de Castilla, salvo en Potosí y el Nuevo Reino, donde
debía guardarse lo ordenado en cuanto al cuño de Columnas.
Igualmente,
se reprodujeron las previsiones para los dueños de los metales, en el sentido
de que, por Ley de 19 de marzo de 1550, se ordenó que la moneda de oro y plata
labrada debieran ser entregadas a sus dueños por el mismo marco y peso
recibido. En 1565 se mandó que en las Indias se labrase moneda de plata, y no
de oro o vellón, si no estuviese permitido o no se permitiese. Por supuesto,
una cosa es que no se pudiese acuñar y otra muy distinta que no pudiese
circular la moneda de oro y plata.
La labra de moneda de
vellón en Santo Domingo
El
3 de noviembre de 1536 se abrió en Santo Domingo, en la isla Española, la
segunda Casa de Moneda en territorio indiano, que tuvo una vida efímera y
escasa producción monetaria. En la misma encontramos acuñaciones de cobre del
patrón maravedí. Hay dos variantes de monedas de cuatro maravedíes acuñadas
desde 1542 a 1566 a nombre de Carlos y Juana, con el motivo de las columnas de
Hércules coronadas, y una emisión que, siguiendo el modelo de la Real Cédula de
1544, presenta un castillo en el anverso y un león en el reverso, y la leyenda
KAROLVS QVINTVS INDIARVM REX.
Otra
acuñación sin fechar a nombre de ambos soberanos presenta en su reverso el
escudo de la Monarquía, incluyendo en sus cuarteles los escudos de los demás
reinos no castellanos, siendo una excepción a lo observado en las monedas
americanas de la época. También hay una emisión sin fechar de una moneda de
once maravedíes. La moneda de vellón se siguió batiendo en Santo Domingo
durante el reinado de Felipe II, pero se hubieron de cambiar los cuños en 1558,
sustituyéndolos por los tipos castellanos, debido a que las piezas con motivos
propios eran sacadas para la Península.
Fue
la necesidad la que hizo que se batiese circulante de vellón en la isla
Española. Si bien, y a causa de su mala calidad, se prohibió su labor,
posteriormente, en época de Felipe II, se permitió la labra en la ciudad de Santo
Domingo de piezas de dos maravedíes. Su paridad con otras monedas circulantes
quedó fijada en 450 maravedíes o 225 cuartos el peso de plata ensayada, y 400
maravedíes el escudo de oro. Se fijó asimismo la obligatoriedad de su
aceptación en contratos y cobros.
Hallazgos monetarios y
tesorillos encontrados en el área caribeña
Este
tema ha sido estudiado por Antonio Roma, que detalla varios tesorillos de
moneda encontrados en el área caribeña:
.
En la República Dominicana, en las orillas del río Ozama, aparecieron en la
década de 1990 unos 250 cuartos. Entre ellos, había más de 250 ejemplares de
Santo Domingo a nombre de Juana y Carlos sin contramarca, tres con contramarca
en forma de llave, otros tres ejemplares de 4 maravedíes de Sevilla u cuatro de
dos maravedíes de Burgos acuñados en tiempos de los Reyes Católicos para su
circulación en la isla.
.
Cita un tesorillo encontrado en Puerto Rico, con algo más de cien ejemplares,
de los que nueve estarían acuñados en Santo Domingo y con contramarca de llave.
.
Otro tesorillo encontrado en Río Cobre, Jamaica, en 1976, de varios cientos de
cuartos acuñados en Santo Domingo. Muchos de ellos llevaban una o varias
contramarcas: una S sencilla, un ancla o una llave.
Estos
resellos y otros más conocidos han sido relacionados por algunos autores a
varios documentos conservados, como los emitidos en Santo Domingo el 25 de
junio de 1577 sobre los cuartos, para recibir el valor de dos maravedíes de
Castilla, posiblemente la llave, y otros dos realizados en Jamaica en los años
1581 y 1611, sobre unos 100.000 ejemplares.
La
moneda de cobre habría circulado en la parte oriental de Cuba, en Santiago,
Bayamo, Baracoa y Puerto Príncipe. La misma habría recibido un resello
consistente en una roseta. En cuanto a la que circuló en las Canarias, en las
islas de Lanzarote y Gran Canaria, se encuentra un resello en forma de palma.
Se conocen asimismo otros dos resellos, uno en forma de II y una pequeña
estrella de 6 puntas.
Como
afirma Antonio Roma, el único apoyo a estos resellos sería la supuesta
necesidad de retener la moneda de cobre en esas islas, toda vez que ni la
moneda peninsular ni las de Santo Domingo o Méjico necesitaban habilitación
ninguna para circular en todos los territorios de la Corona.
La circulación de esta
moneda como moneda provincial
La
circulación de esta moneda en esta isla fue estudiada por Fray Cipriano de
Utrera, un sacerdote capuchino español que recopiló importantes datos y
transcribió numerosos documentos en su estancia en la República Dominicana,
Venezuela y Cuba, y cuyo trabajo salió por primera vez a la luz en 1951. Dicha
trascripción, realizada a mano por él mismo, fue volcada a ortografía moderna,
lo que facilita su lectura para el público en general.
Sobre
la base de la norma de Felipe II citada anteriormente, que fue incluida en la
Recopilación de las Leyes de las Indias, en el año 1684 la Ciudad de Santo
Domingo abrió un expediente para su aplicación, por acuerdo unánime de su
Cabildo. Las primeras deliberaciones, de fecha 17 de abril, se dirigieron a
poner de manifiesto la necesidad de reducir la moneda corriente de vellón, que
entonces circulaba a 34 maravedíes y ¼ el peso de plata, al valor señalado por
el Rey, toda vez que este cambio era el motivo de la saca de moneda de la isla.
Se
afirma que ello suponía que la moneda corriente era atraída a otros lugares
donde tenía curso ordinario, con lo que se obtenía un beneficio superior al 50%
o incluso más. En este sentido, entendían que gran parte de ella era fundida
por los caldereros y fundidores, dado que cada tres libras de cobre, que equivalían
a un peso de 8 reales, les salían a tres reales. Ello hacía que, de los ochenta
mil pesos en moneda de vellón que estimaban habían entrado en la isla o se
habían producido en ella, solamente quedasen en circulación nueve mil.
La
moneda que circulaba en la Española seguía siendo, según el alcalde ordinario
don Tomás de las Bastidas y Ávila, la misma que se había acuñado en 1595, y que
no constaba que hubiese habido ninguna alteración en su valor ni resello sobre
la misma, en contra del parecer del fiscal de la Audiencia, que entendía que
era formalmente distinta y que por ello debía acudirse al Consejo de Indias,
órgano competente para la reducción de su valor. Para comprobar estos extremos
se pidió al Escribano del Cabildo que sacase traslado de la Real Cédula de 15
de julio de 1595, que fue encontrada en el expediente.
Los
situados, que llegaban irregularmente, llevaron moneda novohispana y barras de
plata, así como alguna moneda perulera sencilla a la isla. Los mismos sólo
daban para el pago de los funcionarios y los gastos de administración, y la
masa del mismo se ponía en circulación entre los vecinos que tenían deudas con
la Real Hacienda. Esta moneda circulaba temporalmente hasta que era nuevamente
recogida por los comerciantes y la Real Hacienda, haciéndose escasa, y
arrastrando el valor y la propia moneda de cobre de la isla hacia el exterior,
especialmente a Puerto Rico, donde tenía mayor estimación.
En
un Memorial redactado por el licenciado don Gregorio Semillán Campuzano,
Relator propietario y Fiscal interino, fechado en Santo Domingo el 16 de agosto
de 1687, y relativo a los problemas derivados de la moneda de vellón, se
expresaba que la isla carecía de numerario de vellón, que había sido extraída y
consumida, y que la Corona debía a los vecinos y militares de la misma más de
un millón en concepto de situados, y de otros gastos de la Real Hacienda, por
lo que pedía que se remitiesen lo que valiesen cuatro situaciones atrasadas
para ir adelantando pagos. Asimismo, se solicitaba que la moneda remitida
quedase en La Española provincial y estancada, recogiendo la antigua y
remitiéndola a la isla de Puerto Rico, en concepto de ayuda de situación, para
que allí circulase a su verdadero valor.
Según
una Consulta realiza al Consejo de Indias en 1692, en relación a la labra de
una nueva moneda de vellón, la moneda recogida en Santo Domingo, en caso de que
se le concediese la nueva labor y cuño, debía remitirse a Puerto Rico en
concepto de situado, para que allí permaneciese, al ser una y con el mismo
resello, o que si fuese consumida, se labrase en Santo Domingo la cantidad de
50.000 pesos más de la misma moneda, pagando de su situado lo que hubiese de
remitir en moneda antigua. Esto, a su entender, favorecería el comercio entre
ambas islas, al contar con el mismo circulante.
En
una Real Cédula de 1700 se afirmaba que, además de en La Española y en Puerto
Rico, dicha moneda fue sacada en grandes cantidades hacia las Canarias, donde
se cambiaba a diez piezas un real de plata, con un beneficio de un 400%, y
aunque se mandó recoger, seguía circulando en algunas partes de las Islas
Afortunadas. Toda vez que esa moneda de vellón, semejante a la calderilla, fue
acuñada con metal fino y mezcla de oro, se ordenaba que se remitiesen al
Consejo de Indias piezas ensayadas y otras por ensayar.
La
trascendental reforma operada por la Real Cédula de 18 de marzo de 1771, por la
que se ordenó la recogida de toda la moneda anterior y su sustitución por otra
de nuevo cuño, tuvo lógicamente su reflejo en la modificación del valor de la
moneda circulante en la Isla Española. Unos años antes, en 1768, ya se había
producido un intento de modificación de la paridad del circulante de cobre con
respecto al real, fijándolo en 34 maravedíes el real de plata, si bien esta
norma parece que realmente venía referida a la moneda de Puerto Rico.
En
sendas Reales Cédulas remitidas al Inspector General de Cuentas del distrito de
Barlovento, con sede en la Habana, don José Antonio Gelabert, y al Contador del
Consejo y Gobernador de Santo Domingo, se solicitó que se remitiese al Consejo
de Indias información sobre la variación de la moneda de vellón en la isla. Sobre
la base de los datos obtenidos, el Contador General del Consejo de Indias
emitió un Informe dos años después, reconociendo un error de procedimiento,
dado que a su entender en este asunto debería de haberse convocado por el
Gobernador de Santo Domingo una Junta en la que estuviesen presentes el oidor
decano, el fiscal de la audiencia y los oficiales reales, para informar al
soberano sobre dicho aumento del valor del vellón.
En
dicho informe encontramos una valiosísima fuente para analizar la situación de
la moneda provincial de vellón en la isla en estas fechas. Nos indica que el
monto total estimado del circulante de dicha especie estimado para la ciudad de
Santo Domingo era de unos 24.000 pesos, y que la misma no era estimada en el
resto del territorio. Para este contador, la retirada de esta moneda supondría,
de darse un valor de 136 cuartos al peso fuerte, o 17 cuartos y dos maravedíes
el real de plata, en vez del corriente de 408 cuartos, un beneficio para la
Real Hacienda de 48.000 pesos. A su entender, la contaduría estaría de acuerdo
en aumentar el valor del circulante de vellón en Santo Domingo y en la
adyacente isla de Puerto Rico, dado que de ello no se derivaría un grave
perjuicio para la población.
También
analiza en este informe el problema derivado de la diferente estimación que
tenía la moneda de vellón en ambas islas, siendo de la misma especie, derivados
de la aplicación de la reforma de 1768 anteriormente vista. Ello hacía que la
estimación superior de la moneda en Santo Domingo, 51 cuartos el real, que en
Puerto Rico, donde se habían reducido los cuartos a maravedíes y venía fijado
en 34, supusiese un beneficio en la saca de una isla a otra de un 51%. Ello le
lleva a proponer una homogeneización de la moneda provincial de ambas islas, fijando
el cambio del real de plata para ambas en 17 cuartos de dos maravedíes, los 34
maravedíes que la Real Cédula de 6 de mayo de 1768 había fijado. Según Utrera,
este asunto no tuvo resolución.
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