Publicado en Crónica Numismática, Octubre 2001, pp. 42- 46
La primera mención escrita que tenemos de los vascones es la cita que Tito Livio hace de la marcha del ejército sertoriano hacia la ciudad berona de Vareia a través del denominado “ager vasconum”, lo cual indica que en el año de esta acción militar, el 76 a.C., su territorio ya se extendía por la margen sur del valle del Ebro. Las citas de autores clásicos sobre ellos se completan con las noticias dadas por Estrabón en su Geographia, posiblemente siguiendo una obra perdida de Posidonio, que los ubica en una zona que se extiende desde los Pirineos Centrales hasta el Cantábrico, y desde allí a la ciudad de Calagurris. Con los datos aportados por este autor y con los recogidos en las obras de Ptolomeo y Plinio, se ha delimitado su territorio en la actual Comunidad Foral de Navarra, parte de las actuales provincias de Zaragoza y Huesca –La Canal de Berdún y la zona de las Cinco Villas- y, en la Rioja, la franja que va desde las actuales Calahorra y Alfaro - las poblaciones romanas de Calagurris y Graccurris – en la ribera derecha del Ebro.
Pomponio Mela, autor de origen hispano, habla en su obra De Corographia, escrita en el año 45 a.C., del pueblo de los várdulos, que sitúa entre los cántabros y los Pirineos, pueblo que también es citado en la Geographia de Claudio Ptolomeo, escrita en el siglo II en el Alto Egipto. Por su parte, otro pueblo, el de los autrigones, que se ha identificado con los alotrigas citados de pasada por Estrabón, citado por Plinio el Viejo en su Historia Natural entre el nacimiento del Ebro y el Golfo de Vizcaya. Plinio y Ptolomeo hacen referencia también a otros pueblos de la zona, los caristios, al oeste de los autrigones, y los turmogos. En la actual Comunidad de La Rioja encontramos un pueblo muy celtizado, el de los berones, que Estrabón diferencia expresamente de los celtíberos. Los datos que estos autores clásicos nos transmiten son bastante parcos, pero contienen la única información etnográfica de estos pueblos de que disponemos. En los mismos se citan los nombres de algunas de sus ciudades, y, de forma bastante general, las costumbres y estilo de vida de los habitantes del norte montañoso de la Península, incluyendo la amplia zona que abarca desde Galicia a los Pirineos centrales.
Los datos arqueológicos de que disponemos son también bastante escasos, y parecen indicar formas de vida más atrasadas en toda la Cornisa Cantábrica que las de sus vecinos meseteños. Se considera asimismo que todo el área habría ocupado un papel marginal en las relaciones del Bronce Atlántico, y que tendría un substrato étnico relacionado con las regiones atlánticas de la Península y, probablemente también, con los habitantes de la Meseta. El horizonte cultural se hace aún más atrasado hacia el occidente, donde posiblemente no habría asentamientos estables, salvo en los territorios ribereños del Ebro y la actual Llanada de Vitoria, y se ha observado una cierta relación, en base a estudios antropológicos de los rasgos conservados en el actual folclore vasco, entre la zona occidental pirenaica y el posterior pueblo histórico de los vascones.
Los estudios arqueológicos y arqueobotánicos parecen mostrar dos zonas diferenciadas en el territorio vascón, la ribera del Ebro, identificada con el vasconum ager, y la montaña pirenaica, que se relaciona con el llamado vasconum saltus. En la primera, una zona apta para el cultivo cerealístico, se observa una intensa europeización desde principios del primer milenio a.C., con poblados fortificados como el de Cortes de Navarra, el uso del hierro y la generalización del rito mortuorio de la incineración, características que comparte gran parte de la actual provincia de Álava, y que se relacionan con el mundo céltico. Se trata de una zona de paso y abierta a las influencias exteriores, situación favorecida por la navegabilidad del Ebro hasta la actual Comunidad de La Rioja. En cuanto al saltus vasconum, que se correspondería con los valles de la boscosa y montañosa zona occidental de la dorsal pirenaica, estaría habitado por una población con una economía básicamente pastoril y una cultura material muy pobre, de la que casi no quedan vestigios arqueológicos, y a los que según algunas interpretaciones sería aplicable el apelativo vascón, con un radical indoeuropeo que significaría “los del alto”, los montañeses.
Los yacimientos prerromanos de los actuales territorios del País Vasco y Navarra, estudiados por Altuna y Mariezkurrena, muestran la predominancia de restos de suidos, seguidos por cabras, ovejas y vacas. Los restos óseos de los cerdos muestran marcas de carnicería, por lo que parece se habrían consumido una vez secados. Seguramente la edad de sacrificio de los animales domésticos sería elevada, una vez alcanzada la edad de procreación, para favorecer la regeneración del rebaño y la obtención de productos secundarios, como la leche y la fuerza de tiro de los bóvidos, cuero y pieles, etcétera. Aunque no tenemos ninguna referencia al respecto en los textos clásicos, por la antropología comparada comprobamos que los pueblos ganaderos no son en general autosuficientes, por lo que podemos suponer que habría una cierta interacción entre las poblaciones pastoriles de las montañas y los habitantes agrícolas de los llanos, probablemente a ambos lados del sistema pirenaico, dado que seguramente los rebaños serían conducidos en los largos y fríos inviernos al fondo de los valles, y los montañeses se proveerían de aquellos productos que no podrían producir por ellos mismos, como por ejemplo instrumentos de metal, mediante el trueque.
Desde una óptica fundamentalmente nacionalista, se ha pretendido ver una continuidad en la población de los actuales territorios de Guipúzcoa y Vizcaya, el norte de la Comunidad de Navarra y los actualmente vascos pertenecientes a Francia, desde el Paleolítico hasta la romanización, que hablarían su ancestral lengua, única no indoeuropea de Europa Occidental de la que no se puede rastrear su origen. Esto se explicaría desde postulados antropológicos como resultante de una singularidad fisionómica muy concreta y diferente a la de los demás europeos contemporáneos, vistos como híbridos genéticos de origen principalmente asiático. Para estos estudios se ha utilizado una metodología cuanto menos inadecuada para, con fines ni científicos ni objetivos, sino políticos, utilizar unos datos provenientes de muestreos pequeños para intencionadamente formular teorías altamente improbables. Los estudios antropológicos más fiables se realizaron en la parte francesa del País Vasco en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, y revelan una proporción distinta de tipos genéticos y sanguíneos a otras muchas zonas europeas, pero semejantes a otras poblaciones actuales de la cornisa cantábrica, la fachada atlántica francesa y algunas zonas de las islas británicas. Aunque con sus peculiaridades, los antropólogos parecen estar de acuerdo en que los vascos actuales pertenecen a una subraza mediterránea, la llamada atlanto-mediterránea.
La lógica nos dice que la lengua que estos pueblos hablaban era el antecesor del actual euskera, con sus muchos dialectos. Su origen se pierde en la noche de los tiempos, y se trata de un idioma que ha desafiado cualquier clasificación medianamente aceptable. Se ha buscado su relación con lenguas caucásicas karsvelianas, norteafricanas e, incluso, con lenguas muertas, como el antiguo irlandés o el picto. Muchos autores, seguidores de la teoría del vascoiberismo, han querido ver en el euskera la impronta viva de una lengua, el ibero, que se supone se hablaba en amplias zonas de la Península Ibérica y sur de Francia antes de la llegada de los romanos. Los estudios realizados han mostrado un cierto grado de parentesco, aunque muy limitado, que ha permitido hacer lecturas “comprensibles” por el vasco de algunas inscripciones ibéricas, y se han observado similitudes en morfología verbal y en algunos radicales, pero también diferencias que parecen insalvables. Hay que tener en cuenta que el vasco actual parece haber perdido la mayor parte de su vocabulario original, principalmente por la adopción de vocablos latinos previamente transformados fonéticamente, algunos célticos, y de los modernos francés y español, siendo este último idioma el que más ha sido influido por el vasco, principalmente en sus aspectos estructurales. Si que parecen más satisfactorios los estudios que lo relacionan con el antiguo aquitano, lengua que en tiempos protohistóricos se extendía hasta el río Garona y el meridiano de Tolouse (en occitano, Tolosa), un territorio cuya población los autores clásicos relacionaban con los habitantes de Iberia, del que existen referencias de ayuda mutua con los habitantes de la fachada cantábrica peninsular durante sus guerras contra Roma, y poco celtizados, al igual que sus vecinos norteños, los pictones, e incluso el hapax marítimo de los vénetos, los entonces habitantes de la actual Bretaña.
Se ha supuesto asimismo que el antecesor (o los antecesores) de los distintos dialectos del vasco sería hablado por los vascones y sus vecinos occidentales, los antes citados autrigones, caristios y várdulos, siendo sus nombres distinciones tribales de los vascones, y que se relacionan tradicionalmente con la actual división de los territorios históricos de Euskadi. Lo cierto es que el estudio de los documentos epigráficos encontrados en el territorio de ambas Comunidades, fundamentalmente en Navarra y Álava, presentan siempre, casi sin excepción, nombres latinos o latinizados, y entre estos últimos, casi todos ellos son de raíz indoeuropea. A esto hemos de sumar el hecho de no tener documentos escritos en esta lengua hasta la Edad Media, es decir, casi un milenio después de la constatación de la existencia de estos pueblos por los escritores clásicos. Asimismo, mientras que los vascones parecen haber sido siempre aliados de los romanos, otros pueblos de la zona, como los berones y los autrigones, se enfrentarán frontalmente a ellos. Y, mientras que los vascones y los berones serán adscritos al convento jurídico de Caesaraugusta (Zaragoza), los autrigones, caristios y várdulos lo serán al de Clunia, en la actual provincia de Burgos. Tanto en sus creencias religiosas como en sus representaciones simbólicas, los vascones no parecen diferentes de los demás pueblos de su entorno.
Las cecas del grupo vascón
Debemos a Villaronga la definición del denominado grupo vascón, con unas características muy marcadas, como son su estilo tosco, leyenda en alfabeto monetal ibérico, un tipo especial de busto en su anverso, caracterizado por su frente estrecha y barba y pelo con rizos en forma de gancho, y la repetición de una serie de símbolos en sus anversos y armas en los jinetes de sus reversos, propias de cada una de las cecas de este grupo. Se incluyen dentro de este grupo tipológico las emisiones de una serie de cecas, como son Bascunes, Bentian, Arsaos, Arsacos y Ontices, así como las de Tirsos, Unambaate, Cueliocos, Caiscata y Olcarium.
Las emisiones de este tipo se suelen atribuir tradicionalmente e a la etnia vascona, fundamentalmente por motivos tipológicos y estilísticos. Villaronga fecha las primeras emisiones de estas cecas a principios de la segunda mitad del siglo II a.C., en una zona que abarcaría las actuales Comunidades de Navarra y el alto Aragón. Se ha supuesto la existencia de un mismo artesano para todas las cecas citadas, salvo la de Arsaos, por la coincidencia del estilo del grabado, lo que parece que no fue infrecuente en la historia monetal prerromana. Lo anterior supondría la emisión de las mismas en un momento cronológico muy concreto. La posibilidad de que existieran talleres itinerantes ha planteado también la probable utilización de estas emisiones por los romanos para acuñar el salario de sus legionarios y aliados, en especial la de Bascunes, de la que se ha encontrado gran cantidad de numerario, en un proceso paralelo al que parece haber existido con las emisiones sertorianas de la ceca de Bolscan. Solamente parece que algunas de estas cecas, como Arsaos y Ontices, seguirán batiendo moneda en la centuria siguiente.
La ceca más prolija del territorio es la de Bascunes – Barscunes, pues con ambos rótulos se emitió gran cantidad de moneda de bronce y plata en varias series de acuñaciones. Para Tovar, la variante que incluye una R sería la más antigua, lo que parece inferirse también del estudio de las distintas emisiones. Su nombre se ha relacionado con un gentilicio de la etnia vascona, con una población desconocida que algunos han relacionado con la población prerromana antecesora de Pompaelo (Pamplona), fundada en el año 77 a.C. por Pompeyo, tras las guerras sertorianas, e incluso con la berona Vareia, sede de la ceca de Uaracos, debido a la gran cantidad de monedas de Bascunes que en ella se han encontrado.
Le siguen en importancia las de Arsaos, que es de las pocas del área, con Caiscata y Cueliocos, que acuña divisores de bronce y no solamente emisiones asimilables al as, Bentian, que comparte en algunas emisiones la leyenda Bencota del anverso de algunas de las de Bascunes, Arsakos, de emisiones totalmente distintas a la ceca de Arsaos antes citada y que en los denarios añade la desinencia –on, y Ontices. Junto a ellas se incluyen en este grupo las emisiones de Tirsos, Unambaate y Olcarium, las tres con una sola emisión de ases de bronce e incluidas en este grupo por recoger en su anverso la cabeza de tipo vascón, sin ubicación fiable.
Es de destacar la gran dispersión que encontramos de las acuñaciones de este grupo, principalmente de las de Bascunes, Bentian y Arsaos, no solamente en su área de teórica producción, sino en las regiones aledañas de ambos lados de los Pirineos y, especialmente en el caso de los denarios, incluso en lugares lejanos. Un caso de imitación bastante fiel de las monedas de la ceca de Baskunes lo encontramos en el pueblo de los ambianos, en la Galia Belga, en una serie de pequeños bronces conocidos como de IMONIO, por la transcripción al alfabeto latino de la leyenda ibérica de la ceca.
La numismática, fuente de estudio de los cambios étnicos en el Alto Ebro
Durante los siglos II y I a.C., y coincidiendo con la acuñación de las monedas que Villaronga ha definido como de cabeza vascona, y en consonancia con los datos aportados por el geógrafo griego Estrabón y por Ptolomeo, se ha señalado un momento de expansión de este pueblo hacia el oriente, tras las derrota de los suessetanos y jacetanos del 184 a.C. por los romanos, y hacia el sur y el este de su territorio, sobre tierras anteriormente celtíberas y beronas, tras la capitulación de Numancia en el 133 a.C., en la zona en que Roma fija su limes contra estos pueblos. La inclusión por Ptolomeo entre sus ciudades de Segia (actual Egea de los Caballeros), que acuñó moneda con el nombre de Sekia, Iaca (Jaca), que acuñó moneda con la leyenda Iaka, ambas del grupo denominado por Villaronga suessetano, y Alavona (hoy Alagón), que parecen ciudades ibéricas, como se infiere de la onomástica del Bronce de Ascoli, y de Graccurris (Alfaro) y otras poblaciones en tierras anteriormente celtibéricas, parece indicar la entrega de las mismas a los vascones como puestos de defensa y control del territorio, aunque, como señala el profesor Burillo, lo anterior no tiene necesariamente que significar la vasconización de estos territorios, si bien reconoce la existencia de amplias relaciones entre estos ámbitos, como zona de contacto y mezcla.
Para el profesor Burillo, de la lista de emisiones de esta zona geográfica, habría que adscribir a la etnia berona las cecas de Uaracos (La Custodia), y Teitiacos, y a los celtíberos las de Caiscata, que se corresponde con la actual Cascante, y Cueliocos, por su leyenda y tipo monetal, que incluyen signos de valor a la manera celtibérica y símbolos identificados como solares propios de las emisiones célticas, y Turiazu. También se cita la similitud tipológica, por la representación de un arado en su reverso,en las cecas de Ercauica, Titum y Usamuz. La ceca de Calacoricos, también integrante de este grupo por su tipología, podría considerarse como ceca berona. También habríamos de contemplar la posibilidad de que algunas de las cecas incluidas en este grupo como pertenecientes a los várdulos, caristios y autrigones.
El armamento en las acuñaciones de tipo vascón
Como antes hemos señalado, si hay algo que caracteriza a las emisiones de este tipo monetal es la representación de diferentes armas que porta el jinete del reverso. El jinete lancero, común en las emisiones ibéricas y celtibéricas, aparece como tema exclusivo en las cecas de Caiscata, Ontices y Arsacos, y alterna con la espada corta en las de Bentian y Bascunes. También aparece la espada corta en la ceca de Olcairun. Las espadas cortas, de antenas o biglobulares, son de uso común en el área indoeuropea de la Península Ibérica, a diferencia de las largas espadas de La Tenè que se observan en la mayor parte de la Europa Céltica. El tipo de espada es claramente apreciable, especialmente en las emisiones de Bascunes, salvo en algunos cuños, en los que la espada aparece un poco curvada. En contra de la opinión de que podría tratarse de la representación de una faltaca, sable curvo típico de los pueblos ibéricos y que también se documenta en ocasiones en las necrópolis del centro y norte de la península, junto a cuchillos afalcatados, Guadán entiende que se trata de una curvatura realizada para adaptar su longitud al flan de la moneda. De dudosa filiación es el objeto que porta el jinete del reverso de la ceca de Cueliocos, que se ha identificado o bien con un arpón o arma arrojadiza, o bien con una esquematización de una hoja de palma, motivo común entre las emisiones de los pueblos ibéricos del Medio y Bajo valle del Ebro.
En las cecas de Tirsos y Unambaate aparece como motivo guerrero un arma que se ha identificado con una hoz de guerra o falx. Este tipo de arma, muy escasa en las representaciones numismáticas de la Hispania Antigua y siempre en acuñaciones de bronce, también aparece en las emisiones de las cecas celtibéricas de Turiazu y Oilaunicos, se ha identificado por algunos con la hoz común de las labores agrícolas, y por tanto como un objeto alegórico, mientras que otros autores, recurriendo a las fuentes, la ponen en relación con un arma céltica denominada cateia. El arma característica de la ceca de Arsaos es el hacha doble o bipennis, conocida por las fuentes como usual de los pueblos del norte y representada en las monedas romanas acuñadas tras las guerras cántabras, pero de la que no se han encontrado ejemplares todavía en las excavaciones. Guadán ha visto en estos jinetes un tipo especial de peinado de los guerreros representados en esta ceca, con la cabeza descubierta y el pelo en trenzas recogido en un moño, lo que se puede relacionar con un tipo especial de tocado recogido por los autores clásicos para los lusitanos y otros pueblos prerromanos, que consistiría en recogerse la larga melena y hacer con ella un trenzado que protegiese la cabeza y la nuca. El bipennis se ha labrado en estas emisiones de forma esquematizada, por lo que algunos autores han pensado que podría tratarse de arpones o martillos.
A tenor del armamento que portan los jinetes de las distintas cecas, se ha pensado que los vascones eran fundamentalmente tropas de a pie, o en todo caso de infantería montada, en contraposición a la documentada tradición de la caballería entre los celtíberos, y que en la copia del jinete del reverso de sus vecinos como motivo iconográfico reflejarían el armamento propio de cada etnia o agrupación. En todo caso, las fuentes clásicas citan la existencia de cuerpos de caballería entre los pobladores del norte peninsular, e incluso tenemos documentos epigráficos, aunque un poco más tardíos, que citan una Cohors II Vasconum Equitata y una Cohors I Fida Vardollorum Equitata, junto a otras unidades de origen hispano, en Britania.
Bibliografía
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