miércoles, 4 de mayo de 2011

Las emisiones de don Juan Manuel

Publicado en Crónica Numismática, Noviembre 2004, pp. 42-44

Don Juan Manuel es, sin lugar a dudas, uno de los personajes capitales en la convulsa historia bajomedieval de los reinos cristianos de la Península Ibérica. Hombre de Estado, abanderado de la rebeldía señorial, titular de un inmenso señorío jurisdiccional y prolijo y magnífico escritor, su figura destaca con luz propia en el agitado siglo XIV castellano. Su poder llegó al extremo de acuñar moneda, privilegio reservado a la Corona, y que la misma circulase por su valor facial durante una década.

Don Juan Manuel, como el mismo pone de manifiesto en la numerosa documentación señorial que actualmente se conserva, era hijo del Infante Manuel, y por tanto nieto del rey Fernando III, el Santo, y de Beatriz de Saboya. Nacido en Escalona en 1282, quedará huérfano de padre cuando contaba solamente con un año de edad, y de madre en 1290, a los ocho años, por lo que el monarca castellano, su tío Sancho IV de Castilla, se convertirá en su tutor, criándose en la Corte.

Desde muy temprana edad le encontramos ejerciendo las funciones propias de su herencia, siendo a los doce años nombrado Adelantado del Reino de Murcia, y dos años después guerreando contra los musulmanes del emirato nazarí de Granada. A la temprana edad de veinticuatro años aparece representando los intereses de doña María de Molina y de su hijo menor de edad, Fernando IV, en las negociaciones con el rey de Aragón Jaime II.

Viudo a los diecinueve años de su primera mujer, la Infanta Isabel de Mallorca, casará en segundas nupcias con la hija del rey de Aragón, Constanza. A la muerte de esta por tuberculosis, acaecida en 1327, volverá a casarse con otra dama de estirpe real, doña Blanca Núñez de la Cerda, bisnieta de Alfonso X, el rey Sabio. Aunque su sucesión masculina directa acabará con la muerte de su hijo Fernando Manuel en 1350, su linaje se perpetuará en la dinastía reinante en Portugal, por matrimonio de su hija Constanza con Pedro I, y en la castellana, con el de su hija Juana con Enrique de Trastámara.

Su prestigio fue tan elevado que, a la muerte del rey de Castilla, Fernando IV, en 1312, será nombrado mayordomo y tutor del joven príncipe Alfonso, el futuro Alfonso XI, que solamente tenía en ese momento trece meses. Durante la minoría de edad de este monarca, se sucederán entre los miembros de la alta nobleza castellana las intrigas y las luchas por el poder, y el propio don Juan Manuel estuvo a punto de ser asesinado en el año 1322.

Cuando en 1325 el soberano acceda al gobierno del Reino, el Infante intentará seguir controlándolo. En las Cortes de Valladolid celebradas el 28 de noviembre de 1325 se llegará al compromiso de matrimonio del joven rey, de catorce años de edad, con Constanza, la hija de don Juan Manuel, de ocho. El matrimonio se consumaría cuando la hija del Infante tuviese doce años de edad, en el año 1329. El año 1327 sería especialmente doloroso para nuestro personaje, toda vez que su mujer, doña Constanza de Aragón, morirá por tuberculosis en el castillo de Garci Muñoz y, además, Alfonso XI repudió a su hija para casarse con la infanta doña María de Portugal, encarcelando a la niña en el castillo de Toro.

Esta actuación provocará la ira de don Juan Manuel, que envió al monarca una carta por la que le comunicaba que se consideraba desnaturalizado del Reino y no acataba su autoridad. Casado en terceras nupcias con Blanca Núñez de la Cerda, bisnieta de Alfonso X, renovó su amistad con su suegro Jaime II y con el emir Mohamed III de Granada. Durante los años 1328 y 1329, se desarrollará en Castilla una auténtica Guerra Civil entre el monarca y las fuerzas del Infante, que operaban desde sus numerosas y magníficas fortalezas. Por intercesión del Obispo de Oviedo y del Papa, se logrará una tregua, por la que se ponía en libertad a doña Constanza Manuel, que acabará casándose con Pedro I de Portugal, y se le restituía en su cargo de Adelantado del Reino de Murcia.

La situación no mejorará en los años siguientes. Dos grupos enfrentados, el del rey y el de los nobles, con don Juan Manuel a la cabeza, protagonizarán recelos, enfrentamientos e intentos de asesinato, lo que provocó en el año 1336 el estallido de una guerra entre ambos bandos. Su partido, de carácter claramente nobiliario, contaría con la ayuda de don Juan Núñez, alférez de Castilla. En este nuevo enfrentamiento, el partido real llevará claramente la iniciativa en los hechos de armas, y Alfonso XI conseguirá debilitar al partido nobiliario apoyándose y reconociendo derechos y prebendas a otros grupos nobiliarios. En esta guerra don Juan Manuel perderá muchas de sus fortalezas y lugares, especialmente en su adelantamiento de Murcia, y los reveses sufridos le forzarán, el 30 de julio de 1336, a salir de su castillo de Peñafiel y refugiarse en Aragón.

En diciembre de ese mismo año don Juan Manuel se rindió a Alfonso XI, que le restituyó algunas de las fortalezas que había perdido en el conflicto, aunque se le privó definitivamente del adelantamiento de Murcia, cargo que pasó a su hijo Fernando Manuel. Tomó parte en la Batalla del Río Salado en 1340 y en el sito de Algeciras de 1344 contra el peligro benimerín. Dedicado a la administración de su aún enorme señorío y a la literatura, morirá, posiblemente en la ciudad de Córdoba, en el año 1348.

El ejercicio del poder

Don Juan Manuel poseyó un inmenso señorío jurisdiccional y patrimonial sobre amplias zonas del cuadrante suroriental dela Corona de Castilla, que abarca desde el nacimiento del Duero hasta la desembocadura del Segura, y de la vallisoletana ciudad de Peñafiel hasta la murciana de Cartagena.  La parte más compacta del mismo es la conocida como el señorío de Villena, centrado en esta población actualmente alicantina, y que posteriormente pasará a ser gobernado desde Almansa y Chinchilla.

Como Adelantado de Murcia, controlará, de forma más desperdigada, villas y aldeas de dicho Reino. Además de estos territorios, su señorío se compondrá de numerosas villas, fuertemente protegidas por fortalezas, en las tierras conquenses, en la Alcarria y en los valles de los ríos Duero y Tajo, que no distaban entre sí más de una o dos jornadas de viaje.

El más extenso de los mismos, el de Villena, se extendía, además de por las poblaciones ya mencionadas, por múltiples lugares, en muchas ocasiones repoblados por él mismo. Puntos importantes del mismo eran Sax, actualmente en la provincia de Alicante, Alpera, Montealegre del Castillo, Carcelén, la Roda, Miñaya, Alarcón, Hellín y Elche. Su gobierno sobre el reino de Murcia, territorio tapón frente a la expansión de la Corona de Aragón y punto de partida de expediciones contra el emirato granadino, era también casi omnímodo, quedando solamente en su tiempo fuera de su jurisdicción la capital y la fortaleza de Mula.

La tercera parte de sus dominios abarcaba, de forma muy desperdigada, una serie de castillos aislados y aldeas anejas, entre las que se pueden citar, no de forma exhaustiva en la actual provincia de Cuenca, Castrejón, Torralba, Buendía, Castillo de Garci Muñoz, el Cañabate o Iniesta. En la cuenca del Tajo poseía Escalona, su lugar de nacimiento, Santa Olalla y Maqueda. En Guadalajara, las villas y castillos de Alcocer, Trillo, Palazuelos y Cifuentes. Para concluir, fue señor en la cuenca del Duero de Cuellar, Torrelobatón, Peñafiel, Ameyugo, Lerma, Lara y Aza.

Nieto de reyes y esposo de infantas, desempeñó, como ya hemos visto, los cargos de Adelantado de Murcia, Mayordomo real y tutor. Fue, asimismo, la cabeza de un amplio partido señorial, que incluirá a buen número de nobles y que acabará enfrentándose con el monarca. En el ejercicio de su poder es importante también el hecho de su auto desnaturalización, lo que le llevará a no aceptar ninguna ley o  norma emanada de la Corona o las Cortes, por lo que en su sistema de gobierno actuará de forma totalmente autónoma,  y el mismo puede considerarse incluso como un estado independiente.

En este sentido, será él mismo el que recaudará los impuestos, los propios de su cargo nobiliario e incluso los de la Corona. En sus feudos establecerá monopolios sobre los montes, hornos y molinos, cobrando las capitaciones de los judíos y mudéjares, los pechos, los pedidos, los servicios extraordinarios, las caloñas y otros tributos y gabelas. Recibía también los diezmos, martiniegas, portazgos, pontazgos y fonsaderas, y nombraba en sus pueblos y villas a los oficiales de justicia, alcaides, alcaldes y merinos. Asimismo, arrendaba las aduanas, los almojarifazgos y las escribanías.

Don Juan Manuel intentará repetidamente que esta independencia de facto lo fuera también de iure. En este sentido, en las treguas firmadas con Alfonso XI, solicitaba la conversión de su señorío en un ducado y el nombramiento de duque para él y su descendencia, así como el privilegio de acuñar moneda, lo que le fue negado por el monarca, aunque, como más tarde estudiaremos, llevó a cabo. En este sentido, conseguirá del monarca aragonés el título de Príncipe de Villena, un título real.

Para el gobierno de sus señoríos se apoyará en los Concejos, en los oficiales de justicia y en las Juntas de Procuradores que creó en 1331, a semejanza de las Cortes Reales de Castilla. Junto a estas instituciones administrativas, creó también una Curia en la que entraron caballeros y algunos judíos. En todo ello demostró ser un eficaz y práctico gobernante.

La ideología señorial en su producción literaria

Sorprende comprobar que una persona de vida social y política tan intensa, siempre peregrinando entre sus posesiones pudiera realizar una obra literaria tan amplia y rica, siendo considerado una de las figuras capitales de la literatura en lengua castellana. Se conocen en la actualidad diez obras completas escritas por él, y al menos se tiene noticia de otras seis que se habrían perdido.

En la literatura de don Juan Manuel resulta evidente su enmarque dentro de una clara ideología señorial, un conservadurismo del orden estamental trifuncional que beneficiaba especialmente a la nobleza y un inmovilismo social eterno basado en el poder divino. El pensamiento cristiano vigente en la época estaba dominado por las corrientes creacionista y teocrática. En su obra El Libro de los Estados encontramos, en este sentido, un respaldo a esta visión del reconocimiento de la desigualdad entre los hombres y a un conformismo social, debido a lo naturalmente ordenado.

Esta obra, realmente un cuento en el que se relata el proceso de conversión de Joás, un príncipe pagano, contiene una detallada descripción de las obligaciones espirituales y seculares de todos los miembros de la sociedad, especialmente del estamento nobiliario. La armonía entre los poderes temporal y espiritual, entre el papado y el Imperio, ampara una concepción inmovilista de la sociedad, donde los sectores más desfavorecidos hayan su consuelo en el hecho de que todos los hombres son iguales en su nacimiento, crecimiento y muerte. Esta concepción inmovilista es aplicable también al conocimiento, que sería un legado que nos ha llegado de los sabios de antaño.

La concepción trifuncional de la sociedad es perfectamente definida por don Juan Manuel en su obra Libro del caballero et del escudero: “... ca los estados del mundo son tres: oradores, defensores, laboradores”. Los principios morales  de los defensores, los nobles, basan su posición de predomino en la desigualdad y en una jerarquía en la que ellos detentan unos privilegios que niegan a los demás. Estos principios son igualmente visibles en su obra más importante, El Conde Lucanor.

Las emisiones monetarias


Como ya hemos indicado en los puntos anteriores, el mismo don Juan Manuel manifestó su deseo de que se concediese el privilegio de acuñar moneda, poniendo en la misma las leyendas y tipos que le apetecieran. Sabemos también por las crónicas de la época que acuñó, durante la década de 1327 a 1337, novenes y cornados en su lugar de El Cañabate, sito en la actual provincia de Cuenca.

Las mismas no son falsificaciones, sino monedas de curso legal en sus estados que copian las emisiones de la Corona. Los coronados o cornados son monedas de vellón castellanas, con valor de seis dineros, en los que desde la época de Sancho IV se representa la cabeza coronada del soberano, y el novén un cornado de nueve dineros. El patrón de estas emisiones está en el dinero, base de un sistema formado por la libra, el sueldo y el dinero mismo, en el que un sueldo equivalía a doce dineros. 

En los mismos se utilizan generalmente dos leyendas religiosas, SANTA ORSA y ADEPICTAVIACON. La primera de ellas hace referencia a Santa Úrsula, una virgen que había sido martirizada por los hunos en el siglo V de la Era cristiana. La segunda de ellas se compone del nombre de su hija CON –Constanza- VIA –en relación a su virginidad – y  DEPICTA – que había sido traicionada y encerrada por Alfonso XI.

Como en las propias emisiones reales, en los cornados acuñados por don Juan Manuel aparecen como motivos en el anverso un busto, normalmente a la izquierda, y en el reverso un castillo. Un raro ejemplar, posiblemente único, de ceca desconocida, presenta un reverso incuso. Una pieza de un novén aparecida en una reciente subasta celebrada por la casa hispalense Pliego, único ejemplar conocido y al que le falta un tercio, fue acuñada en una ceca de la provincia de Burgos, y tiene como motivos un castillo en su anverso y un león en su reverso, con leyendas hasta la fecha desconocidas.

Las monedas acuñadas por don Juan Manuel eran de ley inferior a las emitidas por la Corona, pero eso no fue óbice para que circularan por el reino por su valor facial hasta que, en el año 1338, el rey Alfonso las mandó taladrar en su centro, reduciendo su valor a un sexto.

Bibliografía

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