Guerrillero, bandolero, pastor, caudillo de la libertad hispana, soberano céltico cuasi divino, prototipo de nobleza bárbara... la figura de Viriato ha tenido muchas y muy diversas interpretaciones, ya desde la antigüedad clásica. Aunque durante mucho tiempo se daba por hecho su nacimiento en la Sierra de la Estrella, en el actual norte portugués, y su origen humilde, algunos autores como García Moreno o Pérez Villatela le hacen oriundo de la zona meridional de la Lusitania, en la frontera de la Beturia céltica. Como caudillo de un ejército que llevó la guerra a gran parte de la Provincia Ulterior romana y con expediciones también a la Citerior, infringirá a sus legiones algunas de las más humillantes derrotas de su historia, y llegará a controlar la mayor parte del mediodía peninsular.
Los datos que nos ofrecen las fuentes clásicas sobre los pueblos lusitanos inciden en la riqueza del país y en la gran diferencia económica y social que existía entre sus habitantes, encontrándose la riqueza ganadera y agrícola concentrada en pocas manos. Este desequilibrio social habría motivado, según los autores latinos, la existencia de un bandolerismo endémico entre los lusitanos y sus vecinos vettones, que no era de tribu o linaje, sino que, a decir de Diodoro, se trataba de jóvenes sin recursos económicos que se juntaban en los montes en bandas numerosas y que recorrían la península entera acumulando riquezas, al mando de caudillos como Púnico, Césaro, Tántalo o Viriato, el más famoso de todos ellos. Según informan los escritores clásicos, los romanos procurarán asentar a estas gentes haciendo reparticiones de tierras, como la prometida por Galba, que aprovechándose de este pretexto degolló a unos treinta mil lusitanos en el año 151 a.C. En virtud de estas afirmaciones, comunes en la historia de la conquista romana de Hispania para justificar la intervención armada y la pacificación de diversos pueblos, la línea más común de investigación histórica de este período ha visto la necesidad de tal intervención, y relaciona este fenómeno del bandidaje generalizado como el resultado de la pobreza de recursos de una capa importante de la población lusitana.
No obstante lo anterior, hemos de ser conscientes de que la depredadora administración republicana romana de esta época distaba mucho de controlar este indómito territorio, que había suministrado, junto con los celtíberos, la espina dorsal de los ejércitos de Aníbal, y donde encontraremos guerras y sublevaciones continuas hasta la época de César, e incluso más tarde. Junto a ello, también se puede poner en relación la existencia de estas expediciones o razzias con formas iniciáticas de jóvenes para adquirir un status guerrero, en cofradías guerreras comunes en el mundo indoeuropeo, y que observamos entre los germanos y los pueblos celtas, como por ejemplo los fianna, ejércitos mercenarios irlandeses. No se encuentra, entre los lusitanos, la institución de la realeza como forma de gobierno, aunque García Quintela ha elaborado una interesante teoría sobre la pervivencia de la institución en la figura de Viriato, en base a la comparación de la realeza celta conocida por las fuentes irlandesas y los datos recogidos por los autores clásicos sobre este caudillo. La clase guerrera debía estar fuertemente jerarquizada, lo que parece desprenderse de los diferentes tipos de panoplia que se recogen en los textos contemporáneos romanos, que citan la importancia de esta clase en la sociedad lusitana.
Los enfrentamientos de bandas lusitanas con las legiones romanas están documentadas ya desde el año 194 a.C., sucediéndose las incursiones en los territorios dominados por Roma, en ocasiones en connivencia con contingentes de guerreros celtíberos, durante la primera mitad del siglo II a.C. El comienzo de las guerras lusitanas se sitúa tradicionalmente en el año 154 a.C., cuando un caudillo lusitano de nombre Púnico, aliado con los vettones, deshaga un ejército pretoriano romano, al mando de los pretores Manilio y Calpurnio Pisón, causándole más de 5.000 bajas, lo que posibilitó su avance hacia el sur, devastando las ciudades de la Beturia y llegando incluso hasta el océano, y sucediéndose los enfrentamientos armados con desigual fortuna para los contendientes hasta el año 137 a.C. El sucesor de Púnico, Césaro, derrotó al pretor de la Ulterior, L.Mummio, matando a nueve mil romanos, mientras que otro caudillo luso, Cauceno, devastó la zona del Algarve, tomando la ciudad de Conistorgis y pasando a África, sitiando la ciudad de Ocilis, actual Arcila. En el año 151 a.C. los lusitanos aceptarán la paz con los romanos, ante la promesa del pretor S. Suplicio Galba de concederles tierras para establecerse, y treinta mil de ellos serán asesinados, librándose de la muerte unos pocos, entre ellos el propio Viriato.
Las campañas de Viriato
Viriato será elegido caudillo por los lusitanos en el año 147 a.C., y ese mismo año acorraló a las legiones del pretor Cayo Vetilio en un desfiladero del río Guadiaro, en una batalla en la que murieron diez mil romanos y el propio pretor, dejando en manos de su ejército la mayor parte del valle del Guadalquivir. Sus siguientes campañas consistieron en ataques a las guarniciones romanas de la Carpetania, consiguiendo su retirada, y durante los años siguientes conseguirá derrotar a los sucesivos cónsules enviados por la República Romana, desde su base del monte Venus, posiblemente la actual Sierra de San Vicente, reborde meridional de la Sierra de Gredos. En el año 140 a.C. Viriato, tras derrotar al procónsul Q. Fabio Máximo Serviliano, firmará un tratado de paz, comprometiéndose ambas partes a respetar los límites de influencia existentes en ese momento, reconociéndose a Viriato como amigo del pueblo romano.
La ruptura del tratado por el procónsul Q. Servilio Cepión y la acción combinada de sus fuerzas terrestres y la flota, que desembarcará tropas en el litoral lusitano, así como la entrada de las legiones de Popio Lenas, que había fracasado ante los muros de Numancia, por el valle del Duero, forzará a los lusitanos a retirarse a la Carpetania. Cepión recurrirá al soborno para el asesinato del caudillo, y lo llevarán a cabo tres emisarios de Viriato, llamados Audax, Ditalcón y Minuro, que tras su felonía no recibieron el pago prometido por el procónsul, dado que, como se argumentó en una frase que se ha hecho célebre, “Roma no paga a traidores”. Tras su muerte, la resistencia de los lusitanos se desmoronará, pero sus incursiones no desaparecerán hasta los albores de nuestra era, toda vez que se documentan enfrentamientos durante todo el siglo I a.C., e incluso llegarán a la época en la que Estrabón escribe su Geographika.
La figura de Viriato, como dijimos en la introducción, ha tenido las más diversas lecturas, ya desde época clásica, y es probablemente una de las figuras a las que más líneas se han dedicado en la historiografía de la Hispania Antigua. Sus contemporáneos latinos nos han transmitido su gran ecuanimidad en el reparto del botín obtenido, sus dotes de mando y arrojo en el combate. Sus virtudes militares quedan recogidas en un texto de Apiano, en el que el autor afirma que en los ocho años que mandó en el ejército lusitano, compuesto por elementos heterogéneos y seguramente integrado también por componentes vettones, célticos, turdetanos, oretanos y carpetanos, el mismo nunca se reveló contra él y siempre le fue sumiso, y que, como reza el título del presente artículo, sin la traición, había sido el Rómulo de Hispania. También parece que su figura fue utilizada por una corriente filosófica, la cínica estoica, como ejemplo de héroe justiciero y natural y para denunciar los males que aquejaban a la Roma republicana de finales del primer milenio a.C.
Las monedas del siglo II a.C.
Los ejércitos romanos utilizarán, durante las guerras de conquista mantenidas en diversos frentes mediterráneos en el siglo II a.C., monedas emitidas en las cecas itálicas, fundamentalmente en la propia Roma y en las islas de Sicilia y Cerdeña, con los sistemas metrológicos del as de bronce y del denario de plata, mezclados con numerario de los talleres indígenas, siendo la mayor parte del circulante durante la primera mitad del siglo de bronce. A partir de mediados del siglo, los legionarios recibían su salario en denarios de plata, pero también necesitaban moneda menuda de bronce para los pagos cotidianos, nutriéndose de numerario de bronce de las cecas indígenas, especialmente en la provincia Ulterior.
El uso de la moneda también era conocido por gran parte de los pueblos en cuyo solar se desarrollaron las campañas de Viriato. Aunque en ocasiones se ha defendido que su nacimiento o uso venía impuesto o potenciado por los conquistadores romanos, toda vez que sería una manera de obtener moneda fiduciaria menuda y un cambio en el sistema financiero de los distintos pueblos en aras de ajustar las relaciones económicas a una referencia monetaria y al cobro de tasas y exacciones, hoy en día muchos autores ven en el nacimiento de la moneda indígena la plasmación de los propios intereses sociales, políticos y económicos de cada uno de los diferentes pueblos.
Parece lógico pensar que, en la época en que Viriato y otros caudillos lusitanos operaban en toda la mitad meridional de la península, la posesión de plata y bronce amonedados, por su cualidad de ser fácilmente transportables y de medio reconocido de pago, así como por el valor intrínseco del metal, debía de ser, sino común, al menos probable, especialmente en la actual comunidad andaluza. Además de lo anterior, se ha constatado la existencia de ocultamientos o tesaurizaciones de monedas durante el siglo II a.C. en los territorios donde se desarrollaron sus campañas militares, predominando en esta época las monedas de gran módulo, con pocos ejemplares y normalmente de cecas indígenas.
Asimismo, no podemos olvidar que algunas de las ciudades que fueron castigadas por las legiones romanas por su connivencia con los lusitanos eran centros importantes en los que era común el uso de moneda, como Tucci, Astigi y Erisane, probablemente Arsa, y, muy especialmente, Obulco, las actuales Martos, Écija, Aziaga y Porcuna. Y es que los pueblos y etnias del sur y el occidente peninsular, amén de sus intentos de rebelarse contra el poder de Roma, serán el campo de batalla principal de las guerras lusitanas. En definitiva, un área donde se utilizan simultáneamente varios idiomas y alfabetos diferentes, como los de raíz púnica, ibérico del sur, latino o sudlusitano, pero donde se observa una cierta homogeneidad, al predominar las formas en nominativo en las leyendas monetales de la ciudad emisora.
Bibliografía
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Ÿ Santos Yanguas, N. y Roldán, J.M. Historia de España. Hispania Romana. Ed. Espasa. 1999.
Ÿ La guerra como estrategia de interacción social en la Hispania prerromana: Viriato, jefe redistributivo. www.ffil.uam.es/piberica/viriato/viriato.html.
Ÿ García Quintela, M.V. Mitología y mitos de la Hispania Prerromana, III. Akal Universitaria. 1999.
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