jueves, 5 de mayo de 2011

Proyectos para amonedar platino en el reinado de Carlos III

Publicado en Numismático Digital, Mayo 2011

http://www.numismaticodigital.com/noticia/1285/Artículos-Numismática/proyectos-amonedar-platino-reinado-carlos-iii.html


El platino era un viejo conocido, y enemigo, de los mineros del Nuevo Reino de Granada, especialmente en los yacimientos de Chocó y Barbacoas. Se encontraba adherido al oro de tal manera que ambos eran difíciles de separar, por lo que había que pulverizarlos para separar el oro por medio del mercurio. Si la concentración de platino era importante, la mina debía ser abandonada, dado que eran más elevados los costes de la separación del oro del rendimiento que con él se obtenía.

Este metal precioso fue descubierto para la ciencia por el ilustre matemático, militar y escritor Antonio de Ulloa, en el año 1748. Durante años se sucedieron los estudios para conocer sus propiedades y para refinarlo, hasta que finalmente el notable Catedrático de Mineralogía francés al servicio de España Francisco Chabaneau consiguió en el laboratorio del Seminario de Vergara aislar el metal por medios poco costosos.  Su estudio descubrió que era un metal maleable, y por tanto acuñable, con un peso similar al del oro y unas propiedades en lo esencial similares a los de los otros metales preciosos, el oro y la plata.

Simultáneamente a estos avances, el Viejo Continente se lamía las heridas económicas producidas por la Guerra de Independencia Norteamericana. Para hacer frente a los gastos de la guerra los estados contendientes y sus instituciones bancarias habían recurrido a la emisión de papel moneda, y el volumen de la deuda pública adquiría en ellos proporciones alarmantes. Fue el caso de los Vales Reales, cuya redención fue una de las principales causas de la creación del Banco Nacional de San Carlos, el primer Banco Nacional español.

En Francia, la Caja de Descuento, de capital privado, fue transformada por Necker, el Director del Tesoro Real, que obligó a la aceptación de los billetes emitidos por esta institución, con lo que consiguió sufragar los gastos derivados del conflicto bélico, a costa de un aceptado clima de inflación. Inglaterra estaba sumida desde el final de la contienda en 1783 en una crisis comercial que el Banco de Inglaterra intentó paliar con la sistemática restricción de créditos a los particulares y a la Corona al observar la salida de la moneda áurea, y cuando mejoraron los cambios y las entradas de oro reemprendió sus emisiones de billetes y volvió a prestar dinero al Estado.

En este clima post-bélico Sieur Saint-Laurent realizó una propuesta al Conde de Floridablanca en fecha 11 de enero de 1784, por la que se realizaría una emisión internacional de moneda acuñada en platino, de faciales elevados, para con ella amortizar la deuda nacional de España, Inglaterra, Francia y Holanda. La Corona española, como propietaria de las ricas minas en las Indias, sería la encargada de llevar a cabo las labores, y su beneficio podría ser el del incremento del señoreaje y la sobrevaluación del metal utilizado.

El proyecto fue bien recibido por Floridablanca, pero, como escribió el Secretario de la Embajada francesa en Madrid a su gobierno, pensaba que el beneficio debía ser íntegramente recibido por España, que era la propietaria del mineral, a pesar de que Saint Laurent afirmaba que dicha emisión no sería viable sin la concurrencia de todos los países que proponía.

Esta propuesta debió ser conocida por Valentín de Foronda, economista, escritor y diplomático español, amigo de Francisco Cabarrús y defensor del Banco Nacional en sus escritos y en las Juntas Ordinarias de esta institución. El año 1786 publicó un ensayo, Disertación sobre la platina, en el que analizaba los posibles usos industriales de este nuevo metal.

Por su resistencia a la humedad y por no ser necesaria su aleación con cobre, estimaba que sería de gran utilidad para la fabricación de objetos que debieran estar expuestos a las inclemencias, y muy especialmente en climas húmedos, como el de Londres. Sería asimismo el metal que, aleado con el cobre, podría sustituir al latón en la fabricación de utensilios de cocina, previniendo con ello los perniciosos efectos para la salud que tenía la entonces liga con estaño y plomo.

En cuanto a sus propiedades para ser amonedado, a su entender si se procediese a su acuñación su valoración alcanzaría en poco tiempo e incluso sobrepasaría a la del oro. También estimaba que no era necesario el beneplácito de las demás naciones para proceder a la emisión, toda vez que la moneda, como cualquier otro bien, sería recibida por el público según la necesidad que tuviese del metal como otra mercancía, y el Rey podría ordenar que en las mismas se labrase su busto real y fijar un precio para la misma de 320 reales, sin que con ello se resintiesen el comercio o los cambios.

Hamilton, al tratar el tema, afirmaba que se prefirió el papel moneda por ser mucho más barato, y que la ventaja neta que hubiese tenido el platino sobrevaluado sobre el mismo no estaba clara. Pero eso no es ya historia, sino ucronía.


Bibiografía:

·         FORONDA, V., “Disertación sobre la platina”, en Miscelánea, o colección de varios discursos, II ed., Madrid, 1793.
·         HAMILTON, E.J., “Plans for a National Bank in Spain, 1701-83", The Journal of Political Economy, Vol. 57, No. 4, august 1949, pp. 315-336.
·         VILAR, P., Oro y moneda en la Historia (1450-1920), 3ª ed., Barcelona, 1974.

La saca de Orán

Publicado en Numismático Digital, 6 de abril de 2011

http://www.numismaticodigital.com/noticia/802/Artículos-Numismática/saca-orán.html

En la bella ciudad de Orán, segunda en población de la actual República de Argelia, es aún hoy en día palpable su herencia hispánica. Fundada en el año 902 por marinos y comerciantes andalusíes, fue tomada por las tropas castellanas al mando de Pedro Navarro en 1509, durante la regencia del Cardenal Cisneros. En 1708, durante la Guerra de Sucesión, fue conquistada por el bey turco de Argel, y posteriormente reconquistada por el Conde de Montemar en 1732, tras las campañas llevadas a cabo en la Península Itálica para la recuperación de los territorios perdidos en la Paz de Utrecht. Finalmente, en 1792, tras el terremoto que asoló la ciudad, fue vendida a los otomanos junto con Mazalquivir. Ello no supuso el fin de la presencia hispánica, dado que a partir de su anexión por Francia en 1831 fue el destino de una importante emigración procedente del levante español. 

  Durante el siglo XVIII prosiguió la llamada por los historiadores argelinos la Guerra de los Trescientos Años, con una importante diferencia con los dos siglos anteriores. Mientras que la presión berberisca en las costas españolas se redujo y prácticamente desapareció, el norte del Magreb se vio barrido por la actividad de la Armada Española, las naves de los presidios y por los corsarios cristianos, significativamente los ibicencos. Ello llevó al marasmo de todas las actividades mercantiles en estas costas, tanto las comerciales como las pesqueras, y asimismo a su despoblación. Ello conllevó también la imposibilidad de abastecimiento in situ de los presidios, que tenían que ser proveídos desde los puertos peninsulares.
  Durante esta centuria los presidios norteafricanos se convirtieron además en lugar de deportación de presos comunes, de militares expedientados, e incluso de miembros de la nobleza y algunos personajes ilustres, como Francisco Martínez de la Rosa o Agustín de Argüelles.  Ello hizo que menudearan las deserciones a tierra de moros, una de las razones esgrimidas en la Real Cédula de abandono de las plazas de Orán y Mazalquivir de 4 de enero de 1792, que cifra el número de las mismas en menos de treinta años en treinta mil.
  Este largo periodo de enfrentamiento, unas veces abierto y otras soterrado, acabará formalmente con la firma del Convenio de Amistad y Comercio entre el rey de España y el emperador de Marruecos el 30 de mayo de 1780, y el Tratado de paz, amistad y comercio entre España y la Puerta Otomana el 14 de septiembre de 1782. Ambos tratados fueron firmados durante la guerra mantenida contra Inglaterra entre 1779 y 1783, en los que tuvieron lugar la recuperación de Menorca y el sitio de Gibraltar. Otros Tratados similares se firmaron en 1784 con Trípoli, en 1786 con Argel y en 1791 con Túnez.
  Tras la firma del Tratado de Paz con Marruecos en 1767 se habilitaron las plazas de Ceuta y Orán para la extracción de moneda hacia este reino, debido a la necesidad de garantizar su suministro, satisfaciendo como derechos el 4% y cumpliendo las demás formalidades previstas. En 1769 se ordenó que de la moneda que se sacaba para el abasto del presidio de Orán con destino a las compras a los naturales de ganados y granos se cobrase el 4% de indulto, lo mismo que se hacía para el abastecimiento de los demás presidios.
  Con independencia de los avatares políticos, el comercio internacional en el Mediterráneo, como en todas partes del mundo, dependía de la plata americana. Las mercancías adquiridas por los estados europeos en África y en el Levante mediterráneo debían ser necesariamente satisfechas en metal argénteo acuñado procedente de las Indias españolas, normalmente en una especie concreta y determinada, y pagadas en efectivo. Así, por ejemplo, como cita Vilar, el algodón de Alepo era adquirido por comerciantes españoles y franceses, para posteriormente ser teñido y remitido a Lima o México, para ser allí cambiado nuevamente por plata.
  En 1787 se reguló la necesidad de que la moneda que se llevase a Marruecos fuese con los correspondientes despachos de aduanas. Los capitanes y patronos de los barcos que llegasen de aquellos dominios tenían que presentar declaración de los efectos que viniesen en las naves, y  cuando los marroquíes se embarcasen para España debían traer documento acreditativo de los caudales que condujeren.
  Como nos informaba Domingo Badía en su álter ego Alí Bey pocos años después, los arriales o reales de a ocho eran muy comunes en el reino alauita, y recibían una valoración de once onzas del país, mientras que la de los reales de a dos o pesetas era de tres onzas, con lo que el cambio de los duros en pesetas estaba fijado en cuatro pesetas y media. Esto alimentaba un continuo contrabando entre ambas orillas del estrecho, que esta norma intentaba evitar.
  No es extraño que uno de los artículos del Convenio firmado con Marruecos en 1780 haga referencia explícita a la necesidad que tenían los comerciantes de Fez de trocar la moneda de plata por oro para su comercio con Levante, argumentando que al tener el oro mayor valoración que la plata en el Oriente mediterráneo, perdían con el cambio. Solicitaban para ello que dos veces al año pudiesen ir los comerciantes a Cádiz a cambiar la moneda de plata por moneda de oro, y también para comprar cochinilla, producto que tenía mucha salida en esta ciudad, famosa por sus tenerías, y que sería satisfecha en moneda española, en pieles o en cera. A ello accedió por el monarca español, siempre que hubiese el suficiente numerario de oro, que en aquel momento era escaso por motivo de la guerra, pagando los derechos de nación más favorecida.
  Esta sobrevaloración de la moneda áurea se debía a la predilección en Oriente por los cequíes venecianos. La moneda argéntea más apreciada eran los táleros de María Teresa, moneda acuñada en Austria desde 1741 y de curso legal en muchos países africanos hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Dicha moneda, batida en las cecas de Günzburg, Hall, Karlsburg, Kremnica, Milán, Praga y Viena, fue asimismo acuñada a lo largo de su dilatada historia en Birmingham, Bombay, Bruselas, Londres, París, Roma y Utrecht, alcanzando su producción hasta el año 2000 a unos 389 millones de táleros. En la época que nos ocupa, las cecas austriacas se especializaron en su producción, realizada con los reales de a ocho españoles recibidos.
 
Documentos

. Se habilitan las plazas de Ceuta y Orán para la extracción de moneda para el Imperio de Marruecos, 15 de julio de 1768, Archivo Histórico Nacional, Fondo Contemporáneo, Mª Hacienda, Lib. 8025, fol. 232.
. Que la moneda que se saca para el abasto del presidio de Orán, se cobre el 4 por ciento de indulto como lo hace de la que se extrae para los demás presidios, 21 de octubre de 1769, Archivo Histórico Nacional, Fondo Contemporáneo, Mª Hacienda, Lib. 8026, fol. 295.
·Convenio de Amistad y Comercio entre el rey de España y el emperador de Marruecos firmado en Aranjuez a 30 de mayo de 1780”, en  CANTILLO, A. DEL, Tratados, Convenios y Declaraciones de paz y de comercio que han hecho con las potencias estranjeras  los monarcas españoles de la Casa de Borbón desde el año 1700 hasta el día,  Madrid, 1843.
. Sobre la moneda que se lleve a Marruecos y las guías por efectos conducidos a España desde allí, 22 de junio de 1787, Archivo Histórico Nacional, Fondo Contemporáneo, Mª Hacienda, Lib. 8038, núm. 3884, pg. 362.

Bibliografía


. BADÍA LEBLICH, D., Viajes de Alí Bey, Madrid, 1997.
. MARTÍN CORRALES, E., «La “saca” de plata americana desde España hacia el Mediterráneo musulmán, 1492-1830», en Antonio Miguel Bernal (ed.), Dinero, moneda y crédito en la monarquía hispánica. Actas del Simposio international «Dinero, Moneda y Crédito: de la Monarquía Hispánica a la Integración Monetaria Europea» (Madrid, 1999), Madrid, 2000, pp. 471-494.
. SÁNCHEZ DONCEL,  G., Presencia de España en Orán (1509-1792), Toledo, 1991.
. VILAR, P., Oro y moneda en la Historia (1450-1920), Barcelona, 1969.

Las primeras revueltas en el Magreb y sus repercusiones en Al-Andalus

Publicado en Numismático Digital, Marzo 2011

http://www.numismaticodigital.com/noticia/429/Artículos-Numismática/primeras-revueltas-magreb-repercusiones-alandalus.html

Vientos de libertad y de igualdad recorren estos días el norte de África. Esta situación, impensable hace pocos meses, recuerda a otras revueltas igualitarias que se produjeron pocos años después de la conquista árabe del área, las grandes revueltas beréberes, que a partir del año 739 pusieron en jaque al Califato Omeya y contribuyeron a su disgregación.

  Tras la ocupación de Egipto, entre los años 640 y 642, los conquistadores árabes tardarán casi sesenta años en dominar la franja norteafricana mediterránea. La razón principal de tal demora se encuentra en la resistencia que a la invasión opusieron las tribus imazighen-beréberes-del área, personificada en la figura de la mítica reina Chiârah o Al-Kāhina. Hasta el año 701 los musulmanes no conseguirán dominar a las tribus beréberes y ocupar las ciudades bizantinas de la costa africana.
  Tras su entrada en la Península Ibérica tras la batalla de Guadalete, en el año 711, las huestes musulmanas, en las que había un número importante de muladíes beréberes, sometieron en sucesivas campañas los territorios del reino visigodo, ocupando en el 720 su provincia ultra pirenaica de Septimania. Su progreso parecía imparable, e incluso tras la derrota sufrida en el año 732 en Poitiers, siguieron avanzando por el mediodía franco, ocupando Aviñón en el año 734.
  En estas circunstancias, una auténtica revolución política y social convulsionó el occidente islámico y acabó por disgregarlo completamente, acabando asimismo con su pujanza militar. La nobleza quraysí, un linaje originario de La Meca, monopolizaba el poder político y gobernaba las nuevas tierras conquistadas, imponiendo gravosos tributos y vejaciones a los nuevos miembros de la Umma o Comunidad de Creyentes.
  La doctrina jarichí, o jariyí, originaria de Oriente, tuvo entre los nuevos pueblos sometidos gran predicamento. Mientras que los suníes consideraban que el Califa debía pertenecer a la tribu árabe de los quraysí, y los chiíes que debía ser descendiente de Alí, primo y yerno de Mahoma, los jarichíes defendían que era la Umma la que debía elegir al Califa libremente, al mejor de entre ellos, aunque fuese un esclavo negro. Sus teorías igualitarias sobre la Comunidad y el rigor que se pedía a los fieles en la observancia de los preceptos islámicos no estaba reñido con su gran tolerancia hacia las demás religiones.
  Imbuidos por sus preceptos, los beréberes se sublevaron en el año 739 y tomaron Tánger. El valí –gobernador- de Al-Andalus, Uqba ibn al-Hayyay, recibió la orden de acabar con la revuelta. Aunque recorrió el territorio a sangre y fuego no fue capaz de acabar con la insurrección, y la sedición barrió el actual Magreb y los territorios recientemente conquistados en Europa como una ola.
  A partir del año 742 los jarichíes amenazaron la ciudad de Cairuán, y beréberes de la secta ibadí, procedentes del sudoeste de Trípoli, ocuparon la ciudad entre los años 758 y 761. Simultáneamente, los abasíes combatieron a los omeyas en Oriente desde el 748, derrocando a la dinastía y exterminando a dicha familia. Nuevos pequeños reinos independientes fueron surgiendo en el área a raíz de estos acontecimientos. Tanto los árabes abasíes como los de los nuevos reinos creados combatirán encarnizadamente la doctrina jarichí durante los siguientes veinte años, lo que llevó a la instauración del malikismo suní en Al-Andalus y el norte de África.
  En Al-Andalus, los beréberes instalados en los rebordes montañosos y tierras altas de la Meseta Norte se sublevaron y se dirigieron en columnas hacia el sur en el año 739. Dicha revuelta no fue dominada hasta el año 741, gracias a la llegada de los restos copados en Ceuta del derrotado ejército sirio enviado a sofocar las revueltas beréberes en el Magreb, que pasó a la Península.
  La principal consecuencia la revuelta en nuestro suelo fue la práctica despoblación de todo el cuadrante noroccidental de la Península y la creación de una tierra de nadie, la primera Extremadura, en el valle del Duero. Alfonso I, rey de Asturias, aprovechó la coyuntura para ocupar Galicia, y recorrió el norte de la Meseta llevándose a su reino a sus pobladores cristianos, entre ellos a los godos que poblaban la Tierra de Campos. En el campo musulmán, Abderramán I, un omeya, llegará a Al-Andalus y lo convertirá en un Emirato Independiente.
  El estudio de las primeras emisiones es importantísimo  para el estudio de los primeros años de la historia andalusí, debido a su relativa abundancia y a la escasez de otras  fuentes escritas contemporáneas. Entre estas primeras acuñaciones encontramos tres tipos sucesivos de monedas, en un período de unos diez años; las que tienen leyendas latinas, las de leyendas mixtas arabo-latinas y las que solamente tienen leyendas árabes.
  Las primeras de ellas, con leyendas latinas que aluden a dogmas de fe musulmanes, fueron batidas en el primer año de la conquista, 711-712. Las emisiones bilingües se realizan a semejanza de las que ya se habían hecho en el norte de África, entre los años 715 y 718, y en ellas encontramos ya el nombre de al-Andalus como traducción de la leyenda latina Spania. A partir del año 720, solamente se acuñarán monedas con leyendas en árabe, según la reforma monetaria del califa Abd al-Malik del año 696.
 El sistema monetario del mundo musulmán supondrá un profundo cambio en relación con los sistemas ponderales anteriores, de base duodecimal, estableciéndose el de base decimal fundado en el peso de la libra egipcia. La moneda de oro se denominará dinar, a imitación del sólido bizantino, la de plata dirham, a semejanza de la drahma de la Persia sasánida, y la de bronce felús, a imitación del follis romano y bizantino.
  El estudio de las emisiones del emirato dependiente aclara la situación económica y fiscal del territorio recientemente anexionado. Así, se asiste a un período de sequía emisora desde el año 716 al 720, que parece indicar una situación administrativa y fiscal inestable. A partir de esta fecha encontramos los primeros dinares de oro con leyendas exclusivamente en árabe, y durante el siguiente lustro se acuñarán todos los años piezas de oro y plata, y excepcionalmente de cobre. Tras el 725-726, solamente encontramos monedas de plata, menos regularmente, hasta el 748.
  A partir de esta fecha, se asiste a la interrupción de la emisión de moneda durante quince años, hasta que el primer emir omeya comience a acuñar nuevamente numerario de plata. Se trata de dirhams del tipo omeya, sin indicación de la autoridad emisora, con fecha y lugar de acuñación. Aunque no se emitiese moneda de oro, sí que se fijará su paridad con la plata, siendo el cambio de un dinar de oro de 3,982 de gr. de oro diez dirhams de plata de 2,725 gramos.
  A pesar del uso de las antiguas monedas visigodas, la circulación monetaria andalusí durante el siglo VIII parece haber sido escasa. Esta situación cambiará entre los reinados del emir Abderramán II y el primer califa omeya Abderramán III,  en lo que se asiste al nacimiento y la consolidación de un sistema económico y comercial de base monetaria

BIBLIOGRAFÍA

·        CANO BORREGO, P., Al Andalus, El Islam y los Pueblos Ibéricos, Madrid, Sílex, 2004.
·         LAROUI, A., Historia del Magreb. Desde los orígenes hasta el despertar magrebí, Madrid, Editorial Mapfre. 1994.
·         MEDINA GÓMEZ, A., Monedas Hispano-Musulmanas, Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1992.
·         Un resplandor del Islam, Los dinares del Museo Casa de la Moneda, Madrid, Museo Casa de la Moneda, 2004.
·         Coins of  Al-Andalus,  Tonegawa Collection, http://alandaluscoinstonegawacollection.50g.com.

El Niño, la penuria monetaria y el Libre Comercio

Publicado en Panorama Numismático, Abril 2010.


Los fenómenos climatológicos de El Niño y La Niña aparecen periódicamente en los medios de comunicación, con sus efectos sobre el clima en el ámbito planetario y la fuerza destructiva que provocan en amplias áreas del continente americano, y muy especialmente en la cuenca caribeña. Entre los año 1766 y la década de los noventa del mismo siglo, un meganiño de gran duración e intensidad afectó al Caribe con virulencia, y por ende a todo el mundo atlántico, en una “Era de las Revoluciones”  que supuso una mutación en las concepciones políticas, sociales y económicas del continente americano.

  Desde mediados de agosto de 1766 al menos seis grandes huracanes barrieron el área caribeña con su subsecuente secuela de destrucción. Las Antillas francesas, densamente pobladas, fueron devastadas por sucesivas tormentas, y su situación se vio agravada al haberse roto sus tradicionales líneas de abastecimiento, al haber cedido Francia Canadá a Gran Bretaña y Luisiana a España. Igualmente importantes fueron los destrozos producidos en las Antillas británicas y Jamaica.
  Los huracanes barrieron asimismo las Grandes Antillas españolas, pero el mazazo más fuerte se produjo en las costas de Tejas y en Luisiana. El Gobernador de este territorio, Antonio de Ulloa, tuvo para garantizar el suministro de alimentos que otorgar concesiones económicas a los residentes, entre las que se encontraba el permiso para adquirir harina en el territorio británico de Illinois, aguas arriba del Misisipi.
   Para paliar los daños producidos por estas inclemencias, el 14 de abril de 1767 el gobierno metropolitano español otorgó poderes discrecionales a sus Capitanes Generales en el Caribe para adquirir alimentos a países extranjeros en casos de emergencia, lo que era contrario a la normativa anterior, muy estricta en cuanto al comercio con otras naciones. Esta medida favoreció especialmente a las Trece Colonias norteamericanas, que tenían prohibida la producción de productos manufacturados, pero tenían importantes excedentes de trigo, maíz y arroz.
  El 5 de octubre de ese mismo año un devastador huracán arrasó la mitad occidental de Cuba y hundió las flotas ancladas en La Habana y Batabanó, destruyendo las cosechas. Las primeras medidas del Gobernador estuvieron dirigidas a distribuir parte de los alimentos de las áreas no afectadas. En ese invierno, los residentes franceses de Luisiana se sublevaron, siendo reducidos la primavera siguiente por un contingente de más de 2.000 soldados enviados desde La Habana. En 1769 se remitió casi la mitad de su presupuesto, 70.000 pesos, para la compra de harina a los establecimientos británicos.
  El punto álgido de la adversidad meteorológica se produjo entre los años 1771 y 1773. Un huracán asoló nuevamente las Pequeñas Antillas y devastó Puerto Rico, destruyendo en su camino dos terceras partes de Cuba. La situación era crítica, y más cuando Nueva España, el tradicional granero del Caribe hispano, sufría importantes sequías en sus tierras productoras de grano. El Gobernador de Cuba ordenó el avituallamiento en los puertos de las potencias vecinas, y se entró en contacto con la firma de Filadelfia Willing & Morris, que entre 1771 y 1773 envió a Puerto Rico nueve barcos cargados de harina.
  En octubre de 1775, el Congreso Continental de los Estados Unidos autorizó las exportaciones de víveres a los puertos extranjeros, a cambio de armas, municiones y dinero en efectivo. Entre 1775 y 1778 Cuba sufrió al menos un gran huracán al año y fuertes periodos de sequía, y necesitaba ser abastecida de provisiones. Entre 1776 y 1778, España trasfirió casi un millón de pesos a los representantes de Norteamérica en París, decretó el Libre Comercio y finalmente declaró la guerra a Gran Bretaña.
  Los desastres, las hambrunas y los gastos bélicos conllevaron crónicas escaseces de numerario en la cuenca caribeña hispana. En Puerto Rico, ya desde los huracanes de 1766, se recurrió a la emisión de papeletas de 8 reales de valor facial hasta la llegada del situado en 1768, lo que se repitió nuevamente entre 1781 y 1785. En la Isla Española, todo varón en edad de portar armas fue movilizado en 1779, y el Gobernador recurrió también a la emisión de papeletas. En la isla de Cuba la moneda obsidional batida en 1741 estuvo en circulación hasta 1790, y ante la escasez de numerario se adelgazaron los pesos fuertes, lo que se conoce como moneda criolla, y se recurrió asimismo a la emisión de papeletas.
  La extinción y recogida de moneda macuquina y su sustitución por la de nuevo cuño colaboró a esta escasez de numerario.  A petición de los residentes, se llegó a autorizar el 5 de mayo de 1786 por la Corona una emisión de moneda provincial para su circulación en Venezuela y en las Islas de Barlovento, que fue recogida antes de entrar en circulación.

Bibliografía

·         CRESPO ARMÁIZ, J., Fortalezas y Situados. La geopolítica española y sus efectos sobre el desarrollo económico y monetario de Puerto Rico (1582-1809), Puerto Rico, 2005.
·         DASI, T, Estudio de los Reales de a Ocho llamados Pesos — Dólares — Piastras — Patacones o Duros Españoles, Valencia, 1950-1951, T. III.
·         JOHNSON, S. , “Where Has All the Flour Gone? El Niño, Environmental Crisis, and Cuban Trade Restrictions, 1768-1778.” Prepared for the Conference of the Program in Early American Economy and Society, Library Company of Philadelphia, September 19, 2003.
·         STOHR, T., El circulante en la Capitanía General de Venezuela, Caracas, 1998.

De las extraordinarias exportaciones de plata desde los países civilizados del mundo occidental hacia India y China

Publicado en Panorama Numismático, Marzo 2010, y en Folios Numismáticos 50, Agosto 2010.

http://www.panoramanumismatico.com/articulos/de_las_extraordinarias_exportaciones_de_plata_desde_los_id00149.html

El título del presente artículo es el mismo que el del Capítulo III de la obra de Michel Chevalier, De la baisse probable de l’or, publicado en 1859, y hace referencia al masivo flujo de plata que se produjo desde los países de Occidente a estos destinos a mediados del siglo XIX.

  Chevalier fue uno de los grandes economistas franceses de la época del II Imperio. En la obra arriba mencionaba estudiaba la posibilidad de la devaluación del oro, tanto por el descubrimiento de nuevas minas en Oceanía y América como por las extraordinarias remesas de plata remitidas a Oriente, que alcanzaron en 1857 a más del doble de todo el metal argénteo que producían las minas de todo el orbe occidental.
  En la obra se analizan pormenorizadamente las cantidades de plata que durante el siglo XIX, e incluso anteriormente, afluían hacia estos dos ya gigantes económicos y demográficos. Siguiendo los estudios del Barón Von Humboldt en su Ensayo de Nueva España,  aún considerándolos algo exagerados, recoge cómo a principios del siglo la plata americana afluía a China y la India por tres vías: los puertos del Levante musulmán, la ruta terrestre a través de Siberia y la marítima. Según los cálculos del Barón, la plata introducida en Asia alcanzaba la suma de £5.480.000, 25 millones de dólares o 137 millones de francos, 612.000 kilogramos de plata pura, lo que suponía alrededor de los ¾ de la totalidad de la plata producida en las minas indianas.
  De acuerdo con los datos manejados por Jacob en su An Historical Inquiry into the Production and Consumption of the Precious Metals, que había analizado los registros de la East India Company para la ruta del Cabo de Buena Esperanza, Chevalier estimaba que a lo sumo dichas exportaciones debían suponer unos 70 millones de francos o £2.800.000, lo que supondría unos 312.700 kilogramos del preciado metal. Entre 1810 y 1830 dichas exportaciones no se incrementaron, aunque las relaciones comerciales se intensificaron en este periodo. El autor estimaba que hacia 1830 las remesas de plata enviadas por Occidente no sobrepasaban los 50 millones de francos o £2.000.000, e importes similares se registraban para 1842.
  A partir de la década de los años 30, China pasó de ser receptor principal a exportador de plata. Ello se debió no tanto a una balanza comercial deficitaria, dado que China exportaba grandes cantidades de té, seda y porcelana hacia Europa, sino al comercio del opio. El opio era cobrado en las mercancías antes mencionadas, que a su vez eran vendidas a alto precio en Occidente como bienes de lujo, y el beneficio era invertido en más opio comprado en Turquía o en la India, a pesar del Edicto del Emperador Tao Kuang ordenando que solamente se aceptaría como medio de cobro en las mercancías vendidas a los extranjeros las monedas de plata. Asimismo, los impuestos que grababan el consumo de té en los países anglosajones, que en la época de esta obra eran los principales receptores del total de las exportaciones chinas -169.443.786 libras o 76.858.408 kilogramos- eran uno de sus principales ingresos estatales, y suponía el 10% de los ingresos del Tesoro Inglés.
  La Primera Guerra del Opio supuso para la Gran Bretaña, y para otros Estados europeos posteriormente, la apertura de un mercado hasta este momento hermético. Por el tratado de Nanking, que la puso fin, el Reino Unido obtuvo la cesión de Hong Kong, la apertura de cinco puertos al libre comercio, incluyendo el del opio, así como nuevos mercados para sus productos industriales.
  Pero a mediados del siglo XIX, desde 1852 la situación dio un giro inesperado. Por un lado, las malas cosechas en Europa hicieron que se importasen grandes cantidades de arroz de Extremo Oriente, así como la seda necesaria para las manufacturas sederas de Francia, Suiza, Inglaterra y Alemania. Además, durante esta década encontramos dos grandes conflictos en esas latitudes: la revuelta de los Cipayos en la India y la rebelión Taiping en China. La primera de ellas puso en jaque el poder británico en el subcontinente indio, y solamente pudo ser sofocada con un gran esfuerzo militar y económico, lo que conllevó el envío de enormes cantidades de plata al teatro de operaciones.
  La gran rebelión Taiping, que puso en jaque el Imperio de los Qing entre 1851 y 1864, fue una enorme guerra civil que se saldó con entre 30 y 50 millones de muertos, siendo por ello el conflicto más atroz de la historia con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Imbuidos por las enseñanzas de Hong Xiuquan, basadas en un cristianismo mesiánico que veía en su líder a la personificación del Hijo Pequeño de Dios, en este Reino Celestial desaparecieron, al menos nominalmente, las distinciones de clases y razas, la poligamia y la propiedad privada. En estas circunstancias, la demanda de plata en China creció exponencialmente, por su carácter de bien preciado y fácilmente ocultable. Asimismo, tanto Francia como el Reino Unido ayudarán a los Qing a combatir a los heréticos Taiping, lo que supuso, como en el caso anterior, la necesidad de remitir a China grandes cantidades de plata. 
  El numerario chino estaba acuñado en bronce, siendo el liang o tael de plata una moneda de cuenta utilizada para las transacciones internacionales, cuyo peso se fijaba conforme a la costumbre y no a la ley. Por ello, en cada plaza e incluso en una misma ciudad había varios estándares de estos liang, que pesaban entre 32 y 39 gramos, o entre 500 y 600 granos. Cada liang se dividía en 10 chien, y éstos en 10 fen, que a su vez se dividían en 10 li. Usualmente estaban fundidos en lingotes ovales llamados sycee, con forma de zapato, y su valor estaba estandarizado por el Wen-yin o plata pura. Los había de tres tipos: el sycee de unos 50 liang llamado Yuan-pao yin, el  mediano o Chungting y el pequeño o Siao-Ice. Existían también piezas de dos o tres tael que servían para las transacciones menores. 
  Durante muchos siglos, las monedas de plata españolas batidas en México fueron utilizadas ampliamente en China como alternativa a los sycees locales. Estas monedas, conocidas como Ban Yang,  siguieron circulando tras la independencia de esta República, y hasta la fecha en la que esta obra fue escrita, los años 50 del siglo XIX, siguieron siendo la moneda comúnmente aceptada, por lo que China sufrió su escasez y su valor se incrementó notablemente.
  Es en la primera mitad del siglo XIX cuando se generaliza asimismo la costumbre de resellar la moneda de plata, con marcas conocidas como chops, para garantizar su peso y ley. La misma se debió, entre otros motivos, a la gran cantidad de moneda falsa batida a finales del siglo XVIII en Birmingham, unas £25.000, que tenían como destino China, y a las falsificaciones realizadas por la East India Company en Cantón en esos mismos años. Mientras que las primeras eran piezas de bronce forradas con dos delgadas láminas de plata, las segundas tenían una aleación de solamente 600 de ley.
  La escasez de numerario, que como vimos era además sacado por los comerciantes británicos, y los graves problemas políticos y económicos que asolaban China hicieron que en el año 1856 la Asociación de Banqueros de Sanghai aprobase la aceptación de los pesos mexicanos, conocidos como Yin Yang o Dólares del Águila, por sus tipos, aceptación que posteriormente se extendió a la mayoría de los centros comerciales. México siguió exportando pesos a China hasta que en 1904 adoptó el patrón oro y prohibió la exportación de su moneda de plata. Otras monedas que circularon con mayor o menor amplitud con posterioridad fueron el British Trade Dollar, el American Trade Dollar y el yen japonés.

Bibliografía:

· Michel Chevalier, On the Probable Fall in the Value of Gold: The Commercial and Social Consequences which may ensue, an the Measures which it invites, Translated from the French, with preface, by Richard Cobden, Esq. (New York: D. Appleton and Co., 1859),  disponible en internet en Liberty Fund, Inc., http://oll.libertyfund.org/title/2124/165158
· Cheng Te K’un, “A brief history of Chinese silver currency”, en Selections from the Numismatist, American Numismatic Association, Whitman Publishing Company, 1961, pp. 260 y ss. http://www.archive.org/stream/selectionsfromth006065mbp/selectionsfromth006065mbp_djvu.txt
· Pedro Ceinos, Historia Breve de China, Sílex Ediciones, 2003.

Las labores de la moneda en la Ordenanza de 1730

Publicada en Panorama Numismático, Febrero 2010.

http://www.panoramanumismatico.com/noticia.asp?ref=1351

El día 16 de julio de 1730 se promulgaron nuevas Ordenanzas para las Casas de Moneda. La principal novedad que estas Ordenanzas supusieron fue que todas las acuñaciones, ya fueran de cobre, plata u oro, debían realizarse por cuenta del Rey, y no de personas particulares, como anteriormente se permitía.

La nueva Ordenanza para la labor en las Casas de Moneda promulgada en Cazalla en el año 1730 introdujo importantes novedades en la forma de acuñar moneda en relación con las formas de su fabricación en la época inmediatamente precedente. Dicha normativa iba muy especialmente orientada a la consecución de una mejor calidad en las emisiones, con un numerario más uniforme y bello, así como evitar el recorte y cercén de las piezas.

Para conseguirlo, se reguló que los cospeles esféricos debían cortarse en máquinas cortadoras, labrándose el canto de las piezas a cordoncillo en las cerrillas. El grabado de los cantos de las monedas había sido adoptado en Europa a partir de la invención de la máquina Castaing, que había sido inventada en Inglaterra y adoptada en Francia en 1685. En este proceso la moneda era rodada en una superficie horizontal entre dos barras de acero, una de las cuales tenía el motivo o diseño grabado en relieve, con laurel o cordoncillo y su acuñación se realizaba en presas de volante, llamadas de balancín.

La relación bimetálica del oro y la plata se confirmó en relación de 1 a 16, ya que un marco de oro de 22 quilates equivalía a 16 marcos de plata de 11 dineros, como había sido fijado en la Real Cédula de 1709. Gil Farrés afirma que algunos reales fueron batidos con talla de 85 piezas el marco, 2,705 gramos. Para dar certeza a todas las transacciones, en la mesa del despacho de cada Casa de Moneda debía haber una pauta o tarifa exacta, en la que constase el valor de cada marco, onza, ochava, media ochava y granos de cada ley distinta, tanto de oro como de plata.

La Ordenanza detalla en sus treinta y dos capítulos todas las labores a realizar por los oficiales y trabajadores de las Casas de Moneda, desde la recepción del metal en pasta, barras o vajillas hasta la entrega de la moneda acuñada. El proceso comenzaba con la recepción o adquisición a los particulares del metal por el Tesorero en la suficiente cantidad para dar comienzo a las labores. El coste de la reducción de los metales adquiridos a la ley establecida era de cuenta de los particulares, mientras que el resto de los costes hasta su reducción a moneda corrían por cuenta de la Real Hacienda.

Una vez que se había conseguido dicha cantidad convocaba una reunión en la Sala de Libranza. En dicha reunión se encontraban el Tesorero, el Superintendente, el Contador, el Guardamateriales, el Fundidor y el Balanzario o Juez de Balanza, teniendo presentes los asientos que se hubiesen hecho en el momento de su adquisición. Este último venía encargado de pesar los metales, registrando pormenorizadamente su cuantía en el Libro de Registro, en el que se recogían todas las operaciones, bajo la supervisión del Contador.

Una vez registrada la cantidad de metal a acuñar, se llevaba a la Fundición, donde el Fundidor y los Ensayadores realizaban las operaciones necesarias para ajustar el metal a la ley exigida por las Ordenanzas, haciendo todas las diligencias posibles para que de la primera fundición saliesen los metales con la ley ajustada. Una vez derretido el metal, se vertía en las rieleras y se dejaba enfriar en ellas. Una vez enfriado, se sacaban de dichos moldes las barras o rieles.

Los rieles eran nuevamente ensayados, para comprobar que su ley era la adecuada, por los dos ensayadores. Cuando la misma era comprobada, los rieles se llevaban a las cajas fuertes o arcas y se guardaban bajo tres llaves, custodiada cada una de ellas por el Fundidor y los dos Ensayadores. Cada uno de los ensayadores debía entonces hacer por separado un ensaye de dichas barras, comprobando nuevamente que su ley se ajustaba a la establecida.

Una vez comprobados estos extremos, los moldes eran entregados al Juez de Balanza, que procedía a su pesado en grupos de cien marcos en presencia del Superintendente, los Contadores, el Tesorero y el Fiel de Moneda, que era quien debía hacerse cargo de ellos, levantándose nuevamente Acta pormenorizada del montante global del metal ya enrielado.

El Fiel de Balanza procedía entonces a ordenar la laminación de las barras por los laminadores, tirándolas por los molinos, y el corte de las mismas en cospeles regulares y ajustados a su peso por medio de máquinas cortadoras. Los cantos de dichos cospeles eran labrados por el procedimiento antes indicado, para pasar a ser blanqueados mediante procesos químicos que les devolvían el lustre perdido en las labores anteriores, para su posterior acuñación.

Los cospeles ya preparados eran entregados al Juez de Balanza, que nuevamente procedía a pesarlos uno a uno en presencia del Fiel de Moneda, y se levantaba otra nueva Acta en la que se certificaba que los mismos se encontraban ajustados a su peso, retirándose los que no se ajustaban al feble y cortándose. Una vez pesados, se remitían a la sala de Volantes, donde el Fiel de Moneda ordenaba al Guardacuños que fuesen batidas las monedas, cuidándose de que los troqueles estuviesen bien situados para que la moneda resultante fuese perfecta.

La moneda que no lo fuese era cortada, y una vez acuñados los cospeles y obtenidas las monedas el Superintendente, en presencia de los Ensayadores, Fiel de Moneda y Guardacuños, sacaba al azar dos piezas de cada valor facial, cortándolas en tres partes. Una de ellas, en la que constaba el año de emisión, era guardada por el Superintendente, y las otras dos eran entregadas a los Ensayadores para que certificasen su ley.

Una vez certificada su ley, las monedas eran pesadas de cien en cien marcos, y contadas por los Oficiales del Juez de Balanza. Posteriormente eran entregadas al Tesorero, en presencia del Superintendente, el Contador, el Juez de Balanza y el Fiel de Moneda, para que se hiciese cargo de su entrega. Tras este acto el Tesorero entregaba al Fiel de Moneda el beneficio de la acuñación, dos terceras partes de cada marco de oro y plata, quedando la otra tercera parte para la Real Hacienda.

En esta Ordenanza se ordenó que la moneda a acuñar en ambos metales lo fuese exclusivamente en las Casas de Sevilla y Madrid, al menos provisionalmente. El día 9 de diciembre del mismo año se incorporaron a la Real Junta de la Moneda los asuntos anteriormente llevados por la Junta de Comercio.

Bibliografía

·         Ordenanza de S.M. de 16 de julio de 1730 para el gobierno de la labor de monedas de oro, plata y cobre que se fabricaren en las Reales casas de Moneda de España, Archivo Histórico Nacional, Fondos contemporáneos, Ministerio de Hacienda, Lib. 6587.
·         GIL FARRÉS, O., Historia de la moneda española, Madrid, 1976.
·         DURÁN, R. Y LÓPEZ DE ARRIBA, M., “Carlos III y la Casa de la Moneda”, en Carlos III y la Casa de la Moneda, Catálogo de la exposición celebrada en el Museo Casa de la Moneda, Madrid, diciembre 1988-febrero 1989.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Nao de la China

Publicado en Crónica Numismática, Diciembre 2003, pp. 47-49

En el año 2003 se ha celebrado el quinto centenario del nacimiento de Miguel López de Legazpi, el hidalgo y letrado de Zumárraga que incorporó a la Corona de Castilla el archipiélago de las Filipinas. Su expedición, que partió del puerto de la Navidad, en la costa del Pacífico del virreinato novohispano, en 1564, abrirá un largo período de presencia hispánica en el Sureste Asiático, que solamente terminará con la pérdida de estos territorios tras la guerra hispano-norteamericana de 1898.

A la llegada de los españoles, en las siete mil islas e islotes que conforman el archipiélago de Filipinas habitaban unos seiscientos mil indígenas, de variadas etnias y lenguas, divididos en tres grandes grupos. Los más primitivos son los aetas o negritos, junto a los que aparecían los de raza indonesia, como los igorrotes, y los de raza malaya, entre los que destacan los bisayas y, sobre todo, los tagalos. La primitiva forma de gobierno de estos pueblos, divididos en tribus de pocas barangays o familias regidas tiránicamente por reyezuelos y caudillos locales, conocidos como datos, favoreció su sumisión a la Corona, toda vez que, una vez aceptado el catolicismo, normalmente los habitantes pasaban a ser protegidos por el Gobernador General.

Casi simultáneamente a la llegada de los portugueses a Asia y a la conquista española del archipiélago, se estaba desarrollando en todo el sudeste asiático otra colonización, la islámica, por indios, árabes y malayos musulmanes de Borneo. Su rápida expansión se llevó a cabo fundamentalmente aprovechando las rutas comerciales, y estaban firmemente asentados en la isla de Mindanao, Paragua y en las Joló. Los musulmanes de raza malaya, llamados moros por los españoles, fueron muy reacios a dejarse someter por ninguna autoridad extranjera, y fueron fuente de frecuentes conflictos por su dedicación a la piratería de los barcos mercantes y de las poblaciones costeras de las demás islas hasta bien entrado el siglo XIX, contra la posterior ocupación norteamericana e incluso aún hoy en día.

Aunque las islas fueran visitadas por Magallanes en el primer viaje de circunnavegación del mundo, y que el navegante Ruiz López de Villalobos, en 1542, llegase a las islas con una expedición enviada por el Virrey de Nueva España, no será hasta 1571 cuando se adopte definitivamente el nombre de Filipinas para el archipiélago y se consolide la presencia hispana con la fundación de Manila. Como conquista tardía, en relación con la de las Indias, en la misma se prohibió la esclavitud de los naturales, súbditos de la Corona, y el territorio quedó incluido en el Virreinato de Nueva España y regido por las Leyes de Indias, al mando de un gobernador capitán general.

El Galeón de Manila


Todos los viajeros anteriores al de Legazpi tuvieron que volver a la Península Ibérica por la ruta de los portugueses, bordeando el continente africano. Uno de los miembros de la expedición, el cosmógrafo y fraile Andrés de Urdaneta, uno de los pocos supervivientes del viaje de Magallanes y Elcano de 1525, encontrará la manera de volver a la Nueva España siguiendo la corriente de Kuro Sivo, siendo la suya la ruta que seguirá, año tras año, el famoso Galeón de Manila o Nao de la China. El tornaviaje, cuya derrota se mantuvo secreta durante un siglo para evitar ataques piráticos, se convirtió así en el cordón umbilical de la conexión entre las tierras americanas y las asiáticas durante dos siglos y medio, con un total de unos seiscientos viajes realizados. 

La duración de este periplo era de cinco a seis meses, en el que viajaban unas quinientas personas, hacinadas en poco más de cincuenta metros de eslora, que pagaban mil quinientos pesos por su pasaje. Las enfermedades como el beri-beri y el escorbuto eran comunes y menudeaban las muertes, y la disciplina era asimismo muy estricta. Por eso, se estima que, de todas las rutas comerciales del momento, fue la de la China la más dura, y que la que más muertes se cobró. Hubo caso, como el del galeón San José, que llegó a la Nueva España en  1657 con su carga intacta, pero sin supervivientes. También hubo casos de ataques piratas, sobre todo de holandeses y británicos, con un balance de solamente cinco naos atrapadas por los ingleses.

Y es que el Galeón de Manila era, sin lugar a duda, la gran inversión de los comerciantes filipinos, tanto españoles como chinos y japoneses. Su carga se preparaba durante meses, y las naos salían a principios de junio, por ser la fecha más favorable. Se llevaba a Nueva España nácar, alcanfor, cerámica china, seda diamantes y carey, entre otras caras y preciadas mercancías. La carga que los buques traían de vuelta era muy preciada.- plata acuñada, normalmente en el módulo de ocho reales o pesos, que era la base del comercio del archipiélago con todo el continente asiático, y alimentos de la dieta mediterránea. Por tanto, la pérdida de una de estas naves significaba la ruina de una parte importante de la colonia, así como la interrupción del comercio exterior de la misma.

El comercio con China

La  actividad comercial era el puntal esencial de la presencia hispánica en el Sudeste Asiático. Se comerciaba con la India, China, Japón, las Molucas y todas las grandes islas del archipiélago indonesio. Con la unión de las coronas ibéricas en 1580, Manila pasará a integrarse en la tupida red comercial transoceánica, que la unía con puertos en el Índico, como Goa y Diu, y con los de Formosa, Malaca y Macao. Su volumen de contratación con las Indias Occidentales llegó a tal extremo que alarmó a los comerciantes sevillanos, y en el año 1593 se dieron instrucciones precisas sobre el volumen de contratación entre ambas orillas del Pacífico. Así, se ordenaba a los habitantes de Filipinas comercial por un valor no superior al cuarto de millón de pesos por viaje, y desde Acapulco solamente saldría hacia oriente la cantidad de plata de medio millón de pesos.

La población china de las ciudades de las islas, significativamente la de Manila, siempre fue muy importante. Eran conocidos como sangleyes, y se dedicaban esencialmente al comercio. Compartieron negocio desde el primer momento con comerciantes japoneses, aunque estos últimos fueron expulsados de las Filipinas en el año 1606. Su presencia en el archipiélago fue constante durante el dominio español, y engrosaba la casi totalidad del número de los extranjeros que habitaban en el mismo. Fue, además, bastante común que los comerciantes de esta nacionalidad  se emparentasen por matrimonio con familias de origen peninsular.

El comercio español con la china de los Ming se centró en el puerto de Xiamen. Del mismo partían anualmente un sinfín de juncos, que realizaban la mayor parte del comercio marítimo de Asia. Manila y Macao se convertirán, en las postrimerías del siglo XVI, en los principales puertos comerciales para los chinos, y la plata amonedada procedente de Nueva España, la forma de pago más común en toda la zona costera de China, y el metal noble utilizado por los sucesivos comerciantes occidentales (portugueses, holandeses y británicos) durante los siglos venideros.

 Los resellos chinos


 Uno de los aspectos más curiosos de la circulación de la plata indiana por el Lejano Oriente es la existencia de gran número de resellos chinos en las piezas de ocho reales o pesos. Esta forma de controlar la calidad y el peso de la plata acuñada obedece a la necesidad de este numerario para el comercio en la zona, y fue una medida adoptada por comerciantes y banqueros con la finalidad de garantizar la bondad de dichas piezas.  El período donde encontramos estas marcas se extiende por casi todo el siglo XVIII, y existen gran número de monedas reselladas de los monarcas Carlos III, Carlos IV y Fernando VII.

Es muy difícil, como dice Montaner en su magnífico estudio sobre las monedas españolas reselladas en el mundo, la catalogación por tipos de estas marcas monetarias. Su ámbito abarca desde signos de agradecimiento a  múltiples marcas en la misma moneda, tanto de las emisiones hispánicas strictu sensu como de monedas españolas ya anteriormente reselladas, como es el caso de gran número de numerario marcado por los británicos para la circulación en sus colonias o por las repúblicas americanas tras su independencia.

Estas marcas monetarias obedecen fundamentalmente a dos fines: el comercial y el cultural. En el plano comercial, se trata habitualmente de signos grandes, y su función era tanto de registro de movimiento de los banqueros y negociantes (caja, salida, beneficio, tesoro, etc.), como de autentificación de la pieza, toda vez que, al parecer, las emisiones fraudulentas de las monedas de los monarcas hispánicos menudeaban en la zona. Junto con ellos, aparecen otro tipo de resellos, normalmente muy numerosos, que realizaban los pequeños comerciantes

La comprensión de su significado es muy difícil para los occidentales, toda vez que de los diferentes idiomas hablados en china, aunque su escritura este normalizada en varias formas (chino continental, comercial, culta, etc.), es posiblemente la más compleja y difícil de entender para un extranjero. Pero, más allá de esta dificultad, no deja de ser un tema apasionante para los numismáticos y comerciantes apreciar tanto la belleza de estas marcas como la buena conservación general de alguna de estas monedas.

Bibliografía


·         Villiers, J. Asia Sudoriental antes de la época colonial. Sexta edición. Ed. Siglo XXI. 1987.
·         Ceinos, P. Historia Breve de China. Sílex. 2003.
·         Semprún, A. La gran aventura del Galeón de Manila. ABC. 11-7-1993.
·         Lucena, M. La Conquista del Pacífico. Legazpi. La Aventura de la Historia. Julio 2003.
·         Montaner Amorós, J. Los resellos. Las monedas españolas reselladas en el mundo. Expo Galería, S.L. 1999.