miércoles, 4 de mayo de 2011

La Nao de la China

Publicado en Crónica Numismática, Diciembre 2003, pp. 47-49

En el año 2003 se ha celebrado el quinto centenario del nacimiento de Miguel López de Legazpi, el hidalgo y letrado de Zumárraga que incorporó a la Corona de Castilla el archipiélago de las Filipinas. Su expedición, que partió del puerto de la Navidad, en la costa del Pacífico del virreinato novohispano, en 1564, abrirá un largo período de presencia hispánica en el Sureste Asiático, que solamente terminará con la pérdida de estos territorios tras la guerra hispano-norteamericana de 1898.

A la llegada de los españoles, en las siete mil islas e islotes que conforman el archipiélago de Filipinas habitaban unos seiscientos mil indígenas, de variadas etnias y lenguas, divididos en tres grandes grupos. Los más primitivos son los aetas o negritos, junto a los que aparecían los de raza indonesia, como los igorrotes, y los de raza malaya, entre los que destacan los bisayas y, sobre todo, los tagalos. La primitiva forma de gobierno de estos pueblos, divididos en tribus de pocas barangays o familias regidas tiránicamente por reyezuelos y caudillos locales, conocidos como datos, favoreció su sumisión a la Corona, toda vez que, una vez aceptado el catolicismo, normalmente los habitantes pasaban a ser protegidos por el Gobernador General.

Casi simultáneamente a la llegada de los portugueses a Asia y a la conquista española del archipiélago, se estaba desarrollando en todo el sudeste asiático otra colonización, la islámica, por indios, árabes y malayos musulmanes de Borneo. Su rápida expansión se llevó a cabo fundamentalmente aprovechando las rutas comerciales, y estaban firmemente asentados en la isla de Mindanao, Paragua y en las Joló. Los musulmanes de raza malaya, llamados moros por los españoles, fueron muy reacios a dejarse someter por ninguna autoridad extranjera, y fueron fuente de frecuentes conflictos por su dedicación a la piratería de los barcos mercantes y de las poblaciones costeras de las demás islas hasta bien entrado el siglo XIX, contra la posterior ocupación norteamericana e incluso aún hoy en día.

Aunque las islas fueran visitadas por Magallanes en el primer viaje de circunnavegación del mundo, y que el navegante Ruiz López de Villalobos, en 1542, llegase a las islas con una expedición enviada por el Virrey de Nueva España, no será hasta 1571 cuando se adopte definitivamente el nombre de Filipinas para el archipiélago y se consolide la presencia hispana con la fundación de Manila. Como conquista tardía, en relación con la de las Indias, en la misma se prohibió la esclavitud de los naturales, súbditos de la Corona, y el territorio quedó incluido en el Virreinato de Nueva España y regido por las Leyes de Indias, al mando de un gobernador capitán general.

El Galeón de Manila


Todos los viajeros anteriores al de Legazpi tuvieron que volver a la Península Ibérica por la ruta de los portugueses, bordeando el continente africano. Uno de los miembros de la expedición, el cosmógrafo y fraile Andrés de Urdaneta, uno de los pocos supervivientes del viaje de Magallanes y Elcano de 1525, encontrará la manera de volver a la Nueva España siguiendo la corriente de Kuro Sivo, siendo la suya la ruta que seguirá, año tras año, el famoso Galeón de Manila o Nao de la China. El tornaviaje, cuya derrota se mantuvo secreta durante un siglo para evitar ataques piráticos, se convirtió así en el cordón umbilical de la conexión entre las tierras americanas y las asiáticas durante dos siglos y medio, con un total de unos seiscientos viajes realizados. 

La duración de este periplo era de cinco a seis meses, en el que viajaban unas quinientas personas, hacinadas en poco más de cincuenta metros de eslora, que pagaban mil quinientos pesos por su pasaje. Las enfermedades como el beri-beri y el escorbuto eran comunes y menudeaban las muertes, y la disciplina era asimismo muy estricta. Por eso, se estima que, de todas las rutas comerciales del momento, fue la de la China la más dura, y que la que más muertes se cobró. Hubo caso, como el del galeón San José, que llegó a la Nueva España en  1657 con su carga intacta, pero sin supervivientes. También hubo casos de ataques piratas, sobre todo de holandeses y británicos, con un balance de solamente cinco naos atrapadas por los ingleses.

Y es que el Galeón de Manila era, sin lugar a duda, la gran inversión de los comerciantes filipinos, tanto españoles como chinos y japoneses. Su carga se preparaba durante meses, y las naos salían a principios de junio, por ser la fecha más favorable. Se llevaba a Nueva España nácar, alcanfor, cerámica china, seda diamantes y carey, entre otras caras y preciadas mercancías. La carga que los buques traían de vuelta era muy preciada.- plata acuñada, normalmente en el módulo de ocho reales o pesos, que era la base del comercio del archipiélago con todo el continente asiático, y alimentos de la dieta mediterránea. Por tanto, la pérdida de una de estas naves significaba la ruina de una parte importante de la colonia, así como la interrupción del comercio exterior de la misma.

El comercio con China

La  actividad comercial era el puntal esencial de la presencia hispánica en el Sudeste Asiático. Se comerciaba con la India, China, Japón, las Molucas y todas las grandes islas del archipiélago indonesio. Con la unión de las coronas ibéricas en 1580, Manila pasará a integrarse en la tupida red comercial transoceánica, que la unía con puertos en el Índico, como Goa y Diu, y con los de Formosa, Malaca y Macao. Su volumen de contratación con las Indias Occidentales llegó a tal extremo que alarmó a los comerciantes sevillanos, y en el año 1593 se dieron instrucciones precisas sobre el volumen de contratación entre ambas orillas del Pacífico. Así, se ordenaba a los habitantes de Filipinas comercial por un valor no superior al cuarto de millón de pesos por viaje, y desde Acapulco solamente saldría hacia oriente la cantidad de plata de medio millón de pesos.

La población china de las ciudades de las islas, significativamente la de Manila, siempre fue muy importante. Eran conocidos como sangleyes, y se dedicaban esencialmente al comercio. Compartieron negocio desde el primer momento con comerciantes japoneses, aunque estos últimos fueron expulsados de las Filipinas en el año 1606. Su presencia en el archipiélago fue constante durante el dominio español, y engrosaba la casi totalidad del número de los extranjeros que habitaban en el mismo. Fue, además, bastante común que los comerciantes de esta nacionalidad  se emparentasen por matrimonio con familias de origen peninsular.

El comercio español con la china de los Ming se centró en el puerto de Xiamen. Del mismo partían anualmente un sinfín de juncos, que realizaban la mayor parte del comercio marítimo de Asia. Manila y Macao se convertirán, en las postrimerías del siglo XVI, en los principales puertos comerciales para los chinos, y la plata amonedada procedente de Nueva España, la forma de pago más común en toda la zona costera de China, y el metal noble utilizado por los sucesivos comerciantes occidentales (portugueses, holandeses y británicos) durante los siglos venideros.

 Los resellos chinos


 Uno de los aspectos más curiosos de la circulación de la plata indiana por el Lejano Oriente es la existencia de gran número de resellos chinos en las piezas de ocho reales o pesos. Esta forma de controlar la calidad y el peso de la plata acuñada obedece a la necesidad de este numerario para el comercio en la zona, y fue una medida adoptada por comerciantes y banqueros con la finalidad de garantizar la bondad de dichas piezas.  El período donde encontramos estas marcas se extiende por casi todo el siglo XVIII, y existen gran número de monedas reselladas de los monarcas Carlos III, Carlos IV y Fernando VII.

Es muy difícil, como dice Montaner en su magnífico estudio sobre las monedas españolas reselladas en el mundo, la catalogación por tipos de estas marcas monetarias. Su ámbito abarca desde signos de agradecimiento a  múltiples marcas en la misma moneda, tanto de las emisiones hispánicas strictu sensu como de monedas españolas ya anteriormente reselladas, como es el caso de gran número de numerario marcado por los británicos para la circulación en sus colonias o por las repúblicas americanas tras su independencia.

Estas marcas monetarias obedecen fundamentalmente a dos fines: el comercial y el cultural. En el plano comercial, se trata habitualmente de signos grandes, y su función era tanto de registro de movimiento de los banqueros y negociantes (caja, salida, beneficio, tesoro, etc.), como de autentificación de la pieza, toda vez que, al parecer, las emisiones fraudulentas de las monedas de los monarcas hispánicos menudeaban en la zona. Junto con ellos, aparecen otro tipo de resellos, normalmente muy numerosos, que realizaban los pequeños comerciantes

La comprensión de su significado es muy difícil para los occidentales, toda vez que de los diferentes idiomas hablados en china, aunque su escritura este normalizada en varias formas (chino continental, comercial, culta, etc.), es posiblemente la más compleja y difícil de entender para un extranjero. Pero, más allá de esta dificultad, no deja de ser un tema apasionante para los numismáticos y comerciantes apreciar tanto la belleza de estas marcas como la buena conservación general de alguna de estas monedas.

Bibliografía


·         Villiers, J. Asia Sudoriental antes de la época colonial. Sexta edición. Ed. Siglo XXI. 1987.
·         Ceinos, P. Historia Breve de China. Sílex. 2003.
·         Semprún, A. La gran aventura del Galeón de Manila. ABC. 11-7-1993.
·         Lucena, M. La Conquista del Pacífico. Legazpi. La Aventura de la Historia. Julio 2003.
·         Montaner Amorós, J. Los resellos. Las monedas españolas reselladas en el mundo. Expo Galería, S.L. 1999.

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