miércoles, 4 de mayo de 2011

La expansión ultramarina de la Corona de Castilla en tiempos de Carlos I

Publicado en Crónica Numismática, Julio-Agosto 2000, pp. 45-49

El reinado de Carlos I verá la mayor mutación jamás habida en la historia de la concepción del espacio humano. En sesenta años, se exploran las costas, rutas, islas y vientos de toda América,  parte de Oceanía y el Sudeste Asiático. Se pondrán asimismo las bases de nuevas estructuras de profunda síntesis antropológica, estética, religiosa y cultural. Se fundan ciudades, se organizan gobernaciones y Cabildos, se polemiza agudamente si es lícita o no la sumisión de las culturas precolombinas, se escriben crónicas, se construyen iglesias, catedrales, colegios y universidades, y se fomenta la importación de libros eximiéndolos de impuestos y  el establecimiento de imprentas. Los súbditos de la Corona de Castilla, junto con los portugueses tras la anexión, convertirán a los Habsburgo en  Monarcas Universales. Para regir esta nueva concepción del mundo se desempolvará el antiguo Ius Gentium romano por los juristas hispanos, siendo su obra la base del  Derecho Internacional contemporáneo.

Cuando se afirma que el ejército español conquistó la mayor  parte del continente americano en tiempos de Carlos 1, se está incurriendo en dos inexactitudes históricas. En primer lugar, lo que entonces se llamaba España no coincide con el Estado contemporáneo actual, sino que se trataba de diversos territorios agrupados desde el siglo XIV en cuatro grandes Coronas cristianas (Castilla, Aragón, Portugal y Navarra), y el musulmán Reino Nazarí de Granada. La unión de las de Castilla y Aragón, la posterior conquista de Granada y la anexión de Navarra, se harán en las personas de los Reyes Católicos, en detrimento de una posible unión castellano-portuguesa tras el matrimonio de Juana y Alfonso V, con la victoria en la guerra civil castellana que terminó en 1475. Carlos heredará unos territorios sin instituciones políticas ni administrativas comunes, ni una única lengua, y ni siquiera, en el tema que nos ocupa, moneda común. Dicha “unión” se completará en la persona de Felipe, su hijo, por su reconocimiento como monarca portugués.
               
Será Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, quien diseñe en la guerra de Nápoles los Tercios, unidades profesionales de combate, cuya base será una formación de infantería compuesta de dos o tres mil hombres con un altísimo número de armas de fuego, dos arcabuces por cada pica, y unidades complementarias de caballería, artillería, ingenieros y sanitarios. Dichos Tercios, que se batirán invictos en todas las guerras del Viejo Mundo durante dos siglos, estarán compuestos por soldados férreamente instruidos y disciplinados, que cobrarán por este concepto un sueldo o soldada. No encontraremos estas unidades en el sometimiento de América.

La Corona tampoco tendrá ninguna idea imperialista en las Indias, ni financiará expediciones de sometimiento, en la terminología de la época. Su papel se reducirá a legitimar las campañas de las huestes indianas, con la finalidad de que los habitantes de las tierras exploradas reconociesen la soberanía otorgada al Rey de Castilla por la Bula Inter Coetera del Papa Alejandro VI, y su conversión a la verdadera fe. Los habitantes de estos territorios no serán considerados como extranjeros o enemigos, sino súbditos formalmente libres e  iguales a los castellanos, y a los que se pretende integrar en el sistema hispánico, en los ámbitos político, religioso, lingüístico, cultural y laboral. Para esto, se prohibirá la esclavitud del indio y se establecerá un sistema tuitivo, protector de las comunidades indígenas o “repúblicas de los indios “, que serán gobernadas en sus respectivos Cabildos, según el modelo castellano, por sus propios caciques y principales. Este sistema mantendrá su vigencia hasta la independencia de las repúblicas iberoamericanas.
               
Las huestes indianas serán expediciones privadas, legalmente constituidas y al mando de un capitán oficialmente designado. Sus miembros serán voluntarios, reclutados por el capitán bajo el pendón real y su propio estandarte o bandera, bien en la Corona de Castilla o bien en territorios americanos previamente dominados. A dicho capitán se le otorgaba una Capitulación en la que se le autorizaba a hacer exploraciones, corriendo con los gastos de las mismas, con la obligación de que las tierras descubiertas pasasen a soberanía real, facilitar la difusión del Evangelio entre los naturales, que se fundasen villas y se poblasen, y que se respetasen los bienes de los naturales.  Se trata normalmente de unos pocos cientos de hombres, a menudo sin instrucción militar previa. El arma más utilizada será la ballesta, junto con la pica larga, mucho más que los arcabuces y  pequeños cañones. En vez de las pesadas armaduras de acero, incómodas en climas tropicales y húmedos, se generalizó el peto de algodón acolchado, predecesor del chaleco antibalas, usado por ciertas tribus del actual México. A su vez, se utilizaron profusamente el caballo y los perros con fines bélicos. 
               
Estas huestes indianas son las verdaderas artífices de la expansión castellana en el Nuevo Mundo en menos de cincuenta años. Se calcula que en conjunto no serían más de diez mil individuos mal aclimatados, desconocedores del terreno y  escasos de armas, que someterán a la autoridad real a inmensos imperios militaristas, poblados por decenas de millones de almas. La explicación de todo ello puede encontrarse en el hecho de que serán los propios amerindios el  principal instrumento de la conquista, como cargueros o tamemes, espías, guías, intérpretes y, sobre todo, como aliados. Es el caso, por ejemplo, de los indios mejicanos que marchan con Pedro de Alvarado a la sumisión del reino de Guatemala, recibiendo fuero de conquistador como los castellanos. Se podría afirmar que América se conquistó a  sí misma en provecho de Carlos 1.
               
El impacto humano en la población indígena se puede catalogar de auténtica catástrofe. Aparte de los efectos de las matanzas militares que se produjeron y de los excesos en los trabajos forzados en los primeros momentos de la conquista, el principal culpable de la gran mortandad que se producirá en toda América serán las enfermedades comunes en Europa y Africa, principalmente la viruela, el salampión, la tuberculosis y la gripe común, a las que los nativos no tenían resistencia genética. Los gérmenes y virus serán extendidos inconscientemente por todo el Caribe, y saltarán de tribu en tribu por todo el continente. La rendición de Tenochtitlán en 1521 se produjo al diezmarse los defensores de la ciudad por una epidemia de viruela, y será también esta enfermedad la que mate al Inca Huayna-Capac y a infinidad de sus súbditos antes de la llegada de Pizarro. Después de la pacificación, y durante todo el siglo XVI, cada pocos años se registra la existencia de plagas que matan a cientos de miles de personas.
               
En la época de Carlos asistiremos al inicio de la primera gran migración transoceánica de la historia moderna. Se calcula, por estudios de las naves que cruzaron el Atlántico en estas fechas registradas en el Archivo General de Indias, que los barcos transportarán hacia el Nuevo Mundo durante la Edad Moderna a medio millón de almas. A diferencia de otros movimientos migratorios que le sucedieron, como el caso anglosajón, el paso a las Indias estaba sujeto a unas ordenanzas muy estrictas. Mientras que, por ejemplo, los asentamientos norteamericanas de Inglaterra fueron concebidos como colonias de deportación masiva de presos comunes y disidentes políticos y religiosos,  en muchos casos sujetos durante años a un régimen de semi-esclavitud, la América Española se vertebró como un territorio de la Corona de Castilla, y, en principio, y aunque no siempre se cumplió, estaba prohibido pasar a ella a extranjeros, personas de linaje musulmán o hebreo, procesadas por la Inquisición,  negros ladinos, gitanos, esclavos casados sin sus esposas e hijos, mujeres solteras sin licencia o casadas sin sus maridos. También comenzará en esta época otra migración forzada, la importación sistemática de esclavos negros. La trata de esclavos será directamente controlada por la Corona, y las licencias y asientos estarán en la mayoría de los casos en manos de comerciantes extranjeros, destacando entre todos ellos los portugueses, tras la unión de las Coronas. En la época inmediatamente anterior a la independencia de las Repúblicas americanas, más de la mitad de la población negra, sin mestizar, de la América española  era libre.
               
Los españoles continuarán en América, Oceanía y Asia su propia tradición mestiza. Los matrimonios mixtos entre castellanos e indios serán autorizados desde 1501 por la Corona, pero la mayor parte del mestizaje de los primeros momentos se deberá a la escasez de mujeres españolas en América y a la poliginia o amancebamiento de españoles con indias o negras.  En estos primeros momentos, fue común o bien que los padres los reconociesen, pasando a ser considerados españoles, o bien que quedasen con sus madres y fuesen educados como indios. En todo caso, la adscripción a un grupo u otro tenía un carácter cultural, más que racial. El mestizaje no es un fenómeno exclusivo de la América española, pero sí es su característica fundamental, dado que, además del cruce biológico, tendrá importantes connotaciones culturales.
               
La rapidez de la penetración en América tuvo como una de sus causas principales la esperanza de encontrar oro. Se encontrará rápidamente en las Antillas, y una vez agotados los placeres auríferos de las islas, en la década de los años treinta se encontrará plata cerca de la ciudad de México y en Taxco, y yacimientos auríferos en el interior de Nueva Granada. La década siguiente será la de los hallazgos más importantes, los de las minas de plata de Potosí, hoy en Bolivia, y Zacatecas, en México, y la plata desplazará al oro como metal precioso en producción. Según cálculos de Haring, la América española producirá hasta 1560 oro y plata por valor de ciento cuarenta millones de pesos, lo cual supondrá un 90% de las exportaciones indianas. La mejora en la producción será consecuencia de la aplicación a la industria minera de la obtención de plata mediante la amalgamación con mercurio, patentada por Bartolomé de Medina en 1555 en Pachuca (México), con el nombre de “beneficio de patio”.  Este sistema vino a desplazar al  sistema prehispánico de fundición del mineral en hornos o huairas, dado que permitirá aprovechar minerales de más baja calidad, y será el motor del rápido desarrollo económico de los Virreinatos de Nueva España y del  Perú.  En un primer momento, el mercurio o azogue tendrá que ser importado en su totalidad de Almadén, en aquellos tiempos arrendada a los banqueros alemanes Fugger (o Fúcares), hasta que en 1563 se descubra la mina de Huancavélica, en el Perú.
               
El sistema monetario de Castilla será trasvasado a las Indias, con la aspiración, tanto de la monarquía como de los comerciantes,  de que las acuñaciones de ambos lados del Atlántico circulasen sin cortapisas. En el período inicial se acusa notablemente la escasez de monetario, que se intenta suplir con el envío de monedas de la ceca de Sevilla, lo cual devino a todas luces insuficiente al dilatarse enormemente la zona de soberanía, y la acuñación de discos metálicos en territorio americano. La primera acuñación específicamente destinada al Nuevo Mundo está fechada en 1504, de la ceca de Sevilla, y es una moneda de cuatro maravedís de cobre, que se seguirá acuñando hasta 1535. También se enviarán reales de plata y divisores de vellón en 1506 y 1511. Ya desde 1493 los Cabildos indianos presionarán a los soberanos para crear cecas en las Indias. El mayor obstáculo será la falta de personal especializado, dado que aquellos que cruzaban el Océano preferían dedicarse a la platería, actividad mucho más lucrativa, que a batir moneda. La Corona además desconfiará de las licencias a particulares, dado el pésimo resultado que esta práctica había dado en las emisiones bajomedievales castellanas.
               
En territorio continental, y más específicamente en la Nueva España, la primera moneda hispánica auctóctona acuñada será el peso de oro de Tepuzcue. El sistema monetario prehispánico estaba basado en las tajaderas, el  oro en polvo contenido en los cañones de las plumas de aves y en los granos de cacao. Estas formas de pago tenían el grave inconveniente de las grandes alteraciones en su valor. La moneda más menuda será el grano de cacao, y mil seiscientos granos equivalían a un peso de oro de Tepuzcue. Otro medio de pago serán las águilas de Moctezuma o quauhtli, reservadas para pagos de importancia. Dichos pesos de Tepuzcue no tendrán un valor uniforme, sino que variará según su peso y ley.
                    
La primera Casa de la Moneda que se establezca en las Indias será la de México, el 11 de mayo de 1535. Sus Ordenanzas están inspiradas en la Pragmática de Medina del Campo de 1497, y dependerá directamente del Consejo de Indias, y no de los contadores mayores de Castilla como las peninsulares. Sus funcionarios eran nombrados por el virrey, sus oficiales gozaban de exención de impuestos y los derechos de amonedación triplicarán los de las cecas peninsulares. En la misma se acuñarán monedas de plata y vellón, quedando la labor del oro reservada a la Casa de Sevilla, aunque en la práctica la actividad se reducirá al numerario de plata, debido al rechazo popular a las acuñaciones de vellón. Según documentos de la época, en los primeros veinte años de vida de la ceca se acuñaron unos dos millones de piezas de cobre y 38.200.000 pesos duros de monedas de plata del patrón real.
               
Todas las monedas emitidas lo serán a nombre de Carlos y de su madre Juana. La base del sistema monetario, como en Castilla,  será el maravedí en las monedas de cobre y el real en las de plata.  Existen acuñaciones de uno, dos y cuatro maravedíes . Desde 1542 encontramos la de cuatro maravedís. En su anverso aparece una K coronada entre un castillo y un león, y una granada, y en el reverso una .I. latina también coronada entre los mismos motivos heráldicos, pero sin la granada. Las acuñaciones de plata de esta ceca comenzarán en 1536, con cuños posiblemente grabados por Antonio de Mendoza, en los que no aparecen olas bajo las columnas de Hércules. Se acuñarán cuartos, medios, reales y monedas de dos y tres reales. Como había confusión entre las monedas de dos y tres reales, a partir de 1538 se deja de acuñar la moneda de tres reales, sustituyéndola por la de cuatro reales.
               
Nuevas acuñaciones se producirán desde 1537. El numerario de plata de menor  valor  será el medio real, habiendo dos variantes de acuñación. En las mismas aparecen la K y la .I. de las iniciales de los reyes Carlos y Juana, coronadas dentro de una orla circular. En ambos reversos se hace alusión a la leyenda Plvs Vltra y a las columnas de Hércules coronadas, y a la expresión Hispaniarvm et Indiarvm, Reyes de España y de las Indias, motivos que se repetirán en todas las acuñaciones de esta ceca. En las monedas de mayor  valor serán las armas de la Corona de Castilla el motivo de los anversos. Encontramos dos tipos distintos de monedas de un real,  dos tipos igualmente de acuñaciones de Reales de a dos y otros dos tipos de Reales de a cuatro.
               
El 3 de noviembre de 1536 se abrirá en Santo Domingo, en la isla Española, la segunda ceca en territorio americano, que tendrá una vida efímera y escasa producción monetaria. En la misma encontraremos acuñaciones de cobre del patrón maravedí. Hay dos variantes de monedas de cuatro maravedíes acuñadas desde 1542 a 1566 a nombre de Carlos y Juana, con el motivo de las columnas de Hércules coronadas, y una acuñación que, siguiendo el modelo de la Real Cédula de 1544, presenta un castillo en el anverso y un león en el reverso, y la leyenda Karolvs Qvintvs Indiarvm Rex. Otra acuñación sin fechar a nombre de ambos soberanos presenta en su reverso el escudo de la Monarquía, incluyendo en sus cuarteles los escudos de los demás reinos no castellanos, siendo una excepción a lo observado en las monedas americanas de la época. También hay una emisión sin fechar de una moneda de once maravedíes. 

Bibliografía.

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* Monedas hispánicas 1475-1598. Banco de España. 1987.
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   Ciencias. nº37. 1992.

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