jueves, 30 de abril de 2015

La circulación de la moneda española en Brasil

Publicado en Numismático Digital, 29 de abril de 2015

http://www.numismaticodigital.com/noticia/8324/

La escasez de moneda propia en Brasil obligó a las autoridades portuguesas a autorizar la circulación de la moneda española en el territorio. Según Beltrán, la acuñación de moneda en Brasil fue muy tardía, por lo que se recurrió al cambio directo y al uso de las monedas de las Indias españolas o metropolitanas, con resellos no sólo de autorización, sino de elevación de su valor. Según Torres, es posible que ya desde mediados del siglo XVI las más de veinte casas de fundición de las que hay noticia resellaran o marcaran moneda indiana española, o incluso batiesen su propio numerario, dado que, aunque no se conservan ejemplares, existen algunos indicios documentales.

Ya en fecha tan temprana como comienzos del siglo XVII se comenzaron a resellar las monedas españolas en circulación, constando en las mismas el valor en reis otorgado. Existen resellos sobre reales sencillos, dobles, de a cuatro y de a ocho, con una corona muy sencilla y los números 60, 140, 240 y 480, respectivamente. En 1643, como recoge Foerster, los reales de a cuatro valían 240 reis, y en 1663 300 reis.

Juan IV autorizó en 1643 la circulación de los reales de a ocho, que se conocieron como patacas, y los de a cuatro o meias patacas, que fueron resellados mediante un carimbo con la corona real portuguesa y con indicación de su valor en reis, como antes se indicó. Los resellos se llevaron a cabo en Salvador de Bahía, Río de Janeiro y Marañón. En un principio cada real indiano estaba valorado en 2 vintens o 40 reis.

En Brasil se hicieron patentes los problemas derivados de los escándalos potosinos, y en 1647 y 1651 se prohibió la circulación de la moneda perulera, si bien se siguió permitiendo la batida en la ceca de México y la acuñada en las cecas peninsulares de Sevilla y Segovia, y en 1655 se volvieron a autorizar las monedas peruanas de nuevo cuño.

Nuevamente hacia 1670 se volvió a resellar la moneda española en circulación, mediante un anagrama con corona y los numerales 75, 150, 300 y 600, que representaban los valores en reis de los reales sencillos, de a dos, de a cuatro y los pesos. Tan sólo cinco años después se realizaron nuevos resellos, para adecuar la moneda española a su nueva valoración, con los números 80, 160, 320 y 640 –reis-. Hacia 1680, se resellaron asimismo reales de a cuatro y pesos con los valores 300 y 600 dentro de un recuadro coronado, y con otro resello de una esfera armilar coronada.

Desde que a finales del siglo XVII se descubrió oro en el territorio, una parte del mismo pasó a los territorios indianos de España a cambio de plata y otras mercancías. Como afirman Martin de Sousa y Valério, los principales productos de las Indias de ambas Coronas, como el algodón, carnes, azúcar o tabaco, eran similares, si bien Brasil fue un importante punto de introducción de mercancías europeas de contrabando.  Aunque la moneda de oro no tenía circulación legal en Brasil  este metal circulaba en el territorio, y eran comunes las joyas y ornamentos religiosos fabricados con el mismo, debido a que por su abundancia era relativamente barato. El punto principal de su entrada en los territorios hispánicos era el estuario del Plata.

Humboldt nos informaba que Brasil era el receptor de la mayor parte de la plata de contrabando que salía del virreinato del Perú. Dicho comercio ilícito se producía al este de los Andes, por la cuenca del Amazonas. A su entender, para la plata del virreinato meridional Brasil era un mercado casi tan lucrativo como lo era China para el septentrional. Entre 1/5 y ¼ de la producción de las minas de Pasco y de las de Chota habría seguido este camino. Por esta vía habrían salido de contrabando, según sus cálculos, doscientos millones de pesos desde el descubrimiento del continente hasta 1803.

El volumen de este tráfico hacía que algunas personas en Lima, según este autor, pensasen que si se vivificase el comercio por esta gran arteria fluvial sería mayor la exportación fraudulenta de plata. Ello había sido una rémora para el desarrollo económico de las provincias amazónicas del virreinato, las regadas por los ríos Guallaga, Ucayalo, Bení y Puruz, ahora conocidos como Huallaga, Ucayali, Beni y Purús, si bien su despoblación había facilitado enormemente la actividad de los contrabandistas.

A partir de 1808 se autorizó nuevamente el resello de los reales de a ocho españoles, dándoles el valor de 960 reis. Este valor, como recoge Santos, era el fijado en Minas Gerais, Cuiabá y Mato Grosso. En fecha 1 de septiembre de ese año se autorizó por alvalá a resellar los pesos de las cecas indianas, aplicándoles un resello o carimbo bifacial con el escudo de Minas Gerais y el globo de Brasil, siendo el facial que se le aplicaba notablemente superior al precio real de la plata. Montaner recoge otros resellos regionales realizados en Mato Grosso en 1818, en Ciuaba entre 1820 y 1821, en Ceara hacia 1834 y en Piratiny, como luego veremos, hacia 1835.

Blair afirmaba que entre 1810 y 1816 la moneda de plata circulante en Brasil estaba compuesta exclusivamente por reales de a ocho españoles reacuñados, siendo visibles los motivos originales cuando se hacía una inspección detallada. Eckfeldt y du Bois recogían asimismo que las emisiones de 960 reis de valor facial acuñados entre estos años eran “…simplemente dólares españoles en un nuevo vestido”.

Esta autorización coincidió cronológicamente con la fundación del Banco de Brasil y con la autorización de la circulación de los vales emitidos por las Reales Casas de Fundiçao do ouro da Capitania de Minas Gerais, cuyo exceso de emisión produjo su descrédito hasta en un 80%. Como afirmaban Eckfeldt y du Bois, si bien en 1833 se crearon nuevas monedas de plata con valores de 1.200, 800, 400, 200 y 100 reis, que al menos nominalmente estaban acuñadas de acuerdo con el patrón español de fineza, el circulante brasileño estaba principalmente compuesto por papel moneda.

Durante la conocida como Revolução Farroupilha o Guerra dos Farrapos, entre 1835 y 1845, liderada por la clase dominante gaucha de Rio Grande do Sul y en la que participó el después héroe de la Unificación Italiana Giuseppe Garibaldi,  se legalizó la moneda circulante en el territorio, entre ella la española. De entre las monedas reselladas, destacan las blastracas, moneda cortada normalmente de plata peruana o potosina resellada con valores de 100, 200 y 400 reis. Esta moneda cortada tenía formatos irregulares, con la línea de corte lisa, dentada u ondulada, y se utilizaba para cubrir las necesidades locales de moneda fraccionaria.  

BIBLIOGRAFÍA:

BELTRÁN MARTÍNEZ, A.,  Introducción a la Numismática universal, Madrid, 1987.
BLAIR, E.H., The Philippine Islands 1493-1898, Vol. LI, 1801-1840.
ECKFELDT, J.R., DU BOIS, W.E., A manual of gold and silver coins of all nations, stuck within the past century, Philadelphia, 1842.
FOERSTER, G.H., “Plata hispanoamericana en circulación mundial del siglo XVI hasta el siglo XX. Monedas de una exposición numismática”, Gaceta Numismática 141, junio 2001, pp. 41-59.
FOERSTER, G.H., “Un “Rarolus” de Santiago de 1796”, Crónica Numismática, diciembre 2005, p. 48.
HUMBOLDT, A. von, Ensayo Político sobre la Nueva España, T.III, Paris, 1827
MARTINS DE SOUSA, R. y VALÉRIO, N., “Portuguese prices and Brazilian gold in the 18th century”, 13th International Economic History Congress on “Global Moneys and Price Histories, 16-18 Centuries”, Buenos Aires, 2002.
McCLELLAN, L., “Two-bits, four-bits, six-bits, eight...” www.columnarios.com, 15 Jun 2008.
MONTANER AMORÓS, J., Los resellos. Las monedas españolas reselladas en el mundo, Valencia, 1999.
SANTOS, R.E., “El desarrollo monetario anglosajón en Brasil (1801-1822)”, Crónica Numismática, abril 2001, pp. 55-59.
TORRES, J., “La implantación de la moneda en América”,  Revista de Filología Románica, 11-12, UCM, 1994-95.

VICTORINO, Y., A Moeda da Revolução Farroupilha, Fundo da gaveta do Yuri




“Piezas de 960 reis de Juan VI del Brasil sobre duros españoles”, NVMISMA, nº 23, noviembre - diciembre 1956, pp. 179-180.

domingo, 5 de abril de 2015

La moneda española en Tahití

Publicado en Numismático Digital, 1 de abril de 2015
http://www.numismaticodigital.com/noticia/8242/

La isla de Tahití fue descubierta por Pedro Fernández de Quirós en 1606, y en el siglo XVIII fue visitada por algunos navegantes europeos, como el británico Samuel Wallis o el francés Louis Antoine de Bouganville. La Corona española, tras tener conocimiento de estos viajes y los de James Cook, con el fin de evitar el establecimiento en la Polinesia de otras potencias occidentales y para evangelizar a la población, tomó posesión en 1772 de la isla, que recibió el nombre de Amat, en honor del virrey del Perú Manuel Amat y Junyent.

El Virrey Amat envió cuatro expediciones: una a la isla de Pascua en 1770, que tomó posesión de esta isla, que recibió el nombre de San Carlos, en honor del monarca reinante, y otras tres a la Polinesia, con el objeto de ubicar sus islas en el mapa y fundar colonias, con el fin de proteger con ello las costas americanas. La primera expedición a Tahití salió del puerto del Callao el 26 de septiembre de 1772 en la fragata El Águila, al mando de Domingo de Bonaechea. Sus instrucciones fueron muy precisas, en el sentido de que el fin de la misma era “…atraer nuevas almas a la religión cristiana y nuevos vasallos al Rey”, lo que al parecer se cumplió, dado que Cook afirmó más tarde que los habitantes de Tahití siempre se referían a los españoles “…con las mayores expresiones de estima y consideración”.

Una nueva expedición fue enviada en 1774 al mando de Bonaechea, acompañado de dos misioneros, fray Jerónimo Clota y fray Narciso González, y de los dos indígenas supervivientes de los cuatro que vinieron en la primera expedición, llamados Pautu y Tetuanui. También les acompañaba como intérprete el limeño Máximo Rodríguez, que había aprendido el idioma en el primer viaje, y cuyo Diario es considerado actualmente la principal fuente de estudio de la sociedad tahitiana de la época. El día 1 de enero de 1775 se tomó posesión de la isla en nombre del Rey de España.  Tras la muerte de Bonaechea, la expedición volvió al Perú, dejando en la isla a Máximo Rodríguez, a los dos misioneros franciscanos y al grumete José Páez, que abandonaron asimismo la isla con la expedición de Lándara de 1775. Con ello se abandonaron definitivamente los intentos de establecimiento españoles en la isla.

La única referencia numismática que tenemos de estos viajes es que el comandante de El Águila recibió de la Real Hacienda para la expedición cien monedas de medio real y otras tantas de un real, que en su anverso llevaban el busto de Carlos III. Estas monedas, posiblemente acuñadas en la ceca de la capital virreinal, estaban perforadas con un agujero para servir de adorno a los collares que los españoles entregaron a los indígenas tahitianos.
Esta costumbre está ampliamente documentada en la América española, donde según Rocha las medallas de proclamación eran guardadas con cariño por los indios, y era habitual que se las colgaran al cuello, por lo que salvo escasas excepciones tienen un pequeño agujero para tal fin. Estas monedas fueron ensartadas en alambres junto con cuentas de vidrio azul, a modo de sarcillos, y según Máximo Rodríguez los tahitianos se los colocaban en las orejas a modo de pendientes.

En los años posteriores otros europeos, como nuevamente James Cook y la famosa Bounty del capitán Bligh visitaron la isla. Entre 1767 y 1797 Tahití perdió dos tercios de su población debido a las epidemias y el alcoholismo, en un fenómeno común al resto de la Polinesia y Nueva Zelanda. Tahití se convirtió en suministrador de carne de cerdo seco para la colonia penitenciaria de Port Jackson, hoy Sydney,  y en 1819 el rey Pomare II ordenó la destrucción de los ídolos, y la población estaba ya mayoritariamente cristianizada.

Durante el reinado de la reina Pomaré, antes del establecimiento del protectorado francés en la isla, la moneda más apreciada por sus habitantes eran los reales de a ocho españoles, la piastre espagnole à double colonne, si bien según los autores galos los aborígenes no conocían el valor de la plata, dado que no era extraño que ofertasen dos pesos fuertes por un objeto brillante. Los reales de a ocho recibían los nombres de dalla o tara, el mismo que posteriormente y hasta el siglo XX se dio a los dólares y a los pesos de las repúblicas iberoamericanas en circulación en la isla.

Cuando en 1843 los franceses tomaron posesión de la isla, la unidad monetaria adoptada fue el 20 de noviembre de ese año la de la moneda de cinco francos de plata, con un valor equivalente a los pesos chilenos en circulación. Pero en la práctica esta moneda oficial no se correspondió con la moneda circulante, dado que el numerario estaba compuesto en 1850 por onzas chilenas de oro, con un valor de 84 francos, y sus divisores de medio, cuarto y octavo de onza o doublon,  a un valor de 40, 20 y 10 francos. En cuanto a la moneda de plata, se encontraban en circulación los reales de a ocho españoles, con un valor de dos francos y medio, y las pesetas, estimadas en 1 ¼ francos.

En 1862, una tabla de cambios publicada en el periódico Messager de Tahiti muestra circulación de numerosas monedas foráneas en los establecimientos franceses de Oceanía, como los soberanos británicos y las águilas y dólares estadounidenses de oro y los dimes norteamericanos, chelines británicos y diversos pesos fuertes de plata, entre ellos el Douro d’Espagne, con un valor de 5 francos y 30 céntimos, y los reales españoles, que se estimaban en 66 céntimos. La presencia simultánea de estas monedas creaba dificultades, existiendo agios bancarios para los pagos y en las letras de cambio, y pérdidas o ganancias según la moneda utilizada.

Las ordenanzas del gobierno de 1857 y 1863 prohibieron la entrada de dólares de oro de San Francisco y la de los cóndores y medias piastras chilenas, lo que se convirtió en papel mojado.  La situación se complicó con la entrada de moneda falsa procedente de Perú y de Bolivia, con una ley menor que la legal. No fue hasta 1910 cuando se consiguieron erradicar por las autoridades del territorio los pesos chilenos y sustituirlos por numerario francés. Como se afirmaba en el Rapport de la Assemblée de la Polynésie Française 11-2006, de la Commission des finances, sobre una proposición para la introducción del Euro en el territorio, con la instauración del Banco de Indochina el 1904 el franco se fue imponiendo progresivamente a las monedas extranjeras en circulación, principalmente chilenas y peruanas


Bibliografía:

ALONSO IBARROLA, J.M., Tahití y sus islas. Guía, 2010.
BOVIS, E., “État de la société tahitienne à l'arrivée des Européens”, Revue Coloniale, 1855. Réédité en 1978 à Papeete par la Société des Études Océaniennes (74 pp.) 
MARTÍNEZ ABELLÁN, “Apport espagnol au mythe de Tahiti”, Babel, Littératures plurielles, 1/1996, pp. 61-71.
MELLÉN BLANCO, F., “El marino Santoñés Felipe González Haedo y del descubrimiento de la Isla de Pascua”, Monte Buceiro 2 –Cursos 1998, pp. 201-216.
MELLÉN BLANCO, F. “Un diario inédito sobre la presencia española en Tahití (1774-1775)”, Revista Española del Pacífico nº 2, Año 1992, pp. 109-182.
MORDIER, J.P., Tahiti: 1767-1842. Des premiers contacts au Protectorat, Service éducatif des archives territoriales de Polynésie française, CRDP, 2005.
O’REILLY, P., “La vie à Tahiti au temps de la reine Pomaré”, Société des Océanistes. http://books.openedition.org/sdo/924
ROCHA HIDALGO, G. de la, "Árbol genealógico de las monedas centroamericanas", Boletín nicaragüense de bibliografía y documentación, 127, abril-junio 2005, pp. 83-110.
TUMAHARI, L. “Les expéditions espagnoles à Tahiti au XVIIIe siècle”, http://www.lehman.cuny.edu/ile.en.ile/pacifique/tumahai_expeditions.html

VERDE CASANOVA, A., “España y el Pacífico: Un breve repaso a las expediciones españolas de los siglos XVI al XVIII”, Asociación Española de Orientalistas, XXXVIII (2002) 33-50.

jueves, 5 de marzo de 2015

Pedro Alonso O’Crouley, anticuario y numismático

Publicado en Panorama Numismático, 5 de marzo de 2015


http://www.panoramanumismatico.com/articulos/pedro_alonso_ocrouley_anticuario_y_numismatico_id02035.html

Entre los personajes numismáticos de nuestro Siglo de las Luces destaca la figura del gaditano Pedro Alonso O’Crouley y O’Donnell. Hombre ilustrado, que había recibido una esmerada educación en Francia,  fue una persona emprendedora, adinerada, amante del arte, de las monedas y de otros objetos artísticos del pasado. Sus proyectos culturales le convirtieron en un hombre famoso y reconocido, no sólo en su Cádiz natal, sino en el resto de España e incluso en otros países europeos. De entre sus obras destacan su Ydea Compendiosa del Reyno de Nueva España, cuyo manuscrito original se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid,  y, en el tema que nos ocupa, su traducción de la obra del político y escritor inglés Joseph Addison de 1721, Dialogues Upon the Usefulness of Ancient Medals.

Pedro Alonso O’Crouley, también conocido como O’Crowley,  nació en Cádiz en 1740. Era, como sus apellidos indican, hijo de irlandeses afincados en la capital andaluza. Empezó a trabajar como contable y tenedor de libros en una casa comercial, y desde muy joven se dedicó al comercio, pasando a Indias por primera vez en 1765 tras haberse matriculado un año antes en el Consulado de Comercio de su ciudad natal. Gracias a los beneficios de su actividad y a su matrimonio con María Power y Gil ascendió socialmente, llegando a convertirse en un rico comerciante, luego ennoblecido. Fue un referente en la vida social y cultural del Cádiz de la segunda mitad del siglo XVIII, donde destacó por sus labores filantrópicas. Aficionado al arte, a las antigüedades y a las medallas y monedas antiguas, llegó a formar una magnífica colección privada.

Su afición le llevó a visitar gabinetes en Inglaterra, Francia y Madrid, contactando con sus poseedores y teniendo con ellos una importante correspondencia epistolar, como sucedió con Patricio Gutiérrez Bravo, Antonio Tomás de Herrera, Antonio Ponz o Cándido María Trigueros. Alcanzó con ello el reconocimiento de importantes instituciones y anticuarios de su época, como la Sociedad de Anticuarios de Edimburgo o la Real Academia Española, donde fue recibido como correspondiente. Gracias a sus contactos adquirió las colecciones numismáticas de Patricio Gutiérrez Bravo, Juan de Rivera y fray Juan Adrián de San Luis, acrecentando con ello la suya propia.

O’Crouley coleccionaba monedas, medallas, camafeos, pinturas, estatuas antiguas y objetos de ciencias naturales, con los que formó un gabinete o museo en su domicilio de Cádiz, que fue descrito por el viajero, historiador ilustrado y miembro de la Real Academia de la Historia Antonio Ponz Piquer en su visita a la ciudad.  Afirmaba Ponz que su colección de pinturas ascendía a un par de centenares de piezas, con autores nacionales y extranjeros tan afamados como Veronés. Ribera, Rubens, Murillo, Zurbarán o el propio Velázquez. Recogía asimismo que se había dedicado especialmente al conocimiento de las monedas antiguas, ascendiendo el número de ellas que poseía “…à unos quantos millares, y que es muy copiosa la coleccion imperial, y aun mas por su término la de nuestras Colonias…”

En 1795 O’Crouley publicó en castellano la traducción de la obra de Joseph Addison Dialogues Upon the Usefulness of Ancient Medals, conocida por los numísmatas  españoles en su edición original, con el nombre de Diálogos sobre las utilidad de las medallas antiguas, Principalmente por la conexión que tienen con los Poetas Griegos y Latinos, que tuvo una amplia difusión. La traducción se ciñó en gran medida al original inglés, si bien suprimió algunas frases que podían ser ofensivas para los católicos españoles. Como apéndice a la obra incluyó asimismo una descripción de sus propios fondos, publicada un año antes, por lo que, como afirma Sánchez-Cantón, fue el dueño de la primera colección española de cuadros y estatuas que tuvo un catálogo impreso.

En la misma afirmaba que era Teniente Cuadrillero Mayor de la Santa Hermandad de Toledo y Socio de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Según recoge Ortiz de Urbina, ofreció dedicar la publicación de esta obra a la Sociedad Bascongada, sin contraprestación de abono de gastos de impresión, lo que fue aceptado a condición de que la obra superase una revisión efectuada por personas inteligentes. En su dedicatoria a la misma hace referencia a Alfonso el Magnánimo, al célebre Arzobispo de Tarragona don Antonio Agustín y a los trabajos realizados por la Sociedad para adelantar su museo numismático, “… que vendrá a ser con el tiempo uno de los mas preciosos de nuestra Península”.

En las Notas a dicha traducción comentaba el precio y estimación que tenían entre los anticuarios las monedas, que estaban en relación con la falta que les hacía para completar sus colecciones. Los autores Valliant, Morelio y el Padre Flórez habían dejado listas  de las medallas o tipos con mayor apreciación en todas las series que habían tratado, si bien, a juicio del autor, “…sus calificaciones padezcan excepción a veces. Una moneda podía ser rara en un país o nación, y común en otros, pero siempre para el autor se reputaban como apreciables los tipos que rara vez se descubrían, así como las de los emperadores romanos que reinaron poco tiempo, y muchas veces se estimaba más las monedas y medallas de bronce, por ser más raras, que las de oro y plata.

Para dedicarse al estudio de la numismática era a su entender necesario tener aplicación y constancia, en un conocimiento muy agradable para quien lo emprendía, y aunque el fruto de esta tarea no era tan brillante en el mundo como el de otros ramos de la literatura, “…era de grande utilidad para descubrimientos Geográficos, Chronológicos, y otros muy apreciables conocimientos”. Hablaba también de muchas obras inútiles que salían cada día a la luz, “…que parecen inventadas para la enorme fatiga de la prensa, y detrimento de las Ciencias útiles; que solo pueden servir de robar á los estudiosos un tiempo que, según el cómputo y periodo breve de la vida, jamas basta para lo mucho y bueno que hay escrito, y lo que mas importa saber á todos para una instruccion sólida y permanente”.

También hacía referencia a la barbarie de fundir las monedas de oro y plata, una costumbre que se seguía practicando con gran pesar de los sabios por joyeros y veloneros. El gobierno debía a su entender ordenar que, al igual que les estaba vedado fundir las monedas circulantes, se les debía prohibir expresamente la fundición de moneda antigua, imponiendo multa a los contraventores. Debía asimismo prohibirse su salida, como lo estaba la de las pinturas “…de nuestros Autores mas clásicos”.

La parte más voluminosa de la obra, desde la página 169 a la 585, y con portada independiente, viene dedicada a la descripción de su propio monetario, Musaei o-Croulianei compendiaria descriptio; ó Catálogo de las medallas, camafeos, monumentos antiguos &c., de don Pedro Alonso O’Crouley, Madrid, 1794. El mismo, según su propio testimonio, estaba compuesto de “…cuatro mil quinientas medallas útiles en sus diferentes clases, sin numerar los duplicados, que bastarían á formar el decente y copioso Monetario de un aficionado”. Como recoge Sánchez-Cantón, se trataba de un catálogo elaborado con asesoramiento técnico, lo que separaba a este libro de los inventarios al uso de los siglos XVII y XVIII. En cuanto a su difusión, su obra es citada, por ejemplo, por Josef Salat.

Como otros tantos comerciantes gaditanos, O’Crouley sufrió la drástica disminución de las actividades comerciales como consecuencia de las guerras y de la ocupación francesa de la Península. Para mantenerse tuvo que vender gran parte de su patrimonio. Tras la Real Cédula de 6 de julio de 1803, por la que se concedía a la Real Academia de la Historia la inspección de las antigüedades españolas, O’Crouley ofreció su colección de monedas a la Academia mediante compra o a cambio de un empleo en Madrid para uno de sus hijos, o una pensión segura por dos o más vidas, lo que finalmente fue rechazado tras el informe de José Antonio Conde de 16 de diciembre de ese mismo año. Falleció, rodeado de su numerosa familia, en 1816.


BIBLIOGRAFIA

ADDISON, J., Diálogos sobre las utilidad de las medallas antiguas, Principalmente por la conexión que tienen con los Poetas Griegos y Latinos, traducción de O’CROULEY, P.A., Madrid, 1795.
BERNABÉU, S., «Pedro Alonso de O'Crouley y O'Donnell (1740-1817) y el descubrimiento ilustrado de México», Congreso Internacional «Irlanda y el Atlántico ibérico: movilidad, participación e intercambio cultural (1580-1823), EEHA y Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, del 30 de octubre al 1 de noviembre de 2008.
GATELLI I CARNICER, P., El argonauta español: Periódico gaditano,  2014.
MARTÍN ESCUDERO, F., CEPAS, A. y CANTO GARCÍA, A., Archivo del Gabinete Numario. Catálogo e Índices, Real Academia de la Historia, Madrid, 2004.
MORA, G., Diccionario histórico de la arqueología en España:(siglos XV-XX), Madrid, 2009.
ORTIZ DE URBINA MONTOYA, C., “Un gabinete numismático de la Ilustración española: La Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y Diego Lorenzo de Prestamero”, Cuadernos Dieciochistas, nº5, 2004, pp. 203-250.
PONZ PIQUER, A., Viage de España, en el que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella, Tomo XVIII, Obra Póstuma, Madrid, 1794.
RODRIGUEZ CASANOVA, I., “La Numismática en la España de la Ilustración”, en De Pompeya al Nuevo Mundo: la corona española y la arqueología en el siglo XVIII, ALMAGRO GORBEA, M., MAIER ALLENDE, J., (ed.), Real Academia de la Historia, 2012, pp. 157-171.
SALAT, J., Tratado de las monedas labradas en el Principado de Cataluña, con documentos justificativos, Tomo I, Barcelona, 1818.
SÁNCHEZ-CANTÓN, F.J., “La primera colección española de cuadros y estatuas que tuvo catálogo impreso”, Boletín de la Real Academia de la Historia, T.111, 1942, pp. 217-227.
SOLÉ, P.A., “El anticuario gaditano Pedro Alonso O'Crouley. (Su vida, su Museo y sus diálogos de Medallas antiguas, con una carta inédita a don Antonio Ponz)”,  Archivo hispalense: Revista histórica, literaria y artística, Tomo 44, nº 136, pp. 151-166.

miércoles, 4 de marzo de 2015

La moneda española en las Islas Marianas

Publicado en Numismático Digital, 4 de marzo de 2015

http://www.numismaticodigital.com/noticia/8164/


El Archipiélago de las Marianas, junto con los de Palaos y las Carolinas, formaron parte desde el siglo XVI del Virreinato de Nueva España  y de la Capitanía General de Filipinas.  Visitadas por primera vez por Fernando de Magallanes en 1521, fueron bautizadas como Islas de los Ladrones. La ocupación efectiva del archipiélago comenzó el 15 de julio de 1668, con la llegada de una expedición de jesuitas que se estableció en Agaña, y recibieron su nombre actual en honor de Mariana de Austria, la esposa de Felipe IV. Desde este momento hasta su venta en 1899 a Alemania su patrón monetario fue el hispánico.

Afirma Patacsil que el trueque era la práctica habitual en el comercio entre los nativos chamorros de las islas antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI. A finales del siglo XVII y principios del XVIII la población local era pagada normalmente en especie, usualmente con hojas de tabaco procedentes de Filipinas, que suponían un salario diario de una décima parte de un real o la decimoctava  parte de un peso fuerte. Por ello, según Patacsil, un trabajador necesitaba trabajar de cuatro a seis meses para adquirir unos pantalones del material más barato, valorados entre seis y ocho reales.

La isla de Guaján, actualmente conocida como Guam, tenía gran importancia estratégica para España, al ser el principal puerto de escala para el Galeón de Manila, y prueba de ello es que en la misma se conservan cinco fuertes de la época hispánica, y un Camino Real que unía San Ignacio de Agaña con el puerto de Umatac. Tras el establecimiento de la primera misión en 1668 por Fray Diego Luis de San Vítores, fue habitual que la Nao de la China hiciese una parada en el puerto de Agaña, para desembarcar a los religiosos y funcionarios de la administración y el situado para el pago de los funcionarios, los soldados y estipendios para los misioneros. Dado que no había tiendas en las Marianas durante estos primeros años, según Patacsil los soldados normalmente utilizaban las monedas para apostar en el juego.

Poco después del establecimiento de los españoles, en 1686, el galeón Santo Niño partió hacia las Marianas, donde dos naves piratas inglesas merodeaban a la espera de la llegada del galeón Santa Rosa desde Acapulco. No pudo cumplir su misión de escoltar a esta última nao, que se dirigió directamente al puerto de Naga sin poder entregar los socorros que desesperadamente esperaban los colonos de las islas.

El 3 de junio de 1690  el galeón Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, escolta del Santo Niño, que transportaban el situado de las Marianas, al Gobernador General Fausto Cruzat y Góngora  y a soldados y misioneros franciscanos de Nueva España a Filipinas, se hundió en una colisión con arrecifes en la isla Cocos. Los trescientos pasajeros de la nao Pilar fueron rescatados, pero se estima que transportaba un millón y medio de monedas que se hundieron en el naufragio.

A comienzos del siglo XVIII el Gobierno Superior de Manila emitió un documento recomendando la introducción de moneda en las Marianas, dado que la escasez de circulante era la causa de una serie de problemas que necesitaban soluciones. El vice provincial de las misiones de las islas, Gerardo Bowens, se preguntaba en 1706 en relación a este documento cómo se podrían corregir las injusticias con la introducción de numerario, y estimaba que lo que habría que hacer era no compensarles con moneda, sino con artículos como los bolos–machetes-, carajayes-planchas de hierro-, y otros bienes y ornamentos que pudieran ser utilizados por ellos.

La introducción de numerario en las islas no se produjo por ninguna disposición gubernamental, sino por el desarrollo económico del archipiélago y por la necesidad de medios de pago para su comercio exterior. Las primeras relaciones fueron con las Filipinas, con las personas de paso en el galeón y porque el archipiélago filipino era el lugar de aprovisionamiento de las Marianas.

A finales del siglo XVIII, del montante global de los situados encomendados a la masa común o erario de Nueva España de 3.011.664 pesos anuales, correspondió a las Marianas en el año 1789 la suma de 20.137 pesos, y 25.223 pesos eran enviados a las Filipinas, si bien se fijó un situado para este último archipiélago de 250.000 pesos. En 1817 se transfirió el gobierno de las Marianas del Virreinato de Nueva España a la Capitanía General de Filipinas, y el situado se redujo a 8.000 pesos. 

En las mismas, como en Filipinas, se comenzaron a utilizar resellos para las monedas emitidas por las nuevas repúblicas hispanoamericanas a partir del 31 de octubre de 1828, con las letras F.7 y, posteriormente, con Y-II. Estos resellos fueron más comunes en los reales de a ocho, y como afirma Patacsil, es muy habitual que los mismos porten asimismo resellos chinos. La época de esta moneda resellada coincide en las Marianas con un periodo de reforma económica instituida por el gobernador Francisco Ramón de Villalobos (1831-1837), que reguló los derechos a cobrar en los puertos a las naves en tránsito e inició la producción de bienes para la exportación, como el índigo, la tapioca, los tintes o las conchas de tortuga.

Entre los años 20 y 50 del siglo XIX numerosos barcos recalaban a menudo en Guaján, por lo que sus marineros introdujeron en la isla numerario de diversas procedencias. Cada uno de los treinta a sesenta buques pesqueros, normalmente estadounidenses o británicos, que llegaban anualmente a la isla y paraban un mes o más en la misma para efectuar las necesarias reparaciones tenían unos gastos de unos seiscientos pesos.

En 1837 se decretó el cese de la circulación de la moneda resellada y la foránea, lo que creó según Patacsil una gran incertidumbre, al no haber uniformidad en el numerario circulante. Entre esta fecha y 1861 la moneda antigua procedente de las cecas de las Indias convivió con las pesetas, los cuartos y los maravedíes. Los maravedíes eran monedas de cobre acuñadas en España, equivaliendo 34 de ellos a un real, y los cuartos moneda de cobre fabricada en Filipinas por contratistas chinos, una suerte de moneda provincial que circulaba en Filipinas y la Micronesia española con un valor de cuatro cuartos por cada real.

Desde 1857 se estableció la Casa de Moneda de Manila, que proveyó a las islas de numerario de oro y plata. Por Orden de 1861 se ordenó la retirada de la moneda argéntea hispanoamericana, y entre este año y 1868 se acuñaron pesos, dos pesos y cuatro pesos en oro con el busto de Isabel II. Una nueva emisión de moneda de cuatro pesos se produjo entre 1880 y 1885, con el busto de Alfonso XII.

En 1864 comenzaron las emisiones de moneda de plata en Filipinas, de diez, veinte y cincuenta céntimos de facial, con su valor reflejado en fracciones de peso. Al igual que hemos visto para las emisiones áureas, hubo dos series coetáneas a las de la moneda de oro. Junto con la moneda batida en Manila, también circuló en las Marianas la moneda acuñada en las cecas metropolitanas, y en 1876 se autorizó asimismo la circulación de los pesos mexicanos en paridad a los acuñados en Manila. Estos últimos se convirtieron de facto en la moneda más común en circulación en Filipinas y toda la Oceanía española. También llegaron a circular aunque por muy poco tiempo los pesos batidos en Madrid en 1897 con destino a las Filipinas.

Cuando en 1899 los norteamericanos tomaron posesión de los fondos gubernamentales españoles de Guaján,  éstos estaban compuestos de moneda mexicana, española, filipina y de otras repúblicas sudamericanas.  Los norteamericanos introdujeron en la circulación de la isla un mayor número de pesos mexicanos. El 9 de febrero de 1899 el comandante Taussig emitió una Orden que fijó las siguientes valoraciones de la moneda circulante:

·         En moneda estadounidense, un dólar equivalía a dos pesos mexicanos.
·         La moneda española equivalía a la mexicana.
·         Un peso chileno equivalía a 75 centavos de dólar-
·         Un sol peruano equivalía a 75 centavos mexicanos.
·         Un peso colombiano equivalía a 90 centavos mexicanos.

En 1900 el peso mexicano o su equivalencia en moneda estadounidense se convirtieron en la moneda de curso legal, y no fue hasta el día 1 de julio de 1909 cuando la moneda estadounidense reemplazó completamente a la filipina y mexicana en Guam.

Alemania ya en 1885 había ocupado algunas islas en Palaos, lo que produjo un conflicto diplomático entre ambos estados en el que medió el papa León XIII a favor de España. Las pretensiones germanas sobre la Micronesia española no cesaron, y se materializaron cuando el 12 de febrero de 1899 adquirió a España las Marianas, las Carolinas y Palaos por 17 millones de marcos, o 25 millones de pesetas de la época.

Bibliografía:

FONSECA, F. de y URRUTIA, C. de, Historia General de la Real Hacienda, por orden del virey Conde de Revillagigedo, T. I., México, 1845.
MOORE, D.F., “Where is the gold? Silver and Copper Coins from two of Guam’s Historic Sites”, History of the Marianas, 2nd Marianas History Conference, August 30-32,2013, Mangilao, Guam, pp. 159-196. 
PATACSIL, P.E., Coinage in Guam during the Spanish era, Chapel Hill, N.C.: Professional Press, 1998.
VARELA, C., “Microhistoria de un Galeón: El Santo Niño y Nuestra Señora de Guía”, en Un océano de seda y plata: el universo económico del Galeón de Manila, BERNABÉU ALBERT, S. y  MARTÍNEZ SHAW, C. (ed), Sevilla, 2013. 


miércoles, 4 de febrero de 2015

La moneda vietnamita de la Edad Moderna y la plata española

Publicado en Numismático Digital, 4 de febrero de 2015


http://www.numismaticodigital.com/noticia/8073/

A diferencia de los grandes imperios de su entorno, como China o la India, una de las características del actual territorio vietnamita desde finales del primer milenio de nuestra Era fue su abundante producción tanto de oro como de plata, así como su extendido uso monetario. A pesar de ello, se vio inundado como sus vecinos en la Edad Moderna por la plata procedente del Japón y, muy especialmente, de las Indias españolas, lo que produjo numerosas crisis monetarias, a pesar del estricto control de sus autoridades. Vietnam fue, asimismo, el primer reino de Extremo Oriente que acuñó oficialmente un dólar, real de a ocho, en 1832.

Junto con las emisiones de oro, plata y cobre se acuñaron monedas de otros metales y aleaciones, como el zinc o el latón, especialmente a partir del siglo XVII, cuando el valor del cobre se incrementó con la afluencia de plata foránea. Al contrario que las autoridades chinas, en Vietnam se interesaron por controlar el flujo de plata que circulaba en su territorio, por lo que se promulgaron leyes para mantener un estricto control sobre el numerario de oro y plata, y conseguir la progresiva uniformidad del circulante con las monedas batidas en las cecas oficiales.

Los viajeros occidentales que recorrieron el territorio luego conocido como Indochina, como el portugués Tomé Pires en el siglo XVI o el misionero francés Vachet a comienzos del siglo XVIII, recogieron en sus obras la abundancia de metales preciosos en el área. Desde 1593 se amonedó plata en forma de lingotes de un dât, con un valor de 10 lang y un peso de 390 gramos, para el pago que los Lê hacían a sus tropas movilizadas contra la dinastía Mac del norte y contra la Nguyên del sur. Desde mediados del siglo XVIII, y debido a la devaluación de la plata por la afluencia de moneda española, se instauró un sistema más complejo de pequeños lingotes divisionarios.

En el principado meridional de los señores Nguyên, y para controlar el flujo de la moneda española que se introducía en su territorio, el señor Vô Vuong (1738-1765) decidió establecer una moneda argéntea nacional, a semejanza de los reales de a ocho españoles. Esta decisión se basaba en el hecho de que la paridad entre los pesos españoles y la moneda local fluctuaba no sólo en función del mercado local, sino también por las operaciones financieras de los comerciantes chinos de Macao en la región central de Thûan Hoa, en el centro del país.

Siguiendo el consejo del comerciante francés Pierre Poivre, publicó en día 20 de noviembre de 1749 un Edicto que ordenaba que los reales de a ocho de 27 gramos se recibiesen a un cambio fijo de 780 monedas de cobre circulantes en el reino, y que no pudiesen circular si no portaban el resello thôn dung realizado por los orfebres de la Corte. En tres semanas, y para dar cumplimiento a estas órdenes, se resellaron tres mil monedas con los signos del soberano. Esta fue la primera vez en la que, como afirma Thierry, se fijó el principio del estricto control del Estado de la circulación de la moneda extranjera en el territorio.

A comienzos del siglo XIX los emperadores de Vietnam intentaron controlar la masiva entrada de numerario extranjero, dado que estimaban que suponía un factor de desequilibrio para sus finanzas y un violento medio de intervención de los europeos en su economía nacional. Saigón era, junto a Bangkok y Singapur, uno de los principales socios comerciales de China, y el comercio del arroz y otros bienes y productos suponía la entrada de los cash chinos, utilizados para las transacciones menores, y de los reales de a ocho españoles, la principal moneda en el comercio de todo el área.

Por ello, el emperador Minh Mang decidió imitar los pesos, piastras o dólares occidentales, acuñando en 1832 una moneda de plata de 27 gramos de peso, con la leyenda Minh Mang thông báo en su anverso y en su reverso la representación de un dragón volador, por lo que fueron conocidas como philong. Su fineza se fijo en un 700º/ºº, mucho menor que los 900 º/ºº de los lingotes tradicionales vietnamitas, de los 935 º/ºº de los reales de a ocho españoles o los 903 º/ºº de los pesos mexicanos. Debido a esta baja ley, la población prefirió seguir utilizando los lingotes oficiales o recurrir a la moneda foránea, por lo que en 1835 cesaron las emisiones de estos primeros pesos o dólares orientales. 

Según recogía en su obra el misionero dominico español Manuel de Rivas, cuando la cosecha de arroz era buena entraban en el país ríos de preciosos metales, si bien desaparecían rápidamente de la circulación sin que nadie supiese dónde iban a parar. Afirmaba que había tomado datos sobre los sampanes chinos que habían ido a Tonkín a cargar arroz entre los años 1844 a 1846, y estimaba que los trescientos de estos barcos que había registrado habrían dejado en pago unos sesenta mil pesos sólo en el puerto de Hoa-Phaong–Hai Pong-, si bien en los otros puertos de la provincia del norte y de Hanói la extracción de grano y la introducción de plata debía de ser muy superior.

Según Rivas, en los tres meses de la venta del arroz se compraba una barra de plata de quince pesos por cuarenta y cinco Quam-Tien, o atados de Chapecas, pero pasado algún tiempo la plata desaparecía y la misma barra se estimaba en setenta y cinco a ochenta Quam-Tien. Las Doung-Tien o monedillas agujereadas en el centro, la antigua moneda de Tonkín y Cochinchina, eran similares según este autor a las Chapecascash- de China, aunque eran más pequeñas que las monedas chinas y sólo tenían curso entre los anamitas. A pesar de que no hubiese extracción, la moneda de bronce desaparecía de la circulación a los pocos meses de ser acuñada, al ser enterrada según este autor por la población. 

Tras el desembarco de las tropas hispano-francesas en el sur del país y la anexión de parte del territorio por Francia en 1858, los vietnamitas se vieron obligados a pagar indemnizaciones de guerra por un importe de cuatro millones de pesos. Para evitar la salida de numerario del país, el emperador Tu Duc mandó acuñar en 1865 una moneda de plata con la leyenda thât tiên nhi phân y una ley de 800 º/ºº, que no fue aceptada por los franceses, tanto por su baja ley en comparación a los ya predominantes pesos mexicanos en circulación como para evitar que Vietnam se dotase de una moneda nacional fuerte.

Todavía a finales del siglo XIX, como recogía Zay, en una Cochinchina cada vez más colonizada por los franceses, los pesos mexicanos seguían siendo la moneda corriente, como en todo el Extremo Oriente, y a causa de la falta de moneda menuda de plata se habían cortado en mitades llamadas rupias, cuartos ochelines y octavos, conocidos como medios chelines o clou.

Bibliografía

FRANÇOIS, T., “La monnaie vietnamienne, entre tradition việt et culture han”, Arts asiatiques, Tome 61, 2006, pp. 165-180.
RIVAS, M. de, Idea del Imperio de Annan: o de los reinos unidos de Tunquin y Cochinchina, Madrid, 1859.
TAGLIACOZZO, E., WEN-CHIN CHANG, Chinese Circulations: Capital, Commodities, and Networks in Southeast Asia, Duke University Press, 2011.
ZAY, E., Histoire Monétaire des Colonies Françaises, d’après les documents officiels, Paris, 1892.

miércoles, 7 de enero de 2015

El café Moka y los duros sevillanos

Publicado en Numismático Digital, 7 de enero de 2015

http://www.numismaticodigital.com/noticia/8000/

El Mar Rojo fue una arteria vital para la llegada de la plata española a los mercados de Oriente, por la que fluía gracias al comercio del café centrado en el puerto yemení de Moca, el mayor exportador de este producto entre los siglos XV y XVII y punto de control  del Imperio Otomano para el cobro de los tributos del tráfico en este mar. Procedente de este último y de Persia, la mayor parte de esta plata acababa siendo acaparada por el Imperio Mongol de la India.

Ya en el siglo XVI, y con el afán de controlar las rutas comerciales terrestres asiáticas, los portugueses ocuparon las salidas al Océano Índico en el estrecho de Ormuz y en el Mar Rojo. En el primero de ellos fundaron estados vasallos en sus principales enclaves, como Julfar, Lareca, Mascate, Barhein y la propia Ormuz. En cuanto al Mar Rojo, el bloqueo comercial llevado a cabo por los lusitanos fue la causa de importantes enfrentamientos en su cuenca con el Imperio Otomano a comienzos de este siglo, principalmente en Etiopía, el país de origen del café, y una de las principales causas de la anexión por los turcos del Egipto mameluco.

Las principales rutas terrestres que cruzaban Asia partían de los puertos mediterráneos de Alepo, Esmirna y de la misma Constantinopla. Las mismas suministraban plata española a la Persia safávida, a pesar de que entre los siglos XVI XVIII los enfrentamientos entre los persas y sus vecinos otomanos, uzbekos y mongoles de la India fueron frecuentes, pero la mayor parte de ella le llegaba por su comercio con los armenios, que vendían seda en Europa.

Persia era en muchas ocasiones sólo una escala en una tupida red comercial mucho más amplia, pero tenía una política monetaria muy estricta. Según Tavernier, los oficiales de comercio obligaban a los mercaderes a reacuñar los pesos españoles en abbassis, su propia moneda, que al llegar a la India debía ser nuevamente acuñada en piastras, perdiendo con ello los comerciantes un 10 ¼ % de su valor, por lo que los mismos intentaban ocultarlos en su transporte a través de su territorio.
 
Como recogía el abate Mably en el siglo XVIII, la mayor parte de dicha plata tenía como destino final el Imperio Mongol de la India. Aunque había varios itinerarios que pasaban o por Basora, donde en 1623 los portugueses habían fundado una factoría, o por Bandes-Abassi, una parte muy importante de la moneda española partía hacia el Mar Rojo para el comercio del café en Moca y en el estrecho de Bab-el-Mandel. Braudel recogía asimismo que todavía en el siglo XVIII este comercio del café seguía siendo vital para la llegada de la plata española a la India, como lo llevaba siendo desde el siglo XVI.

El principal puerto hindú de arribada de café era Surat, el más importante de los del subcontinente en esos momentos. Su precio venía referenciado en reales de a ocho, y fluctuaba en función de las llegadas de las flotas del Mar Rojo y de la distribución del mismo entre los distintos comerciantes. En 1670, cuando los barcos procedentes de Moca llegaban a Surat su precio era de 22 reales por maund, unos 18,18 kilos, bajando rápidamente el mismo a los 10-11 reales, que finalmente acababa estabilizándose en 12-13 reales. Los precios del café variaban asimismo en este puerto en función de la demanda de las principales áreas consumidoras, dado que una parte importante de la producción era enviada desde las zonas productoras a Alejandría, Persia y Basora.

La plata española era vital para la economía del Imperio Mongol, dado que era necesaria para su mantenimiento y financiación. En Surat se recibía la mitad de la plata española que llegaba a la India, de la que menos de la tercera parte venía por la ruta que circunvalaba África, dado que la mayoría llegaba por el comercio con el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, si bien también se obtenía plata de las relaciones con otras naciones asiáticas, e  incluso una parte procedía del comercio con Rusia.

Tavernier recogía que en la India los reales de a ocho acuñados en Sevilla recibían una estimación de entre 213 y 215 rupias cada cien piezas, mientras que los pesos mexicanos se pagaban únicamente en 212 rupias. Ello suponía que con los primeros se obtenía un beneficio de un 11%, mientras que con los novohispanos el mismo se reducía al 10 ¼ %  antes citado. Afirmaba asimismo que se encontraban en el comercio tres o cuatro tipos diferentes de duros españoles, con valores comprendidos entre las 208 y 214 rupias por cada cien de ellos, siendo los más estimados los sevillanos de peso completo, de 21 dineros y ocho granos, que recibían una valoración de 213 rupias, y las 215 rupias antes citadas si había escasez de plata. Según este autor, la ley de las rupias era mayor que la de las monedas españolas, dado que mientras que aquellas tenían una fineza de 11 dineros y 14 granos, los reales de a ocho sevillanos la tenían de 11 dineros y los mexicanos únicamente de 10 dineros y 21 granos.
 
BIBLIOGRAFÍA

BRAUDEL, F., La dinámica del capitalismo, Breviarios del fondo de cultura económica, México, 3ª reimpresión, 2002, traducción de Rafael Tusón Calatayud.
CANO BORREGO, P.D., Al-Andalus, El Islam y los pueblos Ibéricos, Madrid, 2ª Ed., 2013.
CHAUDHURI, K.N., The Trading World of Asia and the English East India Company: 1660-1760,  Cambridge University Press, New York, 1978.
GUNDER FRANK, A., ReOrient: Global Economy in the Asian Age, University of California Press, 1998.
MABLY, G.B., abbé de, Oeuvres complètes, T. IX, Toulouse, 1791.
MARCOS GUTIÉRREZ, J., Librería de Escribanos, Abogados y Jueces, que compuso don José Febrero, Escribano Real y del Colegio de la Córte, Parte Primera, Tomo Primero, Séptima Edición, Madrid, 1829.
ROBINSON, F, El Islam. Revelación e Historia, Barcelona, 2002.
TAVERNIER, J.B., Les six voyages de Jean Baptiste Tavernier en Turquie, en Perse et aux Indes, Amsterdam, 1678.

martes, 6 de enero de 2015

La moneda española en circulación en Canadá durante los siglos XVIII Y XIX

Publicado en Revista Numismática Hécate nº 1 el 25 de diciembre de 2014

http://revista-hecate.org/files/5714/1944/6659/Cano_Borrego1.pdf

Resumen:

Tras la firma del Tratado de París en 1763, la mayor parte de Nueva Francia, incluida Canadá, fue cedida por Francia a la Gran Bretaña. Ante la escasez de moneda circulante y el uso de papel moneda muy depreciado, en mayo de 1765 se declaró la obligatoria aceptación de los reales de a ocho españoles. De acuerdo a esta política, la moneda española, tanto la plata nacional y los doblones de oro como las pesetas provinciales metropolitanas, se convirtieron en el principal medio de pago del territorio, así como del de los aledaños de Nueva Escocia, Terranova y la isla del Príncipe Eduardo, hasta bien entrado el siglo XIX.