Cuando el día 9 de diciembre de 1609 el soberano Felipe III dicte el decreto de expulsión de los moriscos de Andalucía y Murcia, y expresamente la de los que habitaban la villa extremeña de Hornachos, no podía ni imaginar el relevante papel que estos últimos iban a tener en la historia norteafricana en los años posteriores. Los hornacheros, junto con otros moriscos de origen español, instaurarán en la antigua fortaleza almohade de Rabat uno de los puertos corsarios más importantes del norte de África, con unas señas de identidad hispana que aún hoy en día son rastreables en la actual capital marroquí.
Hornachos, una población de la provincia de Badajoz cercana a la sierra homónima extremeña y situada a unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Mérida, albergó durante la Edad Media una importante población mudéjar, musulmanes que vivían en territorio cristiano conservando su religión, con fama de pendencieros y salteadores de caminos. Unos años antes de su expulsión, los hornacheros habían conseguido del monarca Felipe II que les permitiese llevar armas, a cambio de una aportación de trescientos mil ducados. Dicha peligrosidad será determinante para que los tres mil moriscos de Hornachos fuesen incluidos en la primera fase de la expulsión, justo después que los procedentes del reino de Valencia y los de Granada, dentro del proceso que condujo, según los estudiosos, a trescientos mil moriscos españoles al exilio europeo y, principalmente, norteafricano y turco, entre los años 1609 y 1614.
Los hornacheros se dirigieron en primer lugar a la ciudad de Tetuán, y un grupo de ellos será enviado por el sultán Mulay Cidan hacia el Sahara, asentándose más tarde en la desembocadura del río Bu Regreg, repoblando el antiguo Ribat el Fath, una fundación del emir almohade Jacob al Mansur en 1198 para celebrar su victoria de Alarcos frente al monarca castellano Alfonso VIII, enfrente de la ciudad de Salé, despoblada y en ruinas, ocupada únicamente en aquellos momentos por un caíd y una veintena de guerreros. En este lugar los hornacheros reconstruirán la antigua y maltrecha kasbah, rebautizándola con el nombre castellano de fortalesa, y pagaron a otros moriscos valencianos, andaluces y castellanos, que llegarán en un número de ocho o nueve mil para edificar la medina, Salé la Nueva . La ciudad de Salé, en aquellos momentos, era el único punto de salida al Atlántico que controlaba el sultán, dado que las poblaciones del actual litoral marroquí, como Mogador, Mazagán, La Mamora, Larache, Tánger o Ceuta pertenecían a la Corona de Portugal, entonces integrada en la monarquía española, que extendía su influencia sobre el área para evitar el control del actual territorio marroquí por el Imperio Otomano.
En poco tiempo los hornacheros armarán una temible flota corsaria, que constaba de gran número de barcos de todos los tamaños, aunque la mayoría de ellos fuesen de poco calado y muy maniobrables para internarse en la desembocadura del Bu Regreg, y que en los momentos álgidos de su historia contaba con trescientos capitanes o arraeces y unos cuatro mil marinos, que atemorizaron a las flotas mercantes de los países europeos al grito de “¡Rendíos a los de Salé!”, en perfecto castellano. Aunque algunos de ellos hablasen árabe, la mayoría se expresaba habitualmente en castellano, y es nuestra lengua la que fue usada para la redacción de los documentos oficiales, siendo sus apellidos también hispanos, como Vargas, Cerón, Santiago, Pérez, Zapata, Galán, Ríos, Rojo o Merino, entre los más conocidos. Junto a lo anterior, en el territorio que controlaron se cultivaban viñas, había tabernas abiertas hasta el amanecer en la medina y eran comunes las borracheras y las riñas, pese a la estricta prohibición islámica.
No es de extrañar por tanto que el mujaidín Mohamed El Ayachi, que por aquellas fechas llevaba a cabo la guerra santa o yihad contra los españoles y portugueses de la costa atlántica, tildase a los moriscos de “cristianos de Castilla” y de “úlcera a erradicar hasta la raíz”. Y es que, a diferencia de otros grupos de musulmanes hispanos que habían llegado en oleadas al actual solar marroquí durante la mayor parte de la Edad Media con motivo de las guerras intestinas o por el avance de los reinos cristianos, en la mayoría de los casos, salvo entre los valencianos y los granadinos, los moriscos habían perdido ya la lengua árabe, conocida en España como algarabía, y, a decir de los estudiosos, cien años de conversión forzosa quizás no les había hecho buenos cristianos, pero sí probablemente malos musulmanes.
La vida política de esta efímera república estuvo salpicada de guerras y conflictos. Por un lado intestinos, entre los hornacheros de la fortalesa y los moriscos de la medina, debido a la negativa inicial de los hornacheros a compartir con ellos el beneficio de la aduana y a dejarles habitar en la fortalesa. Por el otro, contra los combatientes mujaidines del antes citado El Ayachi y contra las flotas enviadas por varias naciones europeas, como Inglaterra o Francia, cansados de sus desmanes. En 1627, tras asesinar al caíd Adyib, los corsarios se independizarán del sultán, convirtiendo su república en una base pirata con unos quince millones de libras en beneficios, lo que convirtió a Salé en la tercera ciudad corsaria de África, junto con Argel y Túnez, independencia que durará hasta 1644, con varias fases sucesivas de hegemonía hornachera o morisca.
En repetidas ocasiones los hornacheros intentarán volver a su Extremadura natal. Ya en fecha tan temprana como en los años 1614 y 1619 hubo negociaciones para entregar la fortalesa al rey de España, y en 1631 entablaron conversaciones con el duque de Medina Sidonia para la entrega de la plaza, con sus barcos, cañones y abastecimientos, a cambio de una serie de condiciones, como eran la de recobrar a sus hijos que en el momento de su expulsión dejaron en España, al tener menos de siete años y ser deportados sus padres a tierra de moros, la aceptación de sacerdotes cristianos y su vuelta a Hornachos. Aunque las negociaciones no llegaron nunca a buen fin, debido fundamentalmente a la oposición del Consejo de Estado, reacio a negociar con piratas infieles, España ayudará a los moriscos contra el poder de los sultanes y contra El Ayachi, y en algunas ocasiones llegarán incluso a avituallarlos.
Tras la secesión de Portugal, formalizada en 1668, España perderá su interés en la zona, hecho que coincidirá con la ascensión al poder del soberano alauita Mulay el Rachid, que se anexionará sin lucha las tres poblaciones de la desembocadura del Bu Regreg en 1666. Esto no significará la desaparición del corso en la zona, actividad que acabará años más tarde al reclamar el monarca alauí Mulay Ismail el 75% de los beneficios, lo que desanimará a los arraeces y armadores, y que será oficialmente suprimido en 1829 por Mulay Abderramán, siendo el nombre del último gran corsario Abderramán Bargas. Algo de ellos quedó en la actual capital marroquí. Culturalmente, más que representantes de la cultura hispanomusulmana medieval, los moriscos del norte de África traían una nueva, en la que destaca su base fundamentalmente renacentista y española, aunque con raíces andalusíes. Las formas arquitectónicas y artísticas en general, con ciudades de planta regular o minaretes que remiten a los campanarios peninsulares, las técnicas de bordados, la lengua castellana conservada durante generaciones y la conciencia de su origen son los campos donde su cultura más ha perdurado.
El ejercicio de la actividad corsaria
Una parte sustanciosa de los ingresos de los hornacheros procederá en un primer momento del beneficio de las rentas de aduanas del puerto de Salé, concedidas por Mulay Cidan y confirmadas por sus sucesores, lo que les reportará un montante total de unos veintiséis millones de ducados desde 1627 a 1638. A cambio de lo anterior, venían obligados al pago del diezmo de lo conseguido por la actividad corsaria al sultán, y la negativa a realizar dicho pago se baraja como el motivo principal para la expulsión de los representantes del gobierno del sultán y su conversión en república independiente. Pero la parte principal de los mismos procederá, sin duda, de sus presas marítimas, normalmente barcos mercantes de naciones europeas, principalmente franceses e ingleses, pero también holandeses o españoles, evitando los encuentros con los barcos de guerra.
Junto con las mercancías que pillaban, una parte importante de sus pingües beneficios los obtenían de la redención de cautivos cristianos, por lo que las órdenes religiosas, como los mercedarios o los franciscanos, eran muy respetadas por los moriscos hispanos. Su actividad no se limitaba únicamente al área de Salé, dándose casos, como el del holandés Jan Janssen, que se convirtió al Islam con el nombre de Morato Arráez, que llegó en sus expediciones a las islas británicas, Islandia e incluso Terranova, lugar este último donde, ya desde el siglo XVI, acudieron en ocasiones piratas ingleses para capturar pescadores españoles y portugueses y venderlos como esclavos en los puertos corsarios berberiscos para financiar sus empresas.
Además de la actividad pirata propiamente dicha, Salé será también un importante puerto comercial, estando documentada la presencia de comerciantes europeos que compraban las mercancías producto de sus botines para revenderlas en Europa a mayor precio. Asimismo, ya en fecha tan temprana como en 1626, una Real Cédula permitía a los españoles comerciar, en determinados casos, directamente con los moriscos de Salé, y en 1637 un enviado del duque de Medina Sidonia, el capitán Castejón, entrego una carta en la fortalesa proponiendo a los moriscos permanecer en ella bajo la protección del rey de España, siguiendo con el comercio en la forma que lo llevaban haciendo hasta la fecha.
Por todo lo anterior es normal que en las tabernas y calles de Salé se hablasen todos los idiomas de la cristiandad y del Islam, y se usasen todo tipo de monedas de los más diversos países. En la época en que los hornacheros y los demás moriscos llegaron a Salé, varios notables saadianos y alauitas rivalizan por el control del actual territorio marroquí, y era común que circulasen considerables cantidades de moneda foránea, junto con emisiones locales procedentes de varias cecas, como Fez, Meknes o Marrakesh, de unidades de bronce conocidas como falus y sus múltiplos, de dirhams de plata y de dinares de oro, que al tratarse de monedas anónimas y con gran cantidad de variantes en cada uno de los tipos no se puede saber a ciencia cierta el gobernante que las mandó batir.
Junto con las monedas de la zona musulmana, circulaba gran cantidad de numerario portugués, al estar la mayor parte de las ciudades de la costa atlántica norteafricana, como ya hemos comentado, bajo soberanía lusitana durante un dilatado espacio de tiempo, en muchos casos durante más de dos siglos, lo cual es aún hoy en día patente en la arquitectura de la zona, que está sembrada de fortines y bastiones que le confieren su fisonomía típica y suponen para el actual Marruecos un rico acervo cultural. En la época de la que hablamos, la Corona de Portugal estaba integrada en la monarquía hispánica, por lo que las emisiones lusas lo son a nombre de los reyes Felipe III y su hijo Felipe IV, II y III de Portugal, respectivamente, batidas en la ceca de Lisboa. El sistema monetario portugués estaba basado en el patrón rei, siendo sus múltiplos el vintem, de veinte reis, el tostao, de cien reis, ambos de plata, y la base del sistema oro el cruzado, con valor de cuatrocientos ochenta reis, con sus múltiplos. También, como es lógico, se manejaba abundante moneda española en el norte de África, tanto por su proximidad geográfica como por el alto valor de los metales preciosos usados para su aleación.
Bibliografía
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Tarrés, A.S., Contreras, J. y García Cárcel, R. Historia de España nº6. La España del siglo XVII. Espasa. 1999.
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