El día 23 de abril se celebra la fiesta oficial de la Comunidad Autónoma de Castilla y León, en recuerdo de la rebelión comunera y de su total derrota en la batalla del Puente del Fierro, más conocida como Villalar, en este día del año 1521, revuelta que, de forma idealizada y a la luz de interpretaciones regionalistas castellano-leonesas, se considera como el primer levantamiento popular de los tiempos modernos, y su desenlace el acta de defunción de las libertades castellanas. A partir de este momento, el movimiento que había surgido en Toledo en 1520 se desintegrará, considerándose la sublevación sofocada el 25 de octubre del mismo año, tras la Concordia de la Sisla y la entrada de las tropas leales al rey Carlos en la misma ciudad donde había nacido. Carlos 1, en su concepción patrimonialista de sus Estados, nunca comprenderá las razones de sus súbditos para rebelarse, no entendiendo que la misma se llevaba a cabo contra el mal gobierno, no contra su persona ni contra la institución monárquica que él y su madre representaban.
Las causas de la sublevación deben buscarse en las decisivas transformaciones acaecidas en la sociedad castellano-leonesa durante la Baja Edad Media, con el advenimiento de los soberanos de la dinastía Trastámara. La creciente consolidación de la autoridad real, culminada en tiempos de los Reyes Católicos, vino acompañado del fortalecimiento de la cada vez más influyente, cerrada y poderosa alta nobleza feudal. Esta expansión del poder nobiliario se deberá en gran medida a la concesión por los monarcas de rentas, villas y tierras de realengo a manos llenas por sus servicios, una vez terminado el esfuerzo reconquistador, lo que supondrá la proliferación de señoríos en toda la geografía de la Corona. La historia de la Baja Edad Media castellana es rica en ejemplos de oposición de las villas y ciudades, incluso por las armas y con casos de muerte del nuevo señor, a la concesión de señoríos en anteriores territorios de realengo. La creación de las hermandades, asociaciones concejiles para la defensa del orden y la justicia, supusieron un instrumento de cristalización de la hostilidad de las gentes del común y de la pequeña nobleza urbana contra los grandes magnates, que llevarán durante el siglo XV a las revueltas antifeudales de las hermandades del País Vasco y de los irmandiños en Galicia, y al auge del movimiento en todo el reino bajo el reinado de Enrique IV.
El movimiento comunero surgirá y crecerá en ambas submesetas, que se consideran desatendidas y explotadas. La desacertada política económica, y en particular la exportación de sus mejores materias primas, principalmente la lana, produce el desabastecimiento y el consiguiente freno de su industria, donde se observa una marcada decadencia. A comienzos del siglo se suceden años de malas cosechas, subidas de precios, epidemias y hambres. En las principales ciudades de la región se produce por estas fechas un gran crecimiento demográfico y de concentración urbana, debido principalmente a la emigración de masas de campesinos que buscan en ellas una vida menos miserable, lo que lleva al crecimiento del desempleo y la mendicidad.
Los primeros síntomas del descontento que recorre Castilla eran ya visibles desde la llegada del nuevo monarca, visto como un extranjero rodeado de una corte flamenca ávida de riquezas y poder. El episodio que levantará más ampollas será el nombramiento de un sobrino del señor de Chievres, un joven de veintiún años, como arzobispo de Toledo y sucesor de Cisneros. Cuando el nuevo soberano sea designado Emperador, hará un llamamiento a todas las ciudades castellanas para solicitar nuevos impuestos que sufraguen los gastos de la coronación, y la rebelión comenzará a fraguarse. El regimiento de Toledo tomará la iniciativa de oposición a dichas cargas y a la política imperial. Una vez convocadas las Cortes en Santiago y La Coruña, y tras convencer con presiones o dádivas a los representantes de las ciudades con derecho a voto, Carlos partirá con destino a los Países Bajos y Alemania, dejando como regente a su antiguo preceptor, Adriano de Utrecht.
En muchas ciudades castellanas se producirán levantamientos contra aquellos procuradores que habían votado los nuevos impuestos, contra los recaudadores de impuestos o contra los corregidores y funcionarios reales. El procurador de Segovia, Rodrigo de Tordesillas, que había votado sobornado en favor del impuesto, morirá junto con dos alguaciles a manos del pueblo rebelado, bajo el mando de Juan Bravo, y con la ayuda de mesnadas madrileñas y toledanas impedirán la entrada a la ciudad de las tropas realistas. Ciudades como León, Soria, Ávila, Toro, Burgos o Zamora crearán sus propias comunidades. De Toledo, ciudad que desde el 15 de abril de 1520 se haya gobernada por una comunidad en la que están representados todos los estados de la población, con Juan de Padilla al frente, se enviarán misivas a las demás ciudades del reino para enviar representantes a una Junta. Dicha Junta se reunirá en Ávila con la representación de las comunidades de dicha ciudad, Toledo, Toro y Salamanca exclusivamente.
Para cortar esta sedición, el Consejo Real ordena a la ciudad de Medina del Campo que entregue la artillería, a lo que dicha población se niega, por creer que las mismas se usarán para combatir a la comunidad de Segovia, lo que lleva a su toma al asalto y a la destrucción por un incendio de gran parte de la misma. Lejos de conseguir sus objetivos, esta acción supondrá el alineamiento de buen número de ciudades que hasta entonces se habían decantado por la obediencia al monarca en la causa comunera. Tras un período de evidente falta de coordinación, se reunirá en Ávila la llamada Junta Santa el 29 de julio, que se declara emancipada del Consejo Real de Castilla, considerándolo partícipe de la corrupción del Gobierno, y por tanto cuerpo político soberano, nombrando a Pedro Lasso de la Vega presidente y a Juan de Padilla capitán general de las fuerzas comuneras.
El día 29 de agosto las milicias de Toledo entran en Tordesillas, lugar donde vivía la reina Juana, en medio del entusiasmo general. Se trataba de un movimiento político que pretendía dar legitimidad a la sublevación, toda vez que Juana no había sido desposeída de sus derechos dinásticos por las Cortes de 1518, ya que consideraban que el golpe institucional dado en Bruselas en 1516 era nulo de pleno derecho, y que el juramento a Carlos dado en las Cortes de 1518 se había realizado sin tener en cuenta las libertades del Reino. Es en este momento donde se precisaron los puntos principales del proyecto comunero. Por el mismo, la Junta se proclama representante del Reino y la soberanía de la reina Juana, que reconoció a la Junta y pidió formar con la misma un Consejo para el gobierno de la Corona, pasándose la Junta a denominarse Cortes y Junta General del Reino. Esto suponía la coparticipación del reino en los asuntos de gobierno y la legalización de las leyes regias, dualismo que se contenía en las leyes anteriores de Castilla, en contra del absolutismo creciente que se atisbaba en el gobierno del rey Carlos, aunque la lealtad de la Junta se declara para ambos soberanos.
Mientras tanto, en el campo realista el regente Adriano trataba de reorganizar sus fuerzas. Carlos decidirá nombrar corregentes al contestable don Iñigo de Velasco y al almirante don Fadrique Enríquez, e hizo concesiones a algunas de las peticiones de los comuneros, como prohibir la saca de moneda y el nombramiento de extranjeros para cargos públicos, así como la suspensión del servicio o impuesto aprobado en La Coruña y la promesa de volver cuanto antes a sus reinos hispánicos. Los excesos revolucionarios de algunas comunidades harán que parte de la nobleza, las capas más conservadoras de las ciudades y del estamento eclesiástico, así como algunas ciudades más moderadas, entre las que destaca el caso de Burgos, hacia el bando realista. Para los comuneros, las Cortes se consideran un organismo cualificado para interpretar a la Corona, constituida como asamblea de ciudades, por lo que los nobles, que no querían compartir su hegemonía política con las oligarquías municipales, se decantarán por el bando realista. Las ciudades andaluzas formarán en febrero de 1521 la Confederación de la Rambla, declarando su fidelidad al rey Carlos, y las ciudades gallegas llegarán a un compromiso similar. Tampoco quedarán dentro del área comunera la fachada cantábrica, Extremadura y Murcia. Se conseguirán asimismo los fondos necesarios para la reorganización de las fuerzas realistas del monarca Manuel de Portugal y de mercaderes vinculados al consulado de Burgos.
Así las cosas, el cardenal Adriano conminará a la Junta a la paz, a lo que se le replica con la amenaza de entrar en Medina de Rioseco, cuartel general de los realistas, y ahorcar a los miembros del Consejo Real. Ante esta situación, los regentes declararán la guerra a la Junta el 31 de octubre de 1520. Una de las primeras acciones de la guerra será la toma de Tordesillas el día 5 de diciembre, lo que privará a los comuneros de la legalidad que les otorgaba la reina Juana, y forzará el traslado de la Junta a Valladolid. Este triunfo no será explotado por el ejército realista, que podía haber conseguido una rápida victoria, mientras que la postura de la Junta se radicalizará con tintes claramente antinobiliarios. Las milicias comuneras iniciarán una ofensiva militar a comienzos del año 1521, dirigida por Juan de Padilla, que supondrá la toma de la aldea de Torrelobatón, perteneciente a la jurisdicción de don Fadrique Enríquez, donde las tropas quedaron acantonadas, en vez de avanzar hacia Medina de Rioseco.
La situación en ambos bandos era confusa a principios del nuevo año. Los desmanes de las tropas, las divisiones internas y los motines fueron frecuentes. Se observaba también el cansancio entre las mesnadas comuneras, y los indultos proclamados por los regentes hicieron que menudearan las deserciones. Será el ejército realista el que, tras la unión de las fuerzas del condestable y el almirante en Burgos, quede en mejores condiciones. Al mando de las tropas fieles al monarca se pondrá al conde de Haro, que, estando en Peñaflor, a poca distancia de las tropas comuneras, observó que las mismas se retiraban pese a su superioridad numérica hacia Toro, y en una decisión audaz se lanzó a perseguirlos solamente con su caballería.
El día 23 de abril la caballería realista alcanzó a las mesnadas comuneras en el Puente del Fierro, a unos cinco kilómetros de Villalar. El combate se trabó bajo una lluvia torrencial, y fue una lucha breve, en la que los hombres del conde de Haro perdieron menos de veinte hombres y las tropas comuneras unos quinientos, la mayoría infantes en desbandada acuchillados por la caballería, y capturaron unos mil prisioneros, entre los que se hallaban los caudillos militares comuneros. Adriano de Utrecht optará por un castigo ejemplar, y un tribunal sumario juzgará y condenará a Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado al día siguiente a la pena capital, sentencia que se llevará a cabo por decapitación el mismo día 24 en la plaza de Villalar.
Tras esta derrota, el movimiento se desintegrará rápidamente, y las ciudades castellanas se verán forzadas a capitular una tras otra. Toledo, la ciudad que vio nacer la rebelión, resistirá seis meses de asedio, defendida por María Pacheco, viuda de Padilla, y por el belicoso y antimonárquico obispo de Zamora, Acuña, hasta que por la Concordia de la Sisla las tropas carolinas entraran en la ciudad. De vuelta en Castilla, Carlos 1, tras las reiteradas peticiones de las Cortes, hará pública en Valladolid el 1 de octubre de 1522 una carta de perdón general, con exclusión de unos trescientos dirigentes, de los que solamente tres serían encontrados y ejecutados, entre los que se encontraban el obispo Acuña, cuya ejecución costaría al monarca la excomunión.
El fin de la revolución comunera significará para Castilla la implantación de un sistema político de tendencia absolutista, siendo el Estado patrimonial de la monarquía Habsburgo que más contribuirá a los gastos generales en pro de su política de defensa del catolicismo y de su prestigio en Europa, lo que supondrá a la larga su agotamiento, en medio de la indiferencia de los demás territorios peninsulares. Pero algunas de las propuestas de los sublevados quedarán en la memoria del soberano. Carlos, como le pedían los regimientos de las ciudades, no volverá a repartir cargos públicos entre extranjeros, acelerará su estudio del idioma y tomará como esposa a su prima Isabel de Portugal.
La reserva de occidente
A la llegada al poder de Carlos 1, si hay algo que destaca de la economía castellana ya desde la Edad Media, y que la hace la privilegiada de entre las economías europeas del Renacimiento y la Reforma, es la abundancia de numerario que acoge en su seno. Esta bonanza procede inicialmente de sus relaciones con el Islam, más rico en metales preciosos que una cristiandad en la que la penuria de oro y plata es la nota predominante. A esto hay que añadir la gran velocidad de circulación de la moneda, debido al esfuerzo uniformador del derecho monetario para toda la Corona llevado a cabo por los Reyes Católicos con la Pragmática de Medina del Campo de 1497. Esto se completaba con una tupida red de plazas de cambio que se giran gran cantidad de letras, aplicando las enseñanzas recibidas de los banqueros italianos afincados por toda la Península desde dos siglos antes.
También desde la Edad Media las leyes de Castilla son muy concretas en relación con las sacas o salidas de monedas acuñadas, ante el hecho de que las piezas acuñadas en su solar valiesen sensiblemente más en los demás países europeos que en los propios reinos castellanos, estableciendo severísimas penas para los infractores. Los súbditos de Castilla eran muy conscientes del privilegio que suponía poder manejar numerario de excelente ley, por lo que colaborarán activamente con el Estado en la prevención de dichas sacas. Por tanto, no es de extrañar que, a la llegada al poder del nuevo rey Carlos, que prescindirá de esta legislación, y ante la actitud de los miembros de su Corte borgoñona, especialmente por los manejos del señor de Chievres, el tema de la prohibición de evasión de moneda sea una de las reivindicaciones principales del programa comunero. Tras el desenlace de esta revolución, Carlos se cuidará muy mucho de respetar esta política.
Por lo anteriormente expuesto, se puede entender asimismo que los reinos de Castilla estaban preparados para recibir las remesas de oro y plata procedentes del Nuevo Mundo. Desde muy pronto, las importaciones de plata indiana sobrepasarán a las de oro en volumen y valor, siendo muy reputadas por la calidad del metal precioso proveniente de Nueva España y Perú. Pero no podemos olvidar que la extracción de plata en las Indias redundará desde el primer momento en servir de numerario al propio territorio ultramarino, y que la parte correspondiente a la Corona no supondrá un porcentaje significativo de ingreso para la Hacienda de Castilla hasta el reinado de su hijo Felipe.
Bibliografía
· Los comuneros. Cuadernos Historia 16, nº 53. 1996.
· Las Comunidades de Castilla. J.A. Maraval. Revista de Occidente. 1970.
· La revolución de las Comunidades de Castilla. J.Pérez. Siglo XXI. 1977.
· Historia de España. 5º Tomo. La época de Carlos V y Felipe II. Espasa Calpe. 1999.
· 500 años de Carlos V. ABC Cultural nº 421. 2000.
· Monedas Hispánicas 1475-1598. Banco de España. 1987.
No hay comentarios:
Publicar un comentario