miércoles, 4 de mayo de 2011

Los duros de Alí Bey

Publicado en Crónica Numismática, Febrero 2004, pp. 44-45

En 1814 se publica por primera vez en Francia un magnífico libro de viajes, escrito en primera persona por un presunto príncipe árabe llamado Ali Bey, que rápidamente es traducido a las principales lenguas del occidente europeo y que llegará a convertirse en un auténtico best seller de la época. En el mismo se relata detalladamente el periplo del autor por los países islámicos de la cuenca mediterránea y parte del Imperio Otomano, y contiene numerosas anotaciones etnográficas, geográficas, científicas y, en el tema que nos ocupa, numismáticas. El autor del famoso libro será en realidad un catalán, Domingo Badía Leblich, extraña mezcla de espía, aventurero y científico autodidacta que llevó a cabo este magnífico viaje a instancias de su rey Carlos IV y su valido, Manuel Godoy, y que ha pasado a la historia por ser el primer cristiano occidental que visitó y describió La Meca.

La información biográfica de Domingo Badía, nacido en Barcelona en 1767 y bautizado en su catedral, es relativamente escasa. Muy joven, a los catorce años, lo encontramos trabajando como funcionario en Granada, y será sucesivamente contador de guerra y administrador de tabacos en Córdoba a la temprana edad de veintiséis años. Hombre sin estudios superiores, pero con una enorme curiosidad científica y capacidad de estudio, destacará por sus amplios conocimientos en historia natural, física, filosofía, matemáticas y astronomía, amén de los sólidos estudios sobre lengua y cultura árabe que demostrará en sus viajes. Su carácter emprendedor y aventurero, recogido en las memorias de Manuel Godoy, le hizo proponer a la Corte un viaje de exploración por el norte de África y Oriente Medio, reconvertido por el interés de Godoy en un viaje preparatorio de una ulterior expansión económica y eventualmente política de estos territorios de la Corona de España. Una vez aprobado dicho viaje, y dotado de fondos suficientes por el valido, Domingo Badía no dudará en hacerse circuncidar en Londres, requisito necesario para hacerse pasar por islamita sin levantar sospechas.

 A primera vista, dicha aventura entrañaba numerosos riesgos, y necesitaba de un amplio conocimiento de las costumbres, lengua e historia de los  pueblos islámicos. Algunos autores han apuntado que seguramente una de las razones por las que su misión tuvo éxito es la propia religiosidad de esta cultura, que  acepta sin dudar el hecho de la pertenencia al Islam de una persona si la misma declara serlo y hace profesión de fe, aunque se trate, como en el caso que nos ocupa, de un curioso individuo que afirmaba ser un príncipe abasí, y por tanto descendiente del propio Mahoma, de origen sirio y criado en diferentes países de Europa. La primera parte del viaje se desarrollará en Marruecos, donde, y debido fundamentalmente a la liberalidad con la que gasta en suntuosos regalos los fondos que le habían sido entregado, entabla amistad con el propio sultán Mulay Solimán. Mientras que su libro nos muestra a un príncipe preocupado por la flora, la astronomía y la geografía de un país que recorre en gran medida, las memorias de Godoy nos presentan sus intrigas para que el sultán se aliase con España, amén de ciertos tanteos para sublevar a las cabilas contrarias al soberano cuando falló su complot.

En todo caso, parece que Domingo Badía tuvo que abandonar Marruecos a toda prisa, al volverse sospechoso para el sultán. Una vez liberado de la carga de espiar para Carlos IV, su periplo continuará mucho más relajadamente por los países del Mediterráneo Meridional y Oriente Medio, tomando datos precisos sobre las costumbres y la geografía de los lugares que visita. Así, recorrerá en barco las costas de Berbería, haciendo escala en Trípoli y Chipre, el Egipto Mameluco y el occidente de la Península Arábiga, el Mar Rojo, Palestina, Siria y la península de Anatolia. Tras cuatro años de viaje volverá a España en el mismo momento en el que es ocupada por las tropas napoleónicas. Ofrece sus servicios al derrocado rey, que le remite a Napoleón, y de París pasará otra vez a España al servicio de José I Bonaparte, ejerciendo cargos de intendencia en Segovia y posteriormente otros de relevancia en Córdoba, Lucena y Écija. Tras la debacle de los ejércitos napoleónicos partirá al exilio en Francia, como tantos de sus compatriotas. Intentó obtener el perdón real de Fernando VII, a lo que nunca fue contestado, y, escaso de dinero, publicó su famoso libro que le dio fama internacional. Volvemos a encontrarle en 1815 en una misión secreta encargada por Luis XVIII de Francia, para la que adoptará la identidad de su supuesto padre, Otmán Bey, que concluirá con su muerte en Damasco en 1818. Mientras que en esas fechas se supuso que había muerto envenenado por agentes británicos, Mesonero Romanos afirma que había fenecido de disentería, de acuerdo con una carta del guardián del convento español de San Francisco en Damasco.

Los duros de Alí Bey

 Como ya se ha puesto de manifiesto anteriormente, el relato de los viajes del falso príncipe árabe está plagado de datos de extraordinario interés en varios campos, siendo durante muchos años los más fiables manejados en Occidente sobre el norte de África y Oriente Medio. Entre ellos se pueden destacar especialmente los referidos a las economías y los sistemas monetarios de los países por los que va pasando, de los que se pueden inferir auténticas “listas de la compra” y sistema de paridades de cambios de moneda. Es bien conocido por los amantes de la numismática la circulación casi universal de la moneda de plata española durante toda la Edad Moderna. Y, siendo la que Badía usa habitualmente, al ser de la que dispone, nos facilita su distinta valoración en todos estos países. Encontramos, por tanto, en toda la obra continuas referencias a las acuñaciones hispanas de ocho reales, los famosos duros de plata, sistema monetario que con distintos nombres e incluso resellos circulaba como medida de pago internacional, y era incluso utilizada para ciertos negocios especulativos en distintos Estados europeos, significativamente en Francia.

Los duros, pesos, dólares o piastras, que con todos estos nombres fueron conocidos y valorados, fueron las monedas con las que Alí Bey viajó por todo el Islam occidental sin cortapisas. En relación con Marruecos, comenta que la moneda española es común en todo el país, y muy especialmente los ocho reales, conocidos allí como arriales, cuyo valor era de doce onzas del país, mayor que la mayoría de las acuñaciones de oro indígenas. Indica asimismo que la valoración de los reales de a dos, la peseta, era de tres onzas del país, y que el hecho de que se cambiaran los duros por cuatro pesetas y media  alimentaba un continuo contrabando entre ambos lados del Estrecho, llevando a África pesetas para cambiarlas por duros.  El sistema monetario marroquí, por lo demás, seguía siendo el mismo que había estado vigente en todo el Magreb y en Al-Andalus durante la Edad Media, basado en el flux o falús de cobre, el dirham u onza de plata y su divisor la muzuna o blanquilla, en proporción de cuatro blanquillas una onza. Como acuñaciones áureas circulaban el medio ducado, el ducado de diez onzas, metrical o metzkal y el baind’ki de veinticinco onzas. Comenta también Alí Bey que se encontraba en el sultanato gran cantidad de moneda falsa, al parecer procedente de Inglaterra.

En el convulso territorio de la Tripolitania, dependiente solo nominalmente de la autoridad del Califa Otomano, el sistema monetario estaba estructurado en función del hammissinn, pieza de plata, y sus múltiplos y divisores, a una paridad de veintiséis hammissinn por un duro. Comenta el autor que la moneda, especialmente la de plata, es de mala calidad y de aleación fuerte de cobre, estando sujeta además a todo tipo de variaciones en su valor según las circunstancias políticas. La moneda de cobre recibía el nombre de para, en proporción de doce paras y media por hammissinn. También cita tres acuñaciones de oro, los scherifi de cuarenta y ocho hammissinn, los nos scherifi de cuatro hammissinn y los mahbuh trablèssi de veintiocho hammissinn. Nombra también una moneda no circulante, sino de valoración, conocida como piastra, a un valor de cincuenta de ellas por un hammissinn.

A partir de este punto, las acuñaciones de uso corriente en todos los países que visita son las del sistema otomano. Así, aunque el Egipto mameluco, tras la guerra librada en su solar entre franceses y británicos,  sea prácticamente independiente de la Sublime Puerta, y en la Península Arábiga crezca con fuerza la revolución religiosa de los wahhabitas, base del sistema socio religioso vigente en la actual Arabia Saudita, la moneda circulante seguirá basada en la para,  pequeña pieza de plata o cobre. Encontramos también entre el circulante una moneda de similar formato al duro español o al thaler alemán, pero de valor muy inferior, debido a la baja ley de su acuñación, llamada piastra o goeurch, de cuarenta paras. También  cita otra pieza de plata, el yuslik, de cien paras, y una moneda de oro, el mahbub de El Cairo, de ciento ochenta paras.

Aunque la moneda otomana es de uso corriente, su cambio en duros españoles varía de manera sensible en los distintos países del Mashriq y Oriente Medio. Así, mientras que en las islas cercanas a Chipre, como Modón,  el cambio estaba establecido en ciento cuarenta paras el duro, en Alejandría se fijaba en ciento ochenta paras, el mismo que en La Meca, aunque como medio de pago valía doscientas paras en la Ciudad Santa. En Siria y Palestina, donde las piastras turcas valían cuarenta y cinco paras en vez de cuarenta, el duro español se cotizaba también en ciento ochenta paras. Otra moneda que utilizará Alí Bey de referencia es el cequí de oro veneciano, con un valor al cambio local en Egipto y Palestina de cuatrocientas diez paras.

Bibliografía


Domingo Badía Leblich. Viajes de Alí Bey. Compañía Literaria, S.L. Madrid. 1997.
Màrius Carol. Aly Bey. El primer europeo en La Meca. Historia y Vida. Marzo 2001.

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