domingo, 7 de noviembre de 2021

Medallas, condecoraciones y distinciones españolas de los Próceres de México, Centroamérica y Perú, en el Bicentenario de su Independencia

 Publicado en UNAN Numismática, nº 44, 2021


Este año 2021, en el que se celebra el Bicentenario de las Independencias de México, Perú, las Repúblicas Centroamericanas y Panamá, es una buena ocasión para recordar la historia previa de los principales actores de las mismas, todos ellos sin excepción oficiales de alto rango de los Ejércitos y con importantes destinos en el gobierno de la Monarquía española, un pasado obviado por incómodo en la mayoría de unas biografías que mitifican a estas sin lugar a dudas importantes figuras. Por sus servicios a la Monarquía todos ellos recibieron importantes reconocimientos y medallas, que pasamos a detallar, con una pequeña biografía introductoria de estos primeros años de sus intensas vidas.

 Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu

El autor del Plan de Iguala y Emperador de México nació en Valladolid, Michoacán, el 27 de septiembre de 1783. Era hijo del navarro José Joaquín de Iturbide y Arregui, natural de Peralta, y de la michoacana de origen guipuzcoano María Josefa de Arámburu y Carrillo de Figueroa.

En 1797 ingresó en el regimiento de su ciudad, y en 1808, con el grado de teniente, participó en la en la represión de la Conjura de Valladolid, y en octubre de 1810 se negó a colaborar con el alzamiento de Manuel Hidalgo y Costilla.

Entre este año y 1816 adquirió notoriedad por la persecución a la que sometió a los principales jefes independentistas. En 1813 fue ascendido a coronel por el virrey Félix María Calleja y recibió el control de la intendencia de Guanajuato, y en 1815 derrotó al caudillo José María Morelos. A raíz de reiteradas denuncias en su contra de oficiales del ejército y de los comerciantes por prácticas ilegales, fue destituido por el virrey, y aunque fue absuelto por mediación del auditor de guerra, no volvió al ejército.

Tras la sublevación de Rafael de Riego y el restablecimiento de la Constitución el 1820, los miembros de la Conspiración de la Profesa contactaron con Iturbide, encargado de combatir al insurgente Vicente Guerrero, con el que concluyó el  Plan de Independencia de la América Septentrional, conocido como Plan de Iguala, el 24 de febrero de 1821, con el objetivo de declarar la independencia de México, manteniendo la monarquía en la persona de Fernando VII u otro de los miembros de su familia.

Gabino Crispín de Gaínza Fernández de Medrano Monzón y Ximénez de Tejada

 El primer Jefe Político de la antigua Capitanía General de Guatemala independiente nació en Pamplona, Navarra, el 20 de octubre de 1753, en el seno de una noble familia. Comenzó su carrera militar en 1769 como cadete del Regimiento de Infantería de Soria, actualmente la unidad militar en servicio activo más antigua del mundo, dado que había sido fundada en 1509 con el nombre de Tercio de Zamudio. En 1777 fue ascendido a subteniente, alcanzando el grado de capitán dos años después, con destino en la plaza de Orán, participando en 1780 en el bloqueo de Gibraltar.

Pasó a América en la flota de Victorio de Navia y fue destinado a la guarnición de Mobila[1]. Participó en la toma de Pensacola durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, fue destinado posteriormente a La Habana y al acabar el conflicto, pasó al Reino del Perú. Tras retornar a la península en 1789, estuvo destinado en su regimiento con el grado de capitán, hasta que a instancias del brigadier Carlos del Corral, Presidente de la Real Audiencia de Cuzco, fue destinado a sus órdenes como segundo comandante con sueldo y carácter de teniente coronel. El año 1792 se abrió su expediente de pruebas para la concesión del título de Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta [2].

Durante las guerras contra la Convención francesa y Gran Bretaña desempeñó los cargos de Comandante Militar y Juez Real Subdelegado del Partido de Chancay en la primera y de la defensa de toda la provincia de Trujillo. El 10 de febrero de 1795 fue agregado como teniente coronel al Regimiento Real de Lima. El 25 de octubre de 1799 contrajo matrimonio con Manuela Gregoria de Rocafuerte, hija del capitán de artillería Juan Antonio de Rocafuerte y Antoll, natural de Morella, Valencia. Su cuñado, Vicente Rocafuerte, fue posteriormente presidente de la República de Ecuador.

Durante la Guerra de Independencia española, fue ascendido por la Suprema Junta Central al grado de coronel en 1809, y en 1811 a brigadier. En 1813 fue enviado por el virrey José Fernando de Abascal y Sousa a Chile, con la misión de convencer al ejército insurrecto de Chile de que depusiera sus armas y evitar la efusión de sangre, bajo promesa de perdón absoluto, y su jura del monarca y de la nueva Constitución de España.

El 3 de mayo de 1814 firmó con los brigadieres chilenos Bernardo O'Higgins y Juan Mackenna el Tratado de Lircay, por el que los rebeldes chilenos reafirmaron su lealtad a Fernando VII, a la Regencia y ser parte integrante de la Monarquía española. Por este motivo fue sometido a un Consejo de Guerra[3]. Tras su absolución, pasó a España, donde recibió la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, heredera de la de la Real Efigie del Rey Nuestro Señor, la más antigua condecoración militar europea.

Por Real Cédula de 1 de octubre de 1818 se compitió a Gabino Gaínza para el cargo de Subinspector de la Real Audiencia de Guatemala, si bien aún se encontraba en Madrid cuando se produjo el pronunciamiento de Rafael de Riego y la restauración de la Constitución de Cádiz en 1820. No llegó a Nueva Guatemala de la Asunción hasta enero del año siguiente. En fecha 9 de marzo de 1821 el teniente general Carlos de Urrutia delegó interinamente la Jefatura Política Superior y la Capitanía General de la misma en el brigadier Gaínza[4]. En este puesto, fue el primer firmante del Acta de Independencia firmada el 15 de septiembre de 1821.

 Joseph Pedro Antonio María del Carmen de Fábrega y de las Cuevas

 El unánimemente reconocido como prócer de la Independencia de Panamá y conocido como el Libertador del Istmo nació en la ciudad de Panamá el 19 de octubre de 1774. Fue hijo del capitán de Granaderos Carlos de Fábrega, natural de Ceuta, y de la también española europea Antonia de las Cuevas y Álvarez, natural del municipio leonés de La Bañeza.

En su carrera militar, que comenzó a la temprana edad de tres años, destacan sus rápidos ascensos, ya que en 1797 era teniente, y a partir de 1812, por méritos de guerra, fue ascendido a capitán de milicias y dos años después a teniente coronel. Fue asimismo nombrado Gobernador de las Provincias de Veragua y Alanje el 17 de mayo de 1814. Por ello recibió dos  de las condecoraciones creadas por Fernando VII, la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la de Caballero de la Orden de Isabel la Católica.

En su Expediente de la concesión de la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica, fechado en Madrid el 15 de septiembre de 1816, por estar comprendido en el artículo 21 de los Estatutos de la misma, en contestación al Memorial presentado por José de Fábrega el 22 de febrero de ese mismo año, los méritos alegados y reconocidos habían sido “haber apagado la insurrección en varios puntos de América, hecho donativos y otros servicios”[5].

 … el año 1812 fue comisionado para pasar a las provincias del Chocó a procurar su pacificación por medios suaves y prudentes, y habiéndolo conseguido a fuerza de continuadas fatigas, hizo lo mismo después en Barbacoas e Yzquande, desarmando a las cuadrillas de esclavos que todo lo alteraban, y que en esta larga y penosa comisión hizo gastos considerables de su propio peculio; dio además 700 pesos  de donativo para sostener las tropas de aquellos puntos, colectó otros varios donativos,  y recobró 128 pesos en las minas de la playa de Oro, que puso a disposición del comandante general.

 Entre los días 10 y 11 septiembre de 1821 el mariscal de campo Juan de la Cruz Mourgeon y Achet, último Capitán General de la Nueva Granada y que en 1808 había protegido a José de San Martín en Cádiz salvándole la vida, nombró a  José de Fábrega Coronel de los Ejércitos Nacionales y le encargó interinamente el mando Político y Militar del Istmo y su provincia, afirmando que[6]:

 Tengo la satisfacción de haber elegido a V. S. ser el hijo del País que ha de mandar, en cuyas manos deposito la llave de dos mares para premiar sus servicios y porque las virtudes que le adornan corresponden a la confianza que V. S. me merece.

 Dos meses después, y en este puesto, el 28 de noviembre proclamó la Declaración de Independencia de Panamá  y su unión voluntaria con la Gran Colombia de Simón Bolívar.

 José Francisco de San Martín y Matorras

 Considerado una de las dos figuras más importantes de la emancipación de la América española, junto a Simón Bolívar, principal prócer de la independencia argentina, Fundador de la Libertad en el Perú y Capitán General de Chile, nació en Yapeyú, Gobernación de las Misiones Guaraníes, el 25 de febrero de 1778. Era el cuarto hijo varón del teniente gobernador del departamento Juan de San Martín y Gómez, natural de la población leonesa de Cervatos de la Cueza, y de Gregoria Matorras del Ser, también española europea, nacida en la localidad palentina de Paredes de Nava.

La familia se trasladó a Cádiz, puerto donde arribaron en abril de 1784. Todos los hijos varones de este militar perteneciente a la nobleza siguieron la carrera militar, sirviendo como oficiales laureados en diversos conflictos y permaneciendo, salvo en el caso de José, fieles a la Monarquía hasta el final de sus días. Tras estudiar en el Real Seminario de Nobles de Madrid, José de San Martín se incorporó al Regimiento de Murcia, con el grado de cadete, el 21 de julio de 1789. Sus primeras acciones bélicas se desarrollaron en las plazas norteafricanas de Melilla y Orán, El 19 de junio de 1793 ascendió a subteniente segundo por méritos de guerra durante la Guerra del Rosellón o de la Convención. Combatió en la Guerra de las Naranjas contra Portugal y en Cádiz y Gibraltar contra los británicos, durante más de un año como oficial de infantería de marina en la fragata Dorotea, alcanzando el grado de capitán el 2 de noviembre de 1804[7].

Al estallar la Guerra de Independencia se encontraba en Cádiz como Ayudante de Campo del Gobernador de Cádiz, el General Francisco María Solano, Marqués del Socorro, que murió en el tumulto provocado por no haber declarado la guerra, salvándose José de San Martín del mismo destino por la antes vista actuación de Juan de la Cruz Mourgeon. A las órdenes de este último, del Marqués de la Romana y del General Castaños tomo parte en la Batalla de Bailén, primera derrota de la historia de los ejércitos napoleónicos, en la acción de Arjonilla. Por su heroico comportamiento recibió el 11 de agosto de 1808 el grado de Teniente Coronel, y, como todos los integrantes del ejército, la Medalla de Oro de los Héroes de Bailén, por decreto de la Junta Suprema de Sevilla. Participó igualmente en la Batalla de la Albuera el 15 de mayo de 1811, y el 26 junio de 1811 fue nombrado Comandante de un escuadrón del Regimiento de Sagunto.

Según documentación obrante en el Archivo General de Indias, San Martín había obtenido su retiro para la ciudad de Lima por Real Despacho de 19 de septiembre de 1811[8]. Tras embarcarse en Cádiz con destino a Londres y tras una breve estancia en esta ciudad, se embarcó en la fragata Caning junto al capitán de infantería Francisco Vera, los subtenientes Antonio Arellano y Carlos de Alvear, el alférez de navío José Zapiola, el primer teniente de guardias valonas Barón de Olemberg y el capitán de milicias Francisco Chilavert. Tras su llegada a Buenos Aires el 13 de marzo de 1812, se pusieron al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. 

 José Mariano de la Riva-Agüero y Sánchez-Boquete

 Primer Presidente de la República del Perú, nació en Lima el 3 de mayo de 1783. Era hijo del español José de la Riva Agüero y Basso della Rovere, Caballero de la Orden de Carlos III y superintendente de la Real Casa de Moneda de Lima, y de la aristócrata limeña María Josefa Sánchez-Boquete y Román de Aulestia. Como la mayor parte del patriciado limeño, tuvo formación en el Ejército virreinal.

 Fue enviado por sus padres a España para completar su educación e iniciarse en la carrera naval, donde se afilió a una Logia Masónica. Tras un viaje por Francia, fue nombrado Caballero de la Orden de Carlos III en 1807. Al estallar la Guerra de la Independencia se alistó en el ejército, tomando parte en acciones contra el ejército napoleónico en las provincias de Guipúzcoa, Burgos y en Córdoba. Nombrado en 1810 contador y juez conservador del ramo de suertes y loterías del Tribunal Mayor de Cuentas de Lima. Implicado en casi todas las conspiraciones limeñas y confidente e informador de San Martín, se presentó ante este último en su cuartel de Huaura.  

 José Bernardo de Tagle y Portocarrero, IV Marqués de Torre Tagle

 El segundo de los presidentes peruanos nació en Lima el 21 de marzo de 1779, en el seno de una familia aristocrática limeña. Sus padres fueron José Manuel de Tagle e Isásaga, tercer marqués de Torre Tagle, Caballero de la Orden de Carlos III, y Josefa de las Mercedes Portocarrero y Zamudio.

En 1790 ingresó en el Regimiento de Dragones como portaestandarte, siguiendo su carrera militar en el Regimiento de Voluntarios Distinguidos de la Concordia Española del Perú, donde fue ascendido a Teniente Coronel y Coronel, siendo asimismo el Alcalde Ordinario de Lima entre los años 1811 y 1812.

El 29 de marzo de 1813 fue elegido diputado a las Cortes de Cádiz. En España fue en 1815 investido con el hábito de Caballero de la Orden de Santiago[9] y ascendido a Brigadier de Infantería. A su vuelta al Perú fue nombrado edecán del virrey Joaquín de la Pezuela,  y como Intendente de la Audiencia de Trujillo, en fecha 29 de diciembre de 1820 proclamó la Independencia.

 José Domingo de La Mar y Cortázar

 El tercer presidente del Perú independiente, considerado por muchos estudiosos como el Primer Presidente Constitucional de la República del Perú, nació en Cuenca, Presidencia de Quito, el 12 de mayo de 1776. Era hijo del vizcaíno Marcos La Mar Migura, administrador de las Cajas Reales de Guayaquil y Cuenca, y de la guayaquileña Josefa Paula Cortázar y Lavayen, y fue enviado con su tío Francisco Cortázar y Lavayen a la edad de dos años a España, donde estudió en el Real Seminario de Nobles de Madrid y pasó toda su infancia y juventud.

Adscrito como teniente al Regimiento de Saboya, participó en la Guerra del Rosellón a las órdenes del general limeño Luis Fermín de Carvajal Vargas y Brun, I Conde de la Unión, ascendiendo por méritos de guerra al grado de capitán en 1795. En la Guerra de la Independencia, con el grado de mayor, combatió en el durísimo y heroico Sitio de Zaragoza, donde cayó gravemente herido y recibió el título de Benemérito de la Patria en Grado Heroico y el ascenso a coronel.

Transferido al reino de Valencia, estuvo a las órdenes del general Black, con el mando de la columna de granaderos que recibió su nombre, dando muestra de gran valor, hasta la capitulación de dicho ejército ante el mariscal francés Suchet. Mientras se recuperaba de sus heridas en Tudela, Navarra, fue conducido prisionero a la villa de Beaune, en Borgoña, de donde escapó a Suiza, y cruzando el Trieste volvió a España en 1814, donde recibió el grado de Brigadier,  su nombramiento como Caballero de la Orden de San Hermenegildo y la Subinspección General del Virreinato del Perú.

Nombrado Mariscal de Campo por el virrey Pezuela en diciembre de 1819, quedó encargado de la defensa de los castillos de El Callao. Sitiado por tierra y mar desde el 6 de junio de 1821, capituló el 19 de septiembre de 1821 ante José de San Martín, a quien había conocido en España.

 La Real y Distinguida Orden de Carlos III

 Esta Orden fue establecida por Carlos III mediante Real Cédula de 19 de septiembre de 1771, con la finalidad de recompensar a aquellas personas que se hubiesen destacado especialmente por sus buenas acciones en beneficio de España y la Corona. Las insignias de la Orden han variado a lo largo del tiempo, pero invariablemente han mantenido rasgos originales: banda de seda azul con cantos blancos, cruz de ocho puntas con la imagen de la Inmaculada Concepción, la leyenda Virtuti et Merito y la cifra del rey fundador. La misma está en el origen de la actual bandera argentina, dado que durante las invasiones británicas los colores se usaron para la escarapela y el penacho del Regimiento de Patricios de Buenos Aires, y fueron utilizados por el general Manuel Belgrano en su diseño.

 La Real y Militar Orden de San Hermenegildo

 Esta Orden de Caballería, de uso exclusivamente militar, fue creada por Fernando VII al acabar la Guerra de la Independencia, el 28 de noviembre de 1814, con la finalidad de recompensar los servicios prestados. La Orden premiaba la constancia en el servicio de los oficiales de los Reales Ejércitos, Armada y Milicias. Esta Orden es en la actualidad una de las más altas distinciones militares de España. Tres eran sus categorías inicialmente, una cruz para oficiales con más de veinticinco años de servicios intachables, una placa para los treinta y cinco y la Gran Cruz para los oficiales generales a los cuarenta años de servicios.

Las insignias en esta época eran una cruz de esmalte blanco, de unos 40 mm. de anchura, con un círculo central azul en el que aparecía San Hermenegildo a caballo rodeado de la inscripción PREMIO A LA CONSTANCIA MILITAR, y en el reverso F. VII, y sobre montándola una corona real que la unía a la cinta carmesí con filetes blancos. La placa, de igual diseño central y doble tamaño, llevaba una corona de laurel alrededor del círculo, estaba bordada en hijo de plata, oro y colores. La gran cruz, como la anterior vista pero con corona real en el brazo superior, añadía una banda de los colores de la Orden y una cruz a su lazo como venera. Estas características se mantuvieron hasta 1931, cuando, con el advenimiento de la Segunda República, se sustituyó la corona real por una mural.

 La Real y Americana Orden de Isabel la Católica

 Esta distinción fue igualmente creada por Fernando VII el 14 de marzo de 1815, para premiar la lealtad acrisolada y los méritos contraídos en favor de la prosperidad de aquellos territorios. La Real Orden de Isabel la Católica, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, ha alcanzado actualmente un reconocido prestigio nacional e internacional, considerándose, por el número de concesiones, la primera condecoración civil del Estado en el ámbito de las relaciones internacionales. Importantes figuras de la política, la cultura, la ciencia, las bellas artes y el deporte, así como numerosos jefes de Estado y de Gobierno extranjeros ostentan dicha Orden, como reconocimiento a su relevante labor al servicio de España.

En su diseño reproduce los orbes coronados, en azul, y las Columnas de Hércules y la leyenda PLUS ULTRA, el emblema de Carlos I de España y V de Alemania que con posterioridad se convirtió en el escudo privativo de los Reinos de las Indias, con la leyenda LA LEALTAD ACRISOLADA POR ISABEL LA CATOLICA en una corona de laurel que rodea estos motivos, sobre una cruz carmesí con globulillos en las puntas y muralla de oro en el espacio entre los brazos.

Medalla de Oro de los Héroes de Bailén

 La Medalla de Oro de los Héroes de Bailén presenta en su círculo central dos sables en cruz unidos con una corona de laurel en la parte superior y una cinta de la cual cuelga el águila imperial napoleónica abatida. En su reborde azul aparece la leyenda BAYLEN 19 DE JULIO DE 1808, y está rematada por una corona real con orbe y cruz, con anilla para sujetar la banda roja y gualda. José de San Martín la conservó toda su vida, dándosela un día a su nieta María Mercedes Balcarce, que entró llorando en su gabinete, en su exilio francés. La medalla, recogida y guardada por su hija, fue donada posteriormente por su nieta Josefa Balcarce al Museo Histórico Nacional de Argentina.

Benemérito de la Patria

 Este título es una distinción que tradicionalmente se entregó durante el siglo XIX en diversos países hispanos, comenzándose a utilizar en España durante la Guerra de la Independencia como un inmaterial nomen iuris, o un título honorífico que el beneficiario podría hacer uso nominativamente. Los primeros galardonados fueron los vecinos, moradores y milicianos de la ciudad de Zaragoza que lucharon durante el Segundo Sitio de la ciudad, como José de La Mar, otorgándoles tal honor según Real Decreto de fecha 9 de marzo de 1809, a la que seguiría al año siguiente los defensores de la ciudad de Gerona.

Aunque poco después del final de la guerra comenzó a aparecer una medalla con una cruz en aspa de cinco brazos, esmaltada en negro, con muralla de oro entre los brazos y centro circular, sobre fondo blanco, con la inscripción BENEMÉRITO A LA PATRIA, con cinta azul, con franja lateral roja a cada lado, lo cierto es que ninguna Real Orden asocia este título meramente honorífico a ninguna medalla. No obstante esta irregularidad y su carácter extraoficial, fueron comunes en las pecheras de los oficiales de servicio en la Capitanía General de Cuba. Finalmente, se prohibido su uso por diferentes reales disposiciones, la más reciente del 26 de agosto de 1867.

La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta

 Esta Orden, fundada en el año 1084 y conocida también como Orden de los Hermanos Hospitalarios, Orden de los Caballeros Hospitalarios u Orden de Malta, es la más antigua vigente. Por cesión de Carlos I de España se estableció en 1530 en Malta, hasta ser expulsada de esta isla por Napoleón durante la Campaña de Egipto el 6 de junio de 1798. La naturaleza de la Orden está expuesta en su Constitución, en donde se estipula que es religiosa y laica, soberana, militar, caballeresca, de tradición nobiliaria, con personalidad jurídica, aprobada por la Santa Sede y sujeta al Derecho Internacional. 

La Orden de Santiago

 Orden religiosa y militar fundada en el siglo XII en el Reino de León, con el objetivo de proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y luchar contra los musulmanes que ocupaban buena parte de la península ibérica. En la época de los Reyes Católicos se incorporó la Orden a la Corona de España, y el papa Adriano VI unió su maestrazgo a la corona en 1523. Su insignia es una cruz de gules simulando una espada, con forma de flor de lis en su empuñadura y brazos, y los caballeros llevaban la cruz estampada o cosida en su pecho. Ser miembro de la Orden de Santiago formaba parte de las aspiraciones más codiciadas por los españoles durante la Edad Moderna, como prueba de su nobleza.

 A modo de conclusión

Como hemos podido ver, muchos de los próceres de estas, y las demás, independencias de la América española compartieron varias características. Muchos de ellos eran hijos de españoles peninsulares, algo poco común debido a la escasa presencia de los mismos en unos reinos donde su acceso estuvo vedado y con severas condiciones, y en los que se estima que solamente pasaron a Indias de forma legal o clandestina durante el siglo XVIII unos 55.000 españoles europeos y canarios, y que a comienzos del siglo XIX había unos 30.000, buena parte de ellos concentrados en Lima y Ciudad de México. El resto eran miembros de las principales familias de las élites criollas.

Sus padres por lo general fueron militares de carrera, y ellos siguieron la tradición familiar. Asimismo, algunos de los más importantes de ellos recibieron una educación elitista en España, donde bastantes de ellos coincidieron y se conocieron, e incluso comenzaron a pensar en la futura independencia en las Logias establecidas en Madrid y, sobre todo, en Cádiz. Mientras que algunos abrazaron la causa independentista por convencimiento, otros lo debieron hacer sobrepasados por las circunstancias. Los lazos familiares y las amistades trazan una tupida red entre ellos, pero también con aquellos a los que se enfrentaron y que optaron, hasta el final, por el partido realista.

Y así, la historia oficial olvida que sus protagonistas fueron hombres de carne y hueso para elevarlos a la categoría de mitos, obviando episodios como las horas previas a la batalla de Ayacucho, entre otras muchas, donde numerosos miembros de ambos ejércitos se encontraron en terreno neutral, lo que aprovecharon para saludarse y abrazarse, dado que tenían en el bando contrario amigos, parientes y hermanos.   


[1] Archivo General de Indias, LIMA, 721, N.45.

[2] Archivo Histórico Nacional, OM-SAN_JUAN_DE_ JERUSALEN,  Exp. 25237.

[3] Colección de Historiadores i de documentos relativos a la Independencia de Chile. Tomo XV. Proceso de Gaínza. Santiago, Chile, 1909.

[4] Archivo General de Indias, ESTADO, 49, N.154.

[5] Archivo Histórico Nacional, ESTADO, 6317, Exp. 48.

[6] NICOLAU, E.J., El Grito de la Villa, Panamá, 1961.

[7] Su Hoja de Servicios hasta julio de 1808, que fue conservada por el propio San Martín en su destierro francés, se puede consultar en VICUÑA MACKENNA, B., El Jeneral D. José de San Martín, considerado según documentos enteramente inéditos, con motivo de la inauguración de su estatua en Santiago el 5 de abril de 1863, Santiago de Chile, 1863.

[8] Archivo General de Indias, ESTADO, 82, N.87.

[9]Archivo Histórico Nacional, OM-CABALLEROS_SANTIAGO, Mod. 104.

martes, 2 de noviembre de 2021

Los hallazgos monetarios en Hispania de moneda procedente de Judea

 Publicado en Crónica Numismática, 2 de noviembre de 2021

https://cronicanumismatica.com/los-hallazgos-monetarios-en-hispania-de-moneda-procedente-de-judea/

En opinión de Luis García Iglesias, es posible que comunidades judías se hubiesen instalado en la Península Ibérica  ya en tiempos de la llegada de los colonizadores fenicios, e incluso con la diáspora provocada por Nabucodonosor, como habían afirmado  los sabios hebreos Rabí Isaac Abravanel y Salomón Ibn Verga. Según este autor, es muy posible que llegasen en todo caso tras las conquistas de Pompeyo en Palestina, el destierro de Herodes Antipas y la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70. Su presencia estaría atestiguada entre otras fuentes y relatos por los hallazgos de moneda procedente de Palestina y Judea en Llivia, Ampurias (yacimiento en imagen de portada) y en Iluro (Mataró). 

El conjunto más importante de estas monedas está compuesto por las encontradas en la ciudad de Ampurias, que se encuentran en el Museo de Arqueología de Cataluña. Proceden de varios hallazgos entre los años 1949 y 1971, si bien solamente una de ellas se encontró en una campaña arqueológica. Se tiene asimismo noticia de otra en manos de un particular acuñada en tiempos de Tiberio y de otras dos más de la misma época encontradas durante la excavación de 1975. 

Diez de ellas que se encontraban en el antiguo Museo Arqueológico de Barcelona fueron estudiadas en 1976 por Eduardo RipollJosé María Nuix y Leandro Villaronga. No son parte de un tesorillo, sino que aparecieron en diversos puntos de la ciudad, y constituyen un porcentaje relativamente importante, casi un 5%, de las monedas fechables en los imperios de Augusto y Tiberio. Dos de ellas se corresponden con el reinado de Herodes I y de Herodes Aquelao, y el resto a las emisiones de los Procuradores durante la época de los dos emperadores antes citados. A las mismas se unen dos monedas encontradas en la ciudad de Iluro, en un estrato fechable a finales del siglo I d.C., y otra más a nombre de Herodes Agripa en Llivia, la antigua capital de la Cerdaña. 

Los autores que se han ocupado de su estudio suponen que las mismas pudieron llegar a las costas hispanas o bien con motivo de un posible activo comercio entre el Levante peninsular y Palestina, o por otros motivos desconocidos. En todo caso, al tratarse de monedas de poco valor, difícilmente podría defenderse su procedencia por causas económicas o por movimientos de tropas acantonadas en Hispania. 

Todas ellas son de bronce, de pequeño tamaño y peso, de entre 1,29 g. a 2,72 g. y diámetros de 15 a 17 mm. La batida en tiempos de Herodes el Grande lleva en su anverso un ancla, y en su reverso una doble cornucopia en medio caduceo. La leyenda, en griego, hace referencia al rey. Estos tipos fueron ya utilizados en la iconografía grecorromana y conectan con las anteriores emisiones asmoneas. En la acuñada en tiempos de Herodes Aquelao encontramos en el anverso un racimo de uvas y pámpano, y en el reverso un casco con doble cresta y un pequeño caduceo.

El resto de las monedas, acuñadas por los procuradores bajo dominio romano entre los años 8 a 17 de nuestra Era, encontramos motivos como una espiga de cebada, la tradicional palmera, corona de laurel, nuevamente la doble cornucopia y tres flores de lirio unidas por la base. Todos estos tipos, que no representan a personajes, pueden relacionarse con la abundancia, como las espigas, y por tanto respetuosas con la religión judía.

 Los autores arriba mencionados recogen en testimonio de Lenormant, de que eran monedas pequeñas de cobre destinadas al comercio local, sin la efigie imperial y haciendo únicamente referencia al emperador, el año de emisión y su equivalencia  con un cuadrante romano. Por ello, han sido consideradas como el testimonio de la existencia en Ampurias de una colonia o un grupo de judíos, para los que estas monedas podrían representar un nexo de unión con su Palestina natal. En cuanto a las dos monedas de Procuradores de Judea encontradas en la actual Mataró en el invierno de 1970, fueron estudiadas por Francisco Gusi Gener.

 Para María Jesús Aguilera, los estudios en el campo de la numismática hebrea han sido muy escasos, limitándose a los trabajos de Villalpando en el siglo XVI, de Pérez Báyer en el XVIII, los de Mateu y Llopis de 1951, los arriba citados relacionados con las monedas encontradas en Ampurias y Mataró y el realizado por Ana Vico sobre monedas griegas en el Catálogo del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Para esta autora, esta falta de publicaciones parece evidenciar la falta de interés de los numismáticos españoles por las mismas, a pesar de la existencia de algunas importantes colecciones de numismática hebrea en varios museos españoles.

 Para saber más:

AGUILERA ROMOJANO, M.J., “Monedas Hebreas de la colección del Museo Casa de la Moneda”, NUMISMA 253, 2009, pp. 7-49.

GARCÍA IGLESIAS, L., Los judíos en la España Antigua,  Madrid, 1978.

GUSI GENER, F., “Hallazgo de dos monedas de los Procuradores de Judea en Iluro (Mataró, Barcelona)”, NUMISMA 26, 1976, pp. 67-69.

MATEU Y LLOPIS, F., “Ante una vieja polémica que renace: los siclos de Israel”, Sefarad, 11, 1951, pp. 37-73.

RIPOLL, E., BUIX, J.M., VILLARONGA, L., “Monedas de los judíos halladas en las excavaciones de Emporiae”, NUMISMA 26, 1976, pp.59-66.

VICO BELMONTE, A., Monedas Griegas. Catálogo del Gabinete de Antigüedades, Madrid, 2005, pp. 125-142.

VV.AA., Memoria de Sefarad, Toledo, Centro Cultural San Marcos, Octubre 2002, Enero 2003.

 Imágenes tomadas de Coins of the Herodians & Roman Procurators – Ancient Numismatic Mythology (ancientcoinage.org)

jueves, 21 de octubre de 2021

Las causas de la disminución en 1790 de la acuñación de plata en la ceca de México

 Publicado en Oroinformación, 21 de octubre de 2021



En el Archivo General de Indias se conserva un escrito que contiene reflexiones sobre el motivo y las causas de la bajada en la labor y acuñación de moneda de plata durante el año 1790 en la Real Casa de Moneda de México, sin firmar ni datar. De su lectura se deduce que fue escrito en el mes de agosto, y que la previsión de la acuñación de ese año en curso rondaría los dieciséis o diecisiete millones de pesos, una cantidad algo menor que la de los años precedentes. Las razones aducidas apuntan a dos motivos principales: la remisión de barras de plata sin labrar a España y la inclemencia climática.

La primera de las causas alegadas es la remesa de un millón y medio de pesos en barras de plata que acababa de hacerse a España, en cumplimiento de las Reales Órdenes. En este sentido, no podemos olvidar que un año antes, en 1789, había estallado la Revolución Francesa, y la Monarquía se preparaba para un conflicto que se preveía inminente. Era importante asimismo la acuciante necesidad de metal argénteo para cubrir la grave crisis monetaria que se había producido tras la guerra con el Reino Unido y de apoyo a la Independencia de los Estados Unidos.

 Si bien en 1784 y en los años siguientes el caudal de moneda que había estado retenido en Ultramar durante los cuatro años de guerra, casi cuarenta millones de pesos de ocho reales, llegó a Cádiz, no es menos cierto que los empréstitos contraídos durante el conflicto, la creación de los Vales Reales y del Banco de San Carlos llevaron a que fuera también durante estos años, según Hamilton, cuando se produjo la mayor salida de plata hacia Europa. Este mismo autor afirmaba que la escasez de moneda de plata fue la tónica de estos años.

 Junto a esta razón, y posiblemente más importante por sus consecuencias en la producción de la plata, señalaba los años de sequía que se habían vivido en el Virreinato de Nueva España. Y, efectivamente, entre los años 1766 y los años noventa del siglo XVIII, un “meganiño” de gran duración e intensidad afectó al Caribe con virulencia, y por ende a todo el mundo atlántico. A los destrozos provocados por los frecuentes y devastadores huracanes en el área del Caribe, se sumaron las importantes sequías sufridas en Nueva España, no solamente por sus implicaciones para el propio territorio, sino por su carácter de granero tradicional de las grandes Antillas españolas.

 Según el autor, estos años habían sido tan escasos en agua en las Provincias Interiores, donde se concentraba la producción y el beneficio de la plata, que en muchas partes las presas y depósitos se habían secado. El agua era absolutamente imprescindible para hacer funcionar los ingenios, que aunque disponían de abundante mineral rico, debieron parar la producción por imposibilidad de molerlo y continuar las sucesivas labores por esta causa.

 Se recoge el caso del “opulento” Real de Minas de Guanajuato y algunos otros de los principales del reino, en el que había que ir a buscar el agua para beber muy lejos y donde el maíz, alimento básico para los mineros y trabajadores, alcanzó precios hasta entonces desconocidos. Igualmente, se habían secado los pastos y los ríos, hasta el extremo de no poder mantener al ganado durante el transporte. Todo ello, finalmente, había llevado a la suspensión de las actividades mineras.

 La situación había mejorado en el mes de mayo, cuando comenzó a llover abundantemente, reverdecieron los campos y se condujeron a la Real Casa de Moneda los metales que habían sido beneficiados durante el final del año anterior y principios de 1790. Con el régimen de lluvias normalizado, se habían vuelto a poner al corriente los trabajos de las minas y los ingenios de moler, fundir y beneficiar metales, pero todavía no se había recibido la producción en la ceca. Como nunca llueve a gusto de todos, el crecimiento de los ríos imposibilitaba el tránsito de los caminos.

 El análisis concluye con una visión optimista de la producción en el año siguiente, cuando se conocerían en la Real Casa de la Moneda los efectos de la fertilidad de los campos, el buen estado de las minas del reino, la regular provisión de azogue, la abundancia y buen precio de los granos y el suministro de agua de las presas y aguaces. Por todo ello se estimaba que la producción de plata y su amonedación podrían ser de las más cuantiosas que en Nueva España se hubiesen visto.

 Fuente:

 Acuñación de moneda en la Real Casa de México – Archivo General de Indias, ESTADO, 40, N.75. 

martes, 12 de octubre de 2021

La representación pictográfica de la moneda española de cuenta en los Códices mexicas

 Publicado en Crónica Numismática, 12 de octubre de 2021



Los Códices mexicas conservados provienen de copias que se realizaron en papel a comienzos de la época virreinal, y son actualmente la principal fuente primaria a disposición de los investigadores sobre la cultura azteca. Los mismos, con escritura pictográfica mediante signos icónicos y realizados por los tlacuilos o escribas mexicas, muestran la vida religiosa, social y económica de esta civilización. Junto a aquellos que son copias de documentos prehispánicos perdidos, se produjeron durante el siglo XVI numerosos documentos de profunda simbiosis cultural que contienen esta escritura pictórica, náhuatl clásico, español e incluso latín, que narran asimismo los hechos contemporáneos a la llegada de los españoles y a su establecimiento. Es en esta época en la que encontramos en muchos de estos Códices y documentos las representaciones de la moneda de cuenta y la efectivamente acuñada en la ceca de México, así como su registro y contabilización.

 La escritura azteca era por tanto figurativa, y sus caracteres eran dibujos realistas que reproducían seres vivos u objetos de todo tipo, y si bien algunos de ellos representaban visualmente el objeto que representaban, otros servían para reproducir sonidos de la lengua náhuatl. Un ejemplo de ello es el de la ciudad de Itztlán, representado por una lámina de obsidiana o Itztli y un diente, tlán, combinando ambos pictogramas. En cuanto a la numeración, muy importante para interpretar aquellos Códices en los que se reproducen monedas, era de base vigesimal y sólo poseía cuatro cifras. La unidad se reproduce con un punto o un redondel, la veintena con una especie de hacha a izquierda, el número 400 o 202 con una pluma y el 8.000 o 203 con un saco lleno de grano. En los inventarios se reproduce cada cifra cuantas veces sea necesario junto a los pictogramas adecuados.

 El primer pictograma que apareció referente a la nueva moneda introducida por los españoles es el de tomín, normalmente representado por una cruz griega patada, equivaliendo ocho de ellos a un peso de Tepuzque. Este pictograma se encuentra, por ejemplo, en el Códice Contribuciones o Tributos de Tlaxinican, Tlayotlacan, Tecpanpa, Tenanco, Quecholac, Ayocalco y San Niculas, actualmente conservado en la Biblioteca Nacional de Paris. En todas ellas aparece el nombre de la población en caracteres latinos sobre el glifo que de la misma (como Tlaxincan, un hacha), y junto a ellas la representación de las monedas correspondientes. En el resumen final del documento el total de las mismas es de 318 monedas, representadas por quince monedas con el glifo pantli, el correspondiente a 20, y dieciocho monedas sueltas.

 La estimación en tomines para el pago de impuestos se utilizó asimismo para la valoración de las monedas de la tierra, de origen prehispánico y de uso perfectamente legal, dado que los indios podían gobernarse por sus propias leyes, usos y costumbres siempre que ello no fuese contrario a la religión católica. Entre ellas encontramos las almendras de cacao, las mantas u otros productos naturales. Este es el caso del Códice Rol de impuestos de Tlatengo, también actualmente en la Biblioteca Nacional de París, compuesto de glifos de productos naturales pagados como tributo en especie, entre los que se encuentran vigas de madera, tule, ocote, camotes y sal.

 En el detalle que mostramos se representa a la izquierda una cabeza con una llave, posiblemente representando al encargado de la recolección de los impuestos. En la primera línea se representan cargas de vigas de madera, ocotes y medidas de granos, y en la segunda balanzas llenas de tomines y seis tomines y medio, con un grifo distinto del anteriormente visto, circular. En la tercera línea se pueden observar tres semillas de cacao con el glifo centzontli , correspondiente a 400, o 1.200 granos, tres tejuelos de oro con el mismo glifo y cantidad y siete tecomates con el glifo pantli.

Los pesos de Tepuzque, con un valor variable según su peso y ley, eran discos de oro con aleación de cobre, y el 15 de junio de 1536 el virrey Mendoza fijó su paridad con la moneda de cuenta en 272 maravedíes, lo que suponía una ley de 13,6 quilates. Con ello el tomín de oro equivalía al real de plata castellano, con un valor de 34 maravedíes, y el peso de Tepuzque a ocho reales, siendo por tanto la primera moneda de cuenta específicamente indiana, con el mismo valor de los posteriormente míticos pesos de plata. 

Por Real Cédula de 11 de mayo de 1535 se ordenó la erección de la Casa de Moneda de México. La misma se construyó e instaló por cuenta del Estado, si bien por la falta de técnicos y funcionarios se recurrió al régimen de delegación de servicios públicos. Según se recoge en los Cedularios de Vasco de Puga y Encinas, se ordenaba la emisión de moneda de cobre y vellón, la mitad de ella en reales sencillos y la cuarta parte en reales de a dos y a tres. 

En cobre se acuñó moneda de cuatro y dos maravedíes, actualmente muy escasas. En su anverso llevaban una K coronada con granada debajo, un león a la derecha y un castillo a la izquierda y la marca de ceca Mo, todo ello dentro de una orla circular, y la leyenda CAROLVS ET IOHANA REGES. En su reverso se recoge una letra I coronada, con la misma disposición del león y el castillo, el numeral 4, igualmente dentro de orla circular y la leyenda HISPANIARVM ET INDIARVM. 

Esta moneda aparece en ocasiones representada en los documentos por su numeral, el 4, que también aparece en las emisiones de cuatro reales, como por ejemplo en el Códice Aubin de la Biblioteca Nacional de París para el caso de los cuatro maravedíes o en el documento Pinturas realizadas por indios de Tenayuca representando los malos tratos hechos por el corregidor Francisco Rodríguez Magariño, conservado en el Archivo General de Indias. Dado que el de corregidor era un alto cargo administrativo, los indios debieron acudir a la Audiencia de México y al Rey. Ya tardío, fechado hacia 1567, este documento es prueba tanto de la importante función de los escribanos públicos como de la vigencia del uso de la escritura pictográfica mexica muchos años después de la llegada de los españoles. 

Los cuños utilizados para las emisiones en plata debían tener la forma del escudo de castillos y leones cuartelado con una granada en una de las caras y en la otra las dos columnas coronadas y la divisa del Emperador, PLVS VLTRA,  los medios reales una K y una I en el anverso y el mismo reverso, y los cuartillos una R en una cara y una I en la otra. La leyenda común a todas las emisiones debía ser CAROLVS ET IOANNA REGES  en anverso e HISPANIARUM ET INDIARVM en reverso, y la marca de ceca Mo, que se conservará en toda la vida de la Casa de Moneda. 

Los reales sencillos y los dobles llevan entre las columnas grabado el valor en círculos, lo que también se recoge en los Códices y documentos de la época, que representan la moneda como un círculo en cuyo interior se incluyen un punto o dos. Como recoge Emmanuel Márquez, la introducción de los distintos tipos de monedas viene igualmente documentada en estos escritos, y sirve para corroborar y complementar la documentación oficial hispana. 

Podemos terminar este sucinto estudio sobre estas representaciones de moneda española realizada por artistas indios, trasplantada y asimilada a su propia cultura, con una inequívoca representación de las Columnas de Hércules, el escudo de Carlos I de España y V de Alemania que acabará convirtiéndose en el blasón propio de los Reinos de las Indias. Está contenida en el Códice de la historia mexicana desde 1221 hasta 1594, manuscrito en náhuatl, una copia realizada en el siglo XVIII de un original no conservado, que recoge la historia de la Nueva España entre 1221 y 1594. 

Para saber más 

BATALLA ROSADO, J.J., “El libro indígena del Códice Cuevas: Análisis codicológico, artístico y de contenido”, Anales del Museo de América, 14, 2006, pp. 105-144.

IFRAH, G., Las Cifras. Historia de una gran invención, Madrid, 1987.

MÁRQUEZ LORENZO, E., “Las primeras acuñaciones de la Nueva España a través del análisis de Códices”, Revista Numismática Hécate, nº6, 2019, pp. 164-176.

ROJAS, J.L. de, “La moneda indígena en México”,  Revista Española de Antropología Americana, nº XVII, 1987, pp. 75-88.

VÁZQUEZ PANDO, F.A., “Algunas observaciones sobre el derecho monetario de la Nueva España”, Memoria del X Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, 1995, pp. 1675-1706.

 Fuentes documentales

 https://www.wdl.org/es/item/15279/

https://www.amoxcalli.org.mx/codices.php

 Pinturas realizadas por indios de Tenayuca representando los malos tratos hechos por el corregidor Francisco Rodríguez Magariño, Archivo General de Indias, MP-MEXICO, 9.

 Recopilación de las Leyes de las Indias. Libro IV. Título XXIII. Ley I. Que en México, Santa Fe, y Villa de Potosí haya Casas de Moneda.

 Recopilación de las leyes de las Indias. Libro IV. Título XXIV. Ley IIII. Que los reales de plata valgan en las Indias à treinta y quatro maravedis. Carlos I. Valladolid, 8 de febrero de 1538.


martes, 5 de octubre de 2021

La solicitud de la superintendencia de la Casa de Moneda de Lima de 1818 del último Virrey del Perú

 Publicado en Crónica Numismática, 5 de octubre de 2021

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La vida de Juan Pío de Tristán y Moscoso, nacido en Arequipa el 11 de julio de 1773 y muerto en Lima el 24 de agosto de 1859, es un claro ejemplo de la ambivalencia que en las guerras de independencia mostraron las clases aristocráticas del Perú. Era hijo del Mayor General José Joaquín Tristán y Carassa, Regidor Perpetuo del Cabildo de Arequipa y su alcalde en 1768, y de María Mercedes Moscoso y Pérez, pertenecientes a la nobleza criolla. Tuvo entre sus hermanos a  Mariano Tristán y Moscoso, Caballero de Santiago, Coronel de Dragones Provinciales de Arequipa, amigo de Simón Bolívar, muerto en París en 1807, padre de la famosa escritora y pionera feminista Flora Tristán y abuela del pintor Paul Gauguin.

 También era hermano de Domingo Tristán y Moscoso, Caballero de Montesa, que como los demás hermanos pasaron en España su juventud, sirviendo como guardiamarina. Formó parte del ejército del Alto Perú junto a su primo doble, José Manuel de Goyeneche, Conde de Guaqui, y fue elegido diputado a las Cortes de Cádiz en 1813. En 1821 desertó a las filas de San Martín, quedando al mando de una división que un año más tarde fue deshecha en la batalla de Ica. Como prefecto de Ayacucho, comandó en 1827 la represión del levantamiento realista de Iquicha, y participó en la Guerra Civil de 1834 en el bando del presidente Luis José de Orbegoso. Otro hermano, Juan Antonio, se trasladó a España y siguió la carrera militar, no volviendo al Perú.

 Pío Tristán finalmente no consiguió el destino de Superintendente de la Real Casa de Moneda, solicitado en agosto de 1818. Fiel a la Monarquía hasta la capitulación posterior a la Batalla de Ayacucho, fue finalmente nombrado interinamente Virrey del Perú el 16 de diciembre de 1824, siendo por tanto el último que ostentó este título. El 24 de diciembre de 1824, ya jurado su cargo de Virrey, escribió a Simón Bolívar, amigo de juventud de su hermano, afirmando que:

… si mi deber me comprometió por algún tiempo en detener la revolución que creí tan prematura como ominosa a este país, mi sensibilidad ha tenido en vista las calamidades de una guerra fratricida, el buen sentido, la humanidad y aun la justicia misma reclaman la terminación de una lucha que continuada consumaría de un modo espantoso la desolación de un país tan privilegiado”.

A diferencia de algunos de sus parientes, optó por permanecer en el Perú, donde participó en la creación de la Confederación Peruano-Boliviana, con rango de General de Brigada, fue su Ministro de Estado y presidió el Estado Sud-Peruano entre el 12 de octubre de 1838 al 23 de febrero de 1839. Una de sus hijas, Victoria,  fue esposa del General José Rufino Pompeyo Echenique y Benavente, Presidente de la República del Perú entre el 21 de abril de 1851 y el 5 de enero de 1855 con la ayuda de su suegro y pariente.

 Su caso no es excepcional en el comportamiento de las clases privilegiadas de su Perú natal durante el conflicto. La MarGamarra, Torre TagleOrbegoso o Riva-Agüero fueron fieles militares y burócratas de alto rango al servicio del Rey Fernando VII, por solamente nombrar a algunos de los que llegaron a ostentar posteriormente la Presidencia de esta República. Siendo el menor entre sus hermanos de los que permanecieron en América, asumió el control de las empresas familiares, entre las que se encontraban propiedades agrícolas y minas de oro y plata, que habría perdido de no aceptar la naciente república. Su patrimonio se acrecentó al casarse con su sobrina Joaquina, hija de su hermana Petronila.

El expediente de su solicitud de la Superintendencia de la Casa de Moneda de Lima

En este expediente, conservado en el Archivo General de Indias, Joaquín de la Pezuela, Virrey del Perú, remitió al Secretario de Estado del Despacho de Hacienda en Madrid la solicitud del entonces Presidente Interino del Cuzco, el  Brigadier don Pío de Tristán, de ocupar el cargo por fallecimiento de su anterior titular. Como es habitual, comienza con la recomendación del virrey, que destaca su papel en las diferentes campañas llevadas a cabo por Tristán en las rebeliones de la Paz y contra los insurgentes del Río de la Plata, y la contribución realizada con reclutas y dinero al Ejército del Alto Perú. 

Se incluye a continuación la Instancia, escrita de puño y letra por el propio Pío Tristán, en la que enumera sus méritos. Curiosamente, esta solicitud no es tan extensa como las que se solían presentar, en las que constaban varias recomendaciones de jefes superiores y las hojas de servicios de los pretendientes, pero puede utilizarse perfectamente para al hilo de su narración ilustrar los principales sucesos referidos con las monedas y medallas que se fueron emitiendo durante las guerras mantenidas en el Alto y Bajo Perú, así como en las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Comienza el mismo con una descripción de sus servicios prestados en España:  “Don Pío de Tristán y Moscoso, Brigadier de vuestros Reales Ejércitos y  Presidente de vuestra Real Audiencia del Cuzco en el Virreinato del Perú, a los Reales Pies de V.M. parezco y digo: Que destinado desde mi infancia a servir a V.M. en la gloriosa carrera de vuestras Armas, me incorporé en 1790 en vuestras Reales Guardias Valonas en clase de Cadete, habiendo llegado hasta el empleo de primer teniente de ellas, cuya gracia me confirió V.M. en 1802, y bajo cuyas banderas defendí vuestros sagrados derechos en la guerra contra la Francia en los años de 1792 y siguientes, manteniéndome en campaña todo el tiempo que duró aquella, en vuestros Ejércitos de Cataluña y Navarra, y por consiguiente en las diferentes Batallas y acciones particulares que ocurrieron en la misma”. 

Enrolado según algunos autores en el Regimiento de Soria, la unidad militar en activo más antigua del mundo, en el que prestó también sus servicios Gabino Gaínza, pasó a España con el grado de subteniente. Estudió Derecho en Salamanca, donde coincidió con Manuel Belgrano, a quien posteriormente se enfrentaría, si bien en la correspondencia que cruzaron siempre se trataron con franca cordialidad. Su hermano Mariano, que residía en España, le envió a estudiar a Francia, de donde volvió a España tras el estallido de la Revolución. Tras participar en la Guerra del Rosellón, como él mismo afirma y donde pudo coincidir entre otros con José de San Martín y José de La Mar, fue destinado como ayudante de Pedro de Melo de Portugal y Villenavirrey del Río de la Plata,  permaneciendo dos años en Buenos Aires. De todos estos datos, recogidos por los cronistas e historiadores, no hace ninguna mención en esta Instancia. 

A partir de este momento volvió a su tierra natal, lo que relata de la siguiente manera: “Retirado con vuestro Real Permiso a la Ciudad de Arequipa, mi Patria, desempeñé todos los cargos concejiles a que se hace acreedor un ciudadano que con su comportamiento contiene el honor de su cuna, y ocupando el de Alcalde Ordinario de primer voto de dicha Capital, tuve la gloria de ser uno de los individuos que juró la exaltación de V.M. al trono, y de hacer el donativo voluntario de ochocientos pesos en Reales Arcas para el sostén de la guerra declarada a los franceses. 

Suscitados los primeros movimientos de insurrección en la Provincia de la Paz, Virreinato de Buenos Aires, fui nombrado Mayor General del Ejército que, a las órdenes de vuestro General Conde de Guaqui, pacificó aquella Provincia en el año de 1809, en cuya Expedición. Que duró cerca de ocho meses, cedí mis sueldos, y toda gratificación a beneficio de vuestra Real Hacienda. 

Sucesivamente por las alteraciones de la Capital de Buenos Aires, acaecidas en el siguiente año de 1810, fui reelecto Mayor General para el Ejército que se organizó en el Desaguadero a las órdenes del mismo Conde de Guaqui, cooperando con mis desvelos a su instrucción, y concurriendo a las batallas memorables de Guaqui, y a la de Amiraya en la Provincia de Cochabamba. 

Habiéndoseme concedido después de estas, el mando en Jefe de Vanguardia, penetré con ella en la Provincia de Tucumán, y en su capital y Río de las Piedras, mandé las sangrientas acciones de 12 y 24 de septiembre, y retirándome a Salta de un modo que si fue glorioso a vuestras Armas, fue bien penoso por la falta de víveres, municiones, obstrucción de caminos y de todo recurso en la distancia de noventa leguas, sostuve en dicha Capital una de las más tenaces y horrorosas acciones que ha visto el Perú, el 20 de febrero del siguiente año de 1813, de cuyas desgraciadas resultas me retiré a mi domicilio en Arequipa. 

Tras la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, el Ejército Auxiliar y Combinado del Perú de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, en nombre de los derechos de Fernando VII, ocupó Potosí, donde, siguiendo instrucciones de la Asamblea Constituyente de Buenos Aires de fecha 13 de abril de este año, se acuñaron monedas con nuevas leyendas e iconografía de la misma ley y peso que la moneda de cuño español. Tras las batallas de Vilcapugio y Ayohúma, el ejército se retiró el 18 de noviembre con todo el dinero sellado y sin sellar que se encontraba en la Villa, ordenando Belgrano la voladura de la Casa de Moneda, lo que finalmente no se produjo por la defección de un oficial llamado Anglada, que cortó la mecha. 

Sublevada la Provincia del Cuzco, y atacada aquella por los caudillos Pumacahua y Angulo, fui uno de los Jefes que procure con el mayor empeño la organización de su defensa, y me presenté al muy desigual y desgraciado combate de 10 de noviembre de 1814; y restaurada en ella la dominación de V.M. en 2 de diciembre inmediato, fui nombrado por vuestro General don Juan Ramírez, y confirmado por vuestro Virrey del Perú Marqués de la Concordia, Gobernador intendente y Comandante General de dicha Provincia de Arequipa, cuyo cargo desempeñé con esmero un año y nueve meses, erogando nuevamente un empréstito de quinientos pesos, hasta que vuestro actual Virrey del Perú me confirió en 19 de julio de 1816 el destino que ejerzo, en el cual, y los demás, creo haber llenado mis deberes, y la confianza de los Jefes,  sin que pueda ocultarse lo difícil de estos empleos en unos tiempos los más calamitosos. 

Nueve años, Señor, de penalidades y fatigas sin interrupción, en comisiones las más delicadas y expuestas, han debilitado mi salud; y por toda recompensaPido y suplico, que si le fuesen agradables mis Servicios con la exposición de verdad que sellará con su Informe el digno Superior Jefe de este Reino, y por cuyo conducto dirijo la presente solicitud, se digne vuestra Real Munificencia conferirme la Superintendencia de vuestra Real Casa de Moneda de la Capital de Lima, vacante hoy por muerte del que la obtenía: gracia que espero alcanzar de la Piedad de V.M”, concluye su instancia Pío Tristán. 

Bibliografía

 Carta nº 286 del virrey Joaquín de la Pezuela, a Martín de Garay Perales, secretario de Hacienda – Archivo General de Indias, Lima, 759, nº 16.

 BRYCE DE TURBINO, M., “Juan Pío de Tristán y Moscoso, un moderno político en la emancipación del Perú”, Genealogía, heráldica y documentación, UNAM, 2014, pp. 219-282.

DARGENT CHAMOT, E., “La Casa de Moneda de Potosí”, en ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, G., y CÉSPEDES DEL CASTILLO, G., Las Casas de Moneda en los Reinos de Indias. Vol. II. Cecas de fundación temprana, Madrid, 1997.

FUENTE CANDAMO, J.A., Sobre el Perú: Homenaje a José Agustín de la Puente Candamo, T.II, Lima, 2002.

LOHMANN VILLENA, G., Los Americanos en las órdenes nobiliarias,  CSIC, 1993.

RIVERO LAVAYÉN, R., “Los Moscoso. Su descendencia en Perú y Bolivia”, Genealogías Bolivianas,  Austin, Texas, 2012.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Una historia paralela del hundimiento de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes”

 Publicado en Crónica Numismática, 29 de septiembre de 2021

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El día 30 de septiembre se estrena una serie del laureado director Alejandro Amenábar dedicada tanto al hundimiento de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes” como a su expolio por la cazatesoros Odissey  y al posterior juicio, por el que la Corte Suprema de Estados Unidos otorgó la propiedad del pecio a España. Mucho se ha escrito sobre la infamia de una escuadra británica que, en la conocida como Batalla del Cabo de Santa María, sin previa declaración de guerra y violando el acuerdo de la Paz de Amiens,  mandó a pique a esta fragata y capturó y llevó a puertos británicos a otras tres más, cargadas de pasajeros civiles, de los impuestos recaudados en las Indias y de caudales privados.

La miríada de libros, artículos científicos y de divulgación que se han publicado durante los últimos años hacen un perfecto relato de estos hechos, y a ellos me remito. Pero realmente no he encontrado en ellos la justificación para que una flota británica fuera enviada por su gobierno a interceptar un convoy cargado de plata en un acto de felonía, algo no inusual en su historia, sabiendo que con ello iba a reanudar una guerra intermitente y de resultado incierto. Y la razón última, aún a costa del acoso de su propia opinión pública, que literalmente se le echó encima desde el mismo momento en que se cometió este vulgar acto de piratería y solicitó la devolución de los caudales y la libertad de las personas retenidas, se encuentra en el precioso –y vil-metal. La necesidad de moneda de plata, tanto para el mercado interior como para el comercio internacional, era perentoria para un naciente Imperio Británico.

El sistema bancario y crediticio británico, muy desarrollado y bien estructurado durante el siglo XVIII, había entrado en crisis en febrero de 1797, durante las guerras contra la Francia revolucionaria, cuando los particulares acudieron en masa a los bancos para retirar sus depósitos en moneda metálica. El Consejo de Ministros tuvo que ordenar la suspensión temporal de los pagos en especie, y ordenó el curso obligatorio del papel moneda, una medida que se prolongó durante 33 años. Para las necesidades más acuciantes, se utilizaron 345.000 reales de a ocho españoles previamente resellados con los punzones usados para quintar la plata, con un pequeño retrato oval y posteriormente cuadrangular del monarca Jorge III, que finalmente fueron retirados por Orden de 9 de mayo de 1798.

Nuevamente se procedió al resello masivo de reales de a ocho españoles, curiosamente… en el año 1804, el año del suceso de la fragata Mercedes. Para ello, según  Eckfeld y Du Bois, funcionarios de la ceca de Filadelfia, se acuñaron dos millones de pesos de cuño español. En todos ellos es visible parte de la moneda original que se utilizó de cospel de estos Bank Dollar.

 Sus motivos fueron, en el anverso, el busto laureado y drapeado del monarca a derecha con la leyenda GEORGIUS III DEI GRATIA, y en el reverso una banda interior con una corona sobre ella y la leyenda FIVE SHILLINGS DOLLAR y la fecha, 1804. En su centro hay una representación de Britania sentada, con una rama de olivo en un campo con las cruces unidas de San Jorge y de San Andrés. El cuño para esta emisión fue encargado al grabador de origen germano Conrad Heinrich Küchler, que incluyó en los motivos del anverso sus siglas, CHK.

En todo caso, estas masivas reacuñaciones realizadas para dotar de circulante al territorio metropolitano y a Irlanda, que las adoptó como moneda provincial de seis chelines irlandeses, no eran el mayor quebradero de cabeza de las autoridades británicas. Su comercio exterior, y muy especialmente el llevado a cabo con Oriente, dependía de la plata de cuño español, dado que sus habitantes, y muy especialmente los chinos, no aceptaban ninguna otra. 

El Té, un producto que había pasado de ser considerado de lujo a bien de primera necesidad en Gran Bretaña, era comercializado en Europa por los daneses, y para adquirirlo era necesaria moneda de plata española. Con la excusa de evitar que la flota danesa cayese en manos de Napoleón, nuevamente sin declaración previa de guerra los británicos bombardearon en 1807 Copenhague y literalmente se llevaron la totalidad de la flota danesa. Con ello, los británicos obtuvieron el monopolio de su comercio. Durante las Guerras Napoleónicas, los británicos destruyeron sistemáticamente cualquier instalación industrial que encontraron, incluso en los países teóricamente aliados. 

Durante toda la Edad Moderna, el circuito de la plata española había recorrido todo el mundo y había servido para monetizar las economías de los principales estados, como el Impero Chino, el Mongol de la India y el Turco Otomano. La plata americana, producida en los reales de minas de los Reinos de las Indias españolas, tuvo durante el siglo XVIII una producción ascendente, por lo que el comercio internacional tenía moneda suficiente para mantenerse, lo que asimismo servía para evitar que su valor se depreciara y socavase las bases económicas de la Monarquía española. 

Tras esta declaración encubierta de guerra y el desastre de Trafalgar, el Reino Unido intentará, en un primer momento, acceder directamente a las fuentes de la plata, con el intento de ocupación del Río de la Plata en 1806-1807. Tras la ocupación napoleónica de la Península Ibérica, su política varió, en el sentido de que si formalmente defendía los derechos de España sobre sus territorios ultramarinos, ayudaba a los insurgentes americanos más o menos encubiertamente con fondos, empréstitos, su flota e incluso con unidades enteras de combatientes. Tras la independencia de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, el sistema colapsó, y en vez del dominio directo el Reino Unido optó por el colonialismo económico. 

El comienzo de esta centuria marca el comienzo de la intervención directa británica en la conquista del subcontinente indio. Para el comercio con el mismo, era igualmente necesario disponer de moneda de plata de cuño español. La política británica en Asia durante el siglo XIX se ocupó principalmente de expandir y proteger su dominio sobre la India, considerándola como la Joya de su Corona, y la clave para su dominio en el resto del continente. Igualmente, le dio el control sobre la producción del opio.

China, la principal receptora de la plata de cuño español durante tres siglos, vio como la misma comenzó a salir de su territorio por la masiva introducción de dicha droga por parte de los británicos. Las derrotas chinas en las conocidas como Guerras del Opio supusieron su forzada apertura al exterior y su postración durante más de un siglo.  El otro gran Imperio de la Edad Moderna, el Turco Otomano, se convirtió en el enfermo de Europa, por el acoso intermitente del Imperio Británico y el Ruso. 

Por tanto, de alguna manera, la felonía cometida el 5 de octubre de 1804 contra la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes” y el resto de la flota española, más que un acto de piratería aislado, puede considerarse como el primer y premeditado acto del comienzo del dominio del mundo por una potencia emergente, el Imperio Británico, y el establecimiento de un nuevo colonialismo, todo ello con profundas raíces monetarias.