jueves, 5 de mayo de 2011

De las extraordinarias exportaciones de plata desde los países civilizados del mundo occidental hacia India y China

Publicado en Panorama Numismático, Marzo 2010, y en Folios Numismáticos 50, Agosto 2010.

http://www.panoramanumismatico.com/articulos/de_las_extraordinarias_exportaciones_de_plata_desde_los_id00149.html

El título del presente artículo es el mismo que el del Capítulo III de la obra de Michel Chevalier, De la baisse probable de l’or, publicado en 1859, y hace referencia al masivo flujo de plata que se produjo desde los países de Occidente a estos destinos a mediados del siglo XIX.

  Chevalier fue uno de los grandes economistas franceses de la época del II Imperio. En la obra arriba mencionaba estudiaba la posibilidad de la devaluación del oro, tanto por el descubrimiento de nuevas minas en Oceanía y América como por las extraordinarias remesas de plata remitidas a Oriente, que alcanzaron en 1857 a más del doble de todo el metal argénteo que producían las minas de todo el orbe occidental.
  En la obra se analizan pormenorizadamente las cantidades de plata que durante el siglo XIX, e incluso anteriormente, afluían hacia estos dos ya gigantes económicos y demográficos. Siguiendo los estudios del Barón Von Humboldt en su Ensayo de Nueva España,  aún considerándolos algo exagerados, recoge cómo a principios del siglo la plata americana afluía a China y la India por tres vías: los puertos del Levante musulmán, la ruta terrestre a través de Siberia y la marítima. Según los cálculos del Barón, la plata introducida en Asia alcanzaba la suma de £5.480.000, 25 millones de dólares o 137 millones de francos, 612.000 kilogramos de plata pura, lo que suponía alrededor de los ¾ de la totalidad de la plata producida en las minas indianas.
  De acuerdo con los datos manejados por Jacob en su An Historical Inquiry into the Production and Consumption of the Precious Metals, que había analizado los registros de la East India Company para la ruta del Cabo de Buena Esperanza, Chevalier estimaba que a lo sumo dichas exportaciones debían suponer unos 70 millones de francos o £2.800.000, lo que supondría unos 312.700 kilogramos del preciado metal. Entre 1810 y 1830 dichas exportaciones no se incrementaron, aunque las relaciones comerciales se intensificaron en este periodo. El autor estimaba que hacia 1830 las remesas de plata enviadas por Occidente no sobrepasaban los 50 millones de francos o £2.000.000, e importes similares se registraban para 1842.
  A partir de la década de los años 30, China pasó de ser receptor principal a exportador de plata. Ello se debió no tanto a una balanza comercial deficitaria, dado que China exportaba grandes cantidades de té, seda y porcelana hacia Europa, sino al comercio del opio. El opio era cobrado en las mercancías antes mencionadas, que a su vez eran vendidas a alto precio en Occidente como bienes de lujo, y el beneficio era invertido en más opio comprado en Turquía o en la India, a pesar del Edicto del Emperador Tao Kuang ordenando que solamente se aceptaría como medio de cobro en las mercancías vendidas a los extranjeros las monedas de plata. Asimismo, los impuestos que grababan el consumo de té en los países anglosajones, que en la época de esta obra eran los principales receptores del total de las exportaciones chinas -169.443.786 libras o 76.858.408 kilogramos- eran uno de sus principales ingresos estatales, y suponía el 10% de los ingresos del Tesoro Inglés.
  La Primera Guerra del Opio supuso para la Gran Bretaña, y para otros Estados europeos posteriormente, la apertura de un mercado hasta este momento hermético. Por el tratado de Nanking, que la puso fin, el Reino Unido obtuvo la cesión de Hong Kong, la apertura de cinco puertos al libre comercio, incluyendo el del opio, así como nuevos mercados para sus productos industriales.
  Pero a mediados del siglo XIX, desde 1852 la situación dio un giro inesperado. Por un lado, las malas cosechas en Europa hicieron que se importasen grandes cantidades de arroz de Extremo Oriente, así como la seda necesaria para las manufacturas sederas de Francia, Suiza, Inglaterra y Alemania. Además, durante esta década encontramos dos grandes conflictos en esas latitudes: la revuelta de los Cipayos en la India y la rebelión Taiping en China. La primera de ellas puso en jaque el poder británico en el subcontinente indio, y solamente pudo ser sofocada con un gran esfuerzo militar y económico, lo que conllevó el envío de enormes cantidades de plata al teatro de operaciones.
  La gran rebelión Taiping, que puso en jaque el Imperio de los Qing entre 1851 y 1864, fue una enorme guerra civil que se saldó con entre 30 y 50 millones de muertos, siendo por ello el conflicto más atroz de la historia con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Imbuidos por las enseñanzas de Hong Xiuquan, basadas en un cristianismo mesiánico que veía en su líder a la personificación del Hijo Pequeño de Dios, en este Reino Celestial desaparecieron, al menos nominalmente, las distinciones de clases y razas, la poligamia y la propiedad privada. En estas circunstancias, la demanda de plata en China creció exponencialmente, por su carácter de bien preciado y fácilmente ocultable. Asimismo, tanto Francia como el Reino Unido ayudarán a los Qing a combatir a los heréticos Taiping, lo que supuso, como en el caso anterior, la necesidad de remitir a China grandes cantidades de plata. 
  El numerario chino estaba acuñado en bronce, siendo el liang o tael de plata una moneda de cuenta utilizada para las transacciones internacionales, cuyo peso se fijaba conforme a la costumbre y no a la ley. Por ello, en cada plaza e incluso en una misma ciudad había varios estándares de estos liang, que pesaban entre 32 y 39 gramos, o entre 500 y 600 granos. Cada liang se dividía en 10 chien, y éstos en 10 fen, que a su vez se dividían en 10 li. Usualmente estaban fundidos en lingotes ovales llamados sycee, con forma de zapato, y su valor estaba estandarizado por el Wen-yin o plata pura. Los había de tres tipos: el sycee de unos 50 liang llamado Yuan-pao yin, el  mediano o Chungting y el pequeño o Siao-Ice. Existían también piezas de dos o tres tael que servían para las transacciones menores. 
  Durante muchos siglos, las monedas de plata españolas batidas en México fueron utilizadas ampliamente en China como alternativa a los sycees locales. Estas monedas, conocidas como Ban Yang,  siguieron circulando tras la independencia de esta República, y hasta la fecha en la que esta obra fue escrita, los años 50 del siglo XIX, siguieron siendo la moneda comúnmente aceptada, por lo que China sufrió su escasez y su valor se incrementó notablemente.
  Es en la primera mitad del siglo XIX cuando se generaliza asimismo la costumbre de resellar la moneda de plata, con marcas conocidas como chops, para garantizar su peso y ley. La misma se debió, entre otros motivos, a la gran cantidad de moneda falsa batida a finales del siglo XVIII en Birmingham, unas £25.000, que tenían como destino China, y a las falsificaciones realizadas por la East India Company en Cantón en esos mismos años. Mientras que las primeras eran piezas de bronce forradas con dos delgadas láminas de plata, las segundas tenían una aleación de solamente 600 de ley.
  La escasez de numerario, que como vimos era además sacado por los comerciantes británicos, y los graves problemas políticos y económicos que asolaban China hicieron que en el año 1856 la Asociación de Banqueros de Sanghai aprobase la aceptación de los pesos mexicanos, conocidos como Yin Yang o Dólares del Águila, por sus tipos, aceptación que posteriormente se extendió a la mayoría de los centros comerciales. México siguió exportando pesos a China hasta que en 1904 adoptó el patrón oro y prohibió la exportación de su moneda de plata. Otras monedas que circularon con mayor o menor amplitud con posterioridad fueron el British Trade Dollar, el American Trade Dollar y el yen japonés.

Bibliografía:

· Michel Chevalier, On the Probable Fall in the Value of Gold: The Commercial and Social Consequences which may ensue, an the Measures which it invites, Translated from the French, with preface, by Richard Cobden, Esq. (New York: D. Appleton and Co., 1859),  disponible en internet en Liberty Fund, Inc., http://oll.libertyfund.org/title/2124/165158
· Cheng Te K’un, “A brief history of Chinese silver currency”, en Selections from the Numismatist, American Numismatic Association, Whitman Publishing Company, 1961, pp. 260 y ss. http://www.archive.org/stream/selectionsfromth006065mbp/selectionsfromth006065mbp_djvu.txt
· Pedro Ceinos, Historia Breve de China, Sílex Ediciones, 2003.

Las labores de la moneda en la Ordenanza de 1730

Publicada en Panorama Numismático, Febrero 2010.

http://www.panoramanumismatico.com/noticia.asp?ref=1351

El día 16 de julio de 1730 se promulgaron nuevas Ordenanzas para las Casas de Moneda. La principal novedad que estas Ordenanzas supusieron fue que todas las acuñaciones, ya fueran de cobre, plata u oro, debían realizarse por cuenta del Rey, y no de personas particulares, como anteriormente se permitía.

La nueva Ordenanza para la labor en las Casas de Moneda promulgada en Cazalla en el año 1730 introdujo importantes novedades en la forma de acuñar moneda en relación con las formas de su fabricación en la época inmediatamente precedente. Dicha normativa iba muy especialmente orientada a la consecución de una mejor calidad en las emisiones, con un numerario más uniforme y bello, así como evitar el recorte y cercén de las piezas.

Para conseguirlo, se reguló que los cospeles esféricos debían cortarse en máquinas cortadoras, labrándose el canto de las piezas a cordoncillo en las cerrillas. El grabado de los cantos de las monedas había sido adoptado en Europa a partir de la invención de la máquina Castaing, que había sido inventada en Inglaterra y adoptada en Francia en 1685. En este proceso la moneda era rodada en una superficie horizontal entre dos barras de acero, una de las cuales tenía el motivo o diseño grabado en relieve, con laurel o cordoncillo y su acuñación se realizaba en presas de volante, llamadas de balancín.

La relación bimetálica del oro y la plata se confirmó en relación de 1 a 16, ya que un marco de oro de 22 quilates equivalía a 16 marcos de plata de 11 dineros, como había sido fijado en la Real Cédula de 1709. Gil Farrés afirma que algunos reales fueron batidos con talla de 85 piezas el marco, 2,705 gramos. Para dar certeza a todas las transacciones, en la mesa del despacho de cada Casa de Moneda debía haber una pauta o tarifa exacta, en la que constase el valor de cada marco, onza, ochava, media ochava y granos de cada ley distinta, tanto de oro como de plata.

La Ordenanza detalla en sus treinta y dos capítulos todas las labores a realizar por los oficiales y trabajadores de las Casas de Moneda, desde la recepción del metal en pasta, barras o vajillas hasta la entrega de la moneda acuñada. El proceso comenzaba con la recepción o adquisición a los particulares del metal por el Tesorero en la suficiente cantidad para dar comienzo a las labores. El coste de la reducción de los metales adquiridos a la ley establecida era de cuenta de los particulares, mientras que el resto de los costes hasta su reducción a moneda corrían por cuenta de la Real Hacienda.

Una vez que se había conseguido dicha cantidad convocaba una reunión en la Sala de Libranza. En dicha reunión se encontraban el Tesorero, el Superintendente, el Contador, el Guardamateriales, el Fundidor y el Balanzario o Juez de Balanza, teniendo presentes los asientos que se hubiesen hecho en el momento de su adquisición. Este último venía encargado de pesar los metales, registrando pormenorizadamente su cuantía en el Libro de Registro, en el que se recogían todas las operaciones, bajo la supervisión del Contador.

Una vez registrada la cantidad de metal a acuñar, se llevaba a la Fundición, donde el Fundidor y los Ensayadores realizaban las operaciones necesarias para ajustar el metal a la ley exigida por las Ordenanzas, haciendo todas las diligencias posibles para que de la primera fundición saliesen los metales con la ley ajustada. Una vez derretido el metal, se vertía en las rieleras y se dejaba enfriar en ellas. Una vez enfriado, se sacaban de dichos moldes las barras o rieles.

Los rieles eran nuevamente ensayados, para comprobar que su ley era la adecuada, por los dos ensayadores. Cuando la misma era comprobada, los rieles se llevaban a las cajas fuertes o arcas y se guardaban bajo tres llaves, custodiada cada una de ellas por el Fundidor y los dos Ensayadores. Cada uno de los ensayadores debía entonces hacer por separado un ensaye de dichas barras, comprobando nuevamente que su ley se ajustaba a la establecida.

Una vez comprobados estos extremos, los moldes eran entregados al Juez de Balanza, que procedía a su pesado en grupos de cien marcos en presencia del Superintendente, los Contadores, el Tesorero y el Fiel de Moneda, que era quien debía hacerse cargo de ellos, levantándose nuevamente Acta pormenorizada del montante global del metal ya enrielado.

El Fiel de Balanza procedía entonces a ordenar la laminación de las barras por los laminadores, tirándolas por los molinos, y el corte de las mismas en cospeles regulares y ajustados a su peso por medio de máquinas cortadoras. Los cantos de dichos cospeles eran labrados por el procedimiento antes indicado, para pasar a ser blanqueados mediante procesos químicos que les devolvían el lustre perdido en las labores anteriores, para su posterior acuñación.

Los cospeles ya preparados eran entregados al Juez de Balanza, que nuevamente procedía a pesarlos uno a uno en presencia del Fiel de Moneda, y se levantaba otra nueva Acta en la que se certificaba que los mismos se encontraban ajustados a su peso, retirándose los que no se ajustaban al feble y cortándose. Una vez pesados, se remitían a la sala de Volantes, donde el Fiel de Moneda ordenaba al Guardacuños que fuesen batidas las monedas, cuidándose de que los troqueles estuviesen bien situados para que la moneda resultante fuese perfecta.

La moneda que no lo fuese era cortada, y una vez acuñados los cospeles y obtenidas las monedas el Superintendente, en presencia de los Ensayadores, Fiel de Moneda y Guardacuños, sacaba al azar dos piezas de cada valor facial, cortándolas en tres partes. Una de ellas, en la que constaba el año de emisión, era guardada por el Superintendente, y las otras dos eran entregadas a los Ensayadores para que certificasen su ley.

Una vez certificada su ley, las monedas eran pesadas de cien en cien marcos, y contadas por los Oficiales del Juez de Balanza. Posteriormente eran entregadas al Tesorero, en presencia del Superintendente, el Contador, el Juez de Balanza y el Fiel de Moneda, para que se hiciese cargo de su entrega. Tras este acto el Tesorero entregaba al Fiel de Moneda el beneficio de la acuñación, dos terceras partes de cada marco de oro y plata, quedando la otra tercera parte para la Real Hacienda.

En esta Ordenanza se ordenó que la moneda a acuñar en ambos metales lo fuese exclusivamente en las Casas de Sevilla y Madrid, al menos provisionalmente. El día 9 de diciembre del mismo año se incorporaron a la Real Junta de la Moneda los asuntos anteriormente llevados por la Junta de Comercio.

Bibliografía

·         Ordenanza de S.M. de 16 de julio de 1730 para el gobierno de la labor de monedas de oro, plata y cobre que se fabricaren en las Reales casas de Moneda de España, Archivo Histórico Nacional, Fondos contemporáneos, Ministerio de Hacienda, Lib. 6587.
·         GIL FARRÉS, O., Historia de la moneda española, Madrid, 1976.
·         DURÁN, R. Y LÓPEZ DE ARRIBA, M., “Carlos III y la Casa de la Moneda”, en Carlos III y la Casa de la Moneda, Catálogo de la exposición celebrada en el Museo Casa de la Moneda, Madrid, diciembre 1988-febrero 1989.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Nao de la China

Publicado en Crónica Numismática, Diciembre 2003, pp. 47-49

En el año 2003 se ha celebrado el quinto centenario del nacimiento de Miguel López de Legazpi, el hidalgo y letrado de Zumárraga que incorporó a la Corona de Castilla el archipiélago de las Filipinas. Su expedición, que partió del puerto de la Navidad, en la costa del Pacífico del virreinato novohispano, en 1564, abrirá un largo período de presencia hispánica en el Sureste Asiático, que solamente terminará con la pérdida de estos territorios tras la guerra hispano-norteamericana de 1898.

A la llegada de los españoles, en las siete mil islas e islotes que conforman el archipiélago de Filipinas habitaban unos seiscientos mil indígenas, de variadas etnias y lenguas, divididos en tres grandes grupos. Los más primitivos son los aetas o negritos, junto a los que aparecían los de raza indonesia, como los igorrotes, y los de raza malaya, entre los que destacan los bisayas y, sobre todo, los tagalos. La primitiva forma de gobierno de estos pueblos, divididos en tribus de pocas barangays o familias regidas tiránicamente por reyezuelos y caudillos locales, conocidos como datos, favoreció su sumisión a la Corona, toda vez que, una vez aceptado el catolicismo, normalmente los habitantes pasaban a ser protegidos por el Gobernador General.

Casi simultáneamente a la llegada de los portugueses a Asia y a la conquista española del archipiélago, se estaba desarrollando en todo el sudeste asiático otra colonización, la islámica, por indios, árabes y malayos musulmanes de Borneo. Su rápida expansión se llevó a cabo fundamentalmente aprovechando las rutas comerciales, y estaban firmemente asentados en la isla de Mindanao, Paragua y en las Joló. Los musulmanes de raza malaya, llamados moros por los españoles, fueron muy reacios a dejarse someter por ninguna autoridad extranjera, y fueron fuente de frecuentes conflictos por su dedicación a la piratería de los barcos mercantes y de las poblaciones costeras de las demás islas hasta bien entrado el siglo XIX, contra la posterior ocupación norteamericana e incluso aún hoy en día.

Aunque las islas fueran visitadas por Magallanes en el primer viaje de circunnavegación del mundo, y que el navegante Ruiz López de Villalobos, en 1542, llegase a las islas con una expedición enviada por el Virrey de Nueva España, no será hasta 1571 cuando se adopte definitivamente el nombre de Filipinas para el archipiélago y se consolide la presencia hispana con la fundación de Manila. Como conquista tardía, en relación con la de las Indias, en la misma se prohibió la esclavitud de los naturales, súbditos de la Corona, y el territorio quedó incluido en el Virreinato de Nueva España y regido por las Leyes de Indias, al mando de un gobernador capitán general.

El Galeón de Manila


Todos los viajeros anteriores al de Legazpi tuvieron que volver a la Península Ibérica por la ruta de los portugueses, bordeando el continente africano. Uno de los miembros de la expedición, el cosmógrafo y fraile Andrés de Urdaneta, uno de los pocos supervivientes del viaje de Magallanes y Elcano de 1525, encontrará la manera de volver a la Nueva España siguiendo la corriente de Kuro Sivo, siendo la suya la ruta que seguirá, año tras año, el famoso Galeón de Manila o Nao de la China. El tornaviaje, cuya derrota se mantuvo secreta durante un siglo para evitar ataques piráticos, se convirtió así en el cordón umbilical de la conexión entre las tierras americanas y las asiáticas durante dos siglos y medio, con un total de unos seiscientos viajes realizados. 

La duración de este periplo era de cinco a seis meses, en el que viajaban unas quinientas personas, hacinadas en poco más de cincuenta metros de eslora, que pagaban mil quinientos pesos por su pasaje. Las enfermedades como el beri-beri y el escorbuto eran comunes y menudeaban las muertes, y la disciplina era asimismo muy estricta. Por eso, se estima que, de todas las rutas comerciales del momento, fue la de la China la más dura, y que la que más muertes se cobró. Hubo caso, como el del galeón San José, que llegó a la Nueva España en  1657 con su carga intacta, pero sin supervivientes. También hubo casos de ataques piratas, sobre todo de holandeses y británicos, con un balance de solamente cinco naos atrapadas por los ingleses.

Y es que el Galeón de Manila era, sin lugar a duda, la gran inversión de los comerciantes filipinos, tanto españoles como chinos y japoneses. Su carga se preparaba durante meses, y las naos salían a principios de junio, por ser la fecha más favorable. Se llevaba a Nueva España nácar, alcanfor, cerámica china, seda diamantes y carey, entre otras caras y preciadas mercancías. La carga que los buques traían de vuelta era muy preciada.- plata acuñada, normalmente en el módulo de ocho reales o pesos, que era la base del comercio del archipiélago con todo el continente asiático, y alimentos de la dieta mediterránea. Por tanto, la pérdida de una de estas naves significaba la ruina de una parte importante de la colonia, así como la interrupción del comercio exterior de la misma.

El comercio con China

La  actividad comercial era el puntal esencial de la presencia hispánica en el Sudeste Asiático. Se comerciaba con la India, China, Japón, las Molucas y todas las grandes islas del archipiélago indonesio. Con la unión de las coronas ibéricas en 1580, Manila pasará a integrarse en la tupida red comercial transoceánica, que la unía con puertos en el Índico, como Goa y Diu, y con los de Formosa, Malaca y Macao. Su volumen de contratación con las Indias Occidentales llegó a tal extremo que alarmó a los comerciantes sevillanos, y en el año 1593 se dieron instrucciones precisas sobre el volumen de contratación entre ambas orillas del Pacífico. Así, se ordenaba a los habitantes de Filipinas comercial por un valor no superior al cuarto de millón de pesos por viaje, y desde Acapulco solamente saldría hacia oriente la cantidad de plata de medio millón de pesos.

La población china de las ciudades de las islas, significativamente la de Manila, siempre fue muy importante. Eran conocidos como sangleyes, y se dedicaban esencialmente al comercio. Compartieron negocio desde el primer momento con comerciantes japoneses, aunque estos últimos fueron expulsados de las Filipinas en el año 1606. Su presencia en el archipiélago fue constante durante el dominio español, y engrosaba la casi totalidad del número de los extranjeros que habitaban en el mismo. Fue, además, bastante común que los comerciantes de esta nacionalidad  se emparentasen por matrimonio con familias de origen peninsular.

El comercio español con la china de los Ming se centró en el puerto de Xiamen. Del mismo partían anualmente un sinfín de juncos, que realizaban la mayor parte del comercio marítimo de Asia. Manila y Macao se convertirán, en las postrimerías del siglo XVI, en los principales puertos comerciales para los chinos, y la plata amonedada procedente de Nueva España, la forma de pago más común en toda la zona costera de China, y el metal noble utilizado por los sucesivos comerciantes occidentales (portugueses, holandeses y británicos) durante los siglos venideros.

 Los resellos chinos


 Uno de los aspectos más curiosos de la circulación de la plata indiana por el Lejano Oriente es la existencia de gran número de resellos chinos en las piezas de ocho reales o pesos. Esta forma de controlar la calidad y el peso de la plata acuñada obedece a la necesidad de este numerario para el comercio en la zona, y fue una medida adoptada por comerciantes y banqueros con la finalidad de garantizar la bondad de dichas piezas.  El período donde encontramos estas marcas se extiende por casi todo el siglo XVIII, y existen gran número de monedas reselladas de los monarcas Carlos III, Carlos IV y Fernando VII.

Es muy difícil, como dice Montaner en su magnífico estudio sobre las monedas españolas reselladas en el mundo, la catalogación por tipos de estas marcas monetarias. Su ámbito abarca desde signos de agradecimiento a  múltiples marcas en la misma moneda, tanto de las emisiones hispánicas strictu sensu como de monedas españolas ya anteriormente reselladas, como es el caso de gran número de numerario marcado por los británicos para la circulación en sus colonias o por las repúblicas americanas tras su independencia.

Estas marcas monetarias obedecen fundamentalmente a dos fines: el comercial y el cultural. En el plano comercial, se trata habitualmente de signos grandes, y su función era tanto de registro de movimiento de los banqueros y negociantes (caja, salida, beneficio, tesoro, etc.), como de autentificación de la pieza, toda vez que, al parecer, las emisiones fraudulentas de las monedas de los monarcas hispánicos menudeaban en la zona. Junto con ellos, aparecen otro tipo de resellos, normalmente muy numerosos, que realizaban los pequeños comerciantes

La comprensión de su significado es muy difícil para los occidentales, toda vez que de los diferentes idiomas hablados en china, aunque su escritura este normalizada en varias formas (chino continental, comercial, culta, etc.), es posiblemente la más compleja y difícil de entender para un extranjero. Pero, más allá de esta dificultad, no deja de ser un tema apasionante para los numismáticos y comerciantes apreciar tanto la belleza de estas marcas como la buena conservación general de alguna de estas monedas.

Bibliografía


·         Villiers, J. Asia Sudoriental antes de la época colonial. Sexta edición. Ed. Siglo XXI. 1987.
·         Ceinos, P. Historia Breve de China. Sílex. 2003.
·         Semprún, A. La gran aventura del Galeón de Manila. ABC. 11-7-1993.
·         Lucena, M. La Conquista del Pacífico. Legazpi. La Aventura de la Historia. Julio 2003.
·         Montaner Amorós, J. Los resellos. Las monedas españolas reselladas en el mundo. Expo Galería, S.L. 1999.

Los riffans de Abd el-Krim

Publicado en Crónica Numismática, Abril 2003, pp. 52-54

No hay duda de que la Guerra de Marruecos y los personajes que en ella participaron, como es el caso de Abd el-Krim, están últimamente de moda. Novelas, estudios, artículos y simposios nos han trasladado una imagen revisada de la última aventura colonial española y de la sublevación de las cabilas rifeñas bajo el mando de este emir, así como de su importancia futura en los acontecimientos que se sucedieron en nuestra Guerra Civil y en el proceso de descolonización del norte de África. La efímera República del Rif es uno de los capítulos más importantes de una sangrienta guerra, avara en vidas humanas, que se dilatará en el tiempo desde 1.909 hasta 1.927. En la misma se produjeron, por ambas partes, actos de gran salvajismo y ferocidad. A las ejecuciones sumarias de soldados españoles rendidos bajo  palabra de respetarles la vida y masacres sin ningún tipo de pudor llevadas a cabo por parte de los rebeldes rifeños, ampliamente documentados en episodios de tan triste recuerdo como Annual o Monte Arruit, se puede oponer la actuación del ejército español, con bombardeos masivos, quema de cosechas y viviendas y numerosas muertes de civiles. Una guerra a cuchillo, con demasiados muertos de ambos bandos, que tiene su representación gráfica en la bayoneta que, desde la batalla de Laucien, fue el emblema de las tropas musulmanas del ejército español, los Regulares.

El principal mentor e ideólogo de la República del Rif será Mohamed Adb el-Krim,  hijo de el-Jatabi, nacido hacia el año 1.882 en la cabila de Ben Urriaguel, una de las más poderosas del Rif central. Según el periodista Fabián Vidal, los Ben Urriaguel se consideran a sí mismos descendientes de un renegado vasco evadido del presidio de Melilla, y el origen andalusí, morisco o renegado es muy común entre los habitantes del actual norte de Marruecos. El padre de Abd el-Krim había colaborado con el régimen del protectorado español ya desde la primera década del siglo XX, como bastantes otros de sus paisanos, que ven en él una manera de modernizar su país y garantizar la autonomía de las cabilas. Abd el-Krim, tras haber realizado estudios en Aydir, Tetuán y Fez, se trasladará a Melilla, donde será sucesivamente redactor del periódico Telegrama del Rif, secretario de la oficina de Asuntos Indígenas,  Cadí-el-Koda o juez de apelación y profesor de la Academia arábiga.  La Primera Guerra Mundial marca el punto de inflexión de las buenas relaciones entre Abd el-Krim y el sistema del protectorado español. Al parecer, su padre entrará en contacto con agentes alemanes, y el alto comisario Jordana ordenará su detención y la de su hijo, que será confinado en el fuerte de Rostrogordo once meses. Aunque será liberado meses más tarde y repuesto en todos sus cargos, Abd el-Krim dejará en 1.918 la administración española, retirándose a Alhucemas con su familia.   

A partir de este momento,  Abd el-Krim comenzará a urdir su idea de unificar las distintas cabilas rifeñas. Los motivos que hicieron que este antiguo funcionario del gobierno español se convirtiese en la peor de sus pesadillas han tratado de ser explicados por diversos motivos: algunos aducen razones de índole personal, como es el rencor por los agravios que algún oficial español pudiera haberle realizado. Lo cierto es que su primera acción de envergadura será la que conduzca al desastre de Annual en julio del año 1.921, en una acción no prevista por los mandos españoles, que llevó a la toma por los rifeños de las posiciones de Igueriben y Annual y a una desbandada en el bando español que produjo una carnicería de unos diez mil soldados, y supuso la pérdida de todas las posiciones del área de Melilla. Se dice que Abd el-Krim frenó el avance sobre la ciudad por temor a las previsibles víctimas civiles que las exaltadas harkas rifeñas causarían. Esta victoria, además de darle fama internacional, le proporcionará armamento moderno, cogido a los españoles, y la suma de ocho millones de pesetas en concepto de rescate de los oficiales hechos prisioneros.

En estas circunstancias, Abd el-Krim proclamará la República del Rif, e iniciará una campaña internacional para captar las simpatías de los gobiernos occidentales para su causa, consiguiendo ganarse las de los partidos comunistas de algunos países, significativamente del francés. Su pretensión de crear una república chocó desde el principio frontalmente con el sistema de gobierno tradicional marroquí, el majzen o consejo de gobierno, así como con los intereses franceses en su propio protectorado. Mientras tanto, las tropas españolas pudieron reorganizarse y reconquistar algunos territorios. Sin embargo, la oposición republicana, canalizando el descontento de las masas populares, descontentas desde el principio con la política africanista y con la sangría económica y humana de las campañas, pidió responsabilidades políticas a los militares y políticos implicados, lo que acelerará la descomposición del régimen monárquico, y  desembocará en la instauración de la dictadura de Primo de Rivera. El general intentará, contra el parecer del partido africanista, una evacuación pacífica del territorio, pero se verá forzado a su mantenimiento, lo que le llevará a instaurar una férrea censura para ocultar las derrotas y retiradas de las tropas españolas, especialmente durante la evacuación de Xauen.

Abd el-Krim instaurará durante este tiempo el germen de una república democrática en los territorios que dominaba, auxiliado por su hermano, que había estudiado la carrera de ingeniero de minas en Madrid becado por el gobierno español. Poco a poco fue ampliando su radio de acción, lo que obligó al ejército español a retirarse hacia la costa, y tomó prisionero a su principal rival, el-Raisuni, caudillo de la Yebala.  Un exceso de confianza en sus propias fuerzas de llevará a ampliar sus campañas al área del protectorado francés, avanzando sobre Fez, lo que a corto plazo significará su derrota. España y Francia llegarán a un acuerdo para operar conjuntamente, que se materializó en el desembarco de Alhucemas y en las campañas llevadas a cabo por el general francés Petain, que aplastaron la resistencia rifeña y llevaron a Abd el-Krim a rendirse a los franceses el 27 de mayo de 1.926.

El gobierno francés deportará a Abd el-Krim a la isla de la Reunión, donde permanecerá confinado hasta el año 1.947, cuando, en una escala del barco que le llevaba a Francia, escapará y pedirá asilo político en Egipto. En El Cairo, donde fijó su residencia, será nombrado Presidente del Comité de Liberación del Maghreb, cargo que desempeñará hasta su muerte, acaecida en febrero de 1.963, a la edad de 84 años. Tras la independencia de Marruecos, el monarca marroquí Mohamed V le invitará a volver a su tierra, lo que declinó. Sus compatriotas rifeños llevaron a cabo una sublevación contra el nuevo régimen, que dio pie a una represión a sangre y fuego llevada a cabo por el heredero de la corona alauí, el futuro Hassan II, que dejó durante todo su reinado abandonado en su pobreza al norte de su estado, el País Oscuro, y a sus habitantes amasigh, bereberes, conocidos paradójicamente en el resto de Marruecos todavía hoy en día como “españoles”.

Los billetes de Abd el-Krim

Uno de los símbolos más importantes de la soberanía de un estado es, lógicamente, la emisión monetaria. Abd el-Krim, al crear la República del Rif, no podía ser ajeno a esta realidad. La moneda de curso legal tradicional norteafricana ha sido, y sigue siendo hoy en día, el dirham, y la que circulaba en el territorio que gobernaba era, al haber sido parte del Protectorado Español, la peseta. Abd el-Krim, hábil político y administrador, conocía la gran importancia propagandística que tiene la moneda. Y, aunque el territorio que controlaba era básicamente ganadero y agrícola, y por tanto no excesivamente necesitado de gran cantidad de numerario, optó por la emisión de una nueva unidad monetaria, el riffan.

Para ello, se procederá a la emisión de una serie de billetes de uno y cinco riffans de valor nominal. El estudio de los mismos nos revela el uso en los mismos de dos grafías distintas, la latina y la arábiga. El idioma utilizado en la grafía latina es el inglés, lo que en principio puede resultar extraño, al ser una lengua poco o nada usada en su territorio, en la que el idioma occidental utilizado era el español, y que estaba rodeado de áreas francófonas. Por tanto, parece claro que su elección debe inscribirse en la campaña internacionalista que el emir realizó para ganar apoyos exteriores. Los billetes, emitidos por el State Bank of the Riff, o Banco Estatal del Rif, están fechados el día diez de octubre de 1.923, y llevan una numeración estampada. El valor facial de los billetes está asimismo expresado en inglés, y con el numeral en caracteres occidentales. Se incluye también en los mismos el contravalor del riffan en dos divisas fuertes de la época, diez peniques ingleses y un franco oro francés, expresado este último en lengua gala. El color elegido para la emisión de un riffan fue el  rojo, mientras que el de cinco riffan era el amarillo.

En ellos aparece un escudo que tampoco tiene mucho que ver con las tradiciones cabileñas o marroquíes, sino más bien con las otomanas, con una luna creciente y la estrella de seis puntas, y dos jinetes que enmarcan un rectángulo central con caracteres arábigos. En relación a la simbología de origen otomano utilizada, no deja de ser curioso que la proclamación de la República del Rif coincida cronológicamente con la de la República Turca por Mustafá Kemal, Atatürk, que introducirá una serie de reformas radicales, como la institucionalización del laicismo del Estado, la secularización de la justicia, el derecho de voto de las mujeres o la supresión del fez y el velo. Es cuanto menos probable que la invasión de las naciones aliadas y la desmembración del inmenso Imperio Otomano, y la posterior eficaz labor política y militar de Kemal en la consecución de un Estado democrático, soberano y occidentalizado, contra todo pronóstico y enemigos muy poderosos, fuera de alguna manera una referencia donde Abd el-Krim pudiera observar el posible devenir futuro de su nueva República.

Bibliografía

Ÿ  Tuñón de Lara, M., Bahamonde, A.,Toro, J., Arostegui, J. La España de los Caciques. Del sexenio revolucionario a la crisis de 1917. Historia de España, 10. Historia 16 extra XXII. 1982.
Ÿ  Barrio, A. y Sánchez Cortina, M. El reinado de Alfonso XIII. Historia de España 11. Espasa Calpe. 1999.
Ÿ  Prieto, I. Con el Rey o contra el Rey. Guerra de Marruecos (2ª parte). Editorial Planeta. 1990.
Ÿ  Martín Corrales, E. El protectorado español en Marruecos (1912-1956). Una perspectiva histórica. www.sumadrid.es/ariza/maghreb/protesp.htm
Ÿ  Abd el-Krim el Khatabi. members.fortunecity.es/ifrikiyia/personajes.htm
Ÿ  Soldados españoles durante la guerra de Marruecos. 1921.

Los duros de Alí Bey

Publicado en Crónica Numismática, Febrero 2004, pp. 44-45

En 1814 se publica por primera vez en Francia un magnífico libro de viajes, escrito en primera persona por un presunto príncipe árabe llamado Ali Bey, que rápidamente es traducido a las principales lenguas del occidente europeo y que llegará a convertirse en un auténtico best seller de la época. En el mismo se relata detalladamente el periplo del autor por los países islámicos de la cuenca mediterránea y parte del Imperio Otomano, y contiene numerosas anotaciones etnográficas, geográficas, científicas y, en el tema que nos ocupa, numismáticas. El autor del famoso libro será en realidad un catalán, Domingo Badía Leblich, extraña mezcla de espía, aventurero y científico autodidacta que llevó a cabo este magnífico viaje a instancias de su rey Carlos IV y su valido, Manuel Godoy, y que ha pasado a la historia por ser el primer cristiano occidental que visitó y describió La Meca.

La información biográfica de Domingo Badía, nacido en Barcelona en 1767 y bautizado en su catedral, es relativamente escasa. Muy joven, a los catorce años, lo encontramos trabajando como funcionario en Granada, y será sucesivamente contador de guerra y administrador de tabacos en Córdoba a la temprana edad de veintiséis años. Hombre sin estudios superiores, pero con una enorme curiosidad científica y capacidad de estudio, destacará por sus amplios conocimientos en historia natural, física, filosofía, matemáticas y astronomía, amén de los sólidos estudios sobre lengua y cultura árabe que demostrará en sus viajes. Su carácter emprendedor y aventurero, recogido en las memorias de Manuel Godoy, le hizo proponer a la Corte un viaje de exploración por el norte de África y Oriente Medio, reconvertido por el interés de Godoy en un viaje preparatorio de una ulterior expansión económica y eventualmente política de estos territorios de la Corona de España. Una vez aprobado dicho viaje, y dotado de fondos suficientes por el valido, Domingo Badía no dudará en hacerse circuncidar en Londres, requisito necesario para hacerse pasar por islamita sin levantar sospechas.

 A primera vista, dicha aventura entrañaba numerosos riesgos, y necesitaba de un amplio conocimiento de las costumbres, lengua e historia de los  pueblos islámicos. Algunos autores han apuntado que seguramente una de las razones por las que su misión tuvo éxito es la propia religiosidad de esta cultura, que  acepta sin dudar el hecho de la pertenencia al Islam de una persona si la misma declara serlo y hace profesión de fe, aunque se trate, como en el caso que nos ocupa, de un curioso individuo que afirmaba ser un príncipe abasí, y por tanto descendiente del propio Mahoma, de origen sirio y criado en diferentes países de Europa. La primera parte del viaje se desarrollará en Marruecos, donde, y debido fundamentalmente a la liberalidad con la que gasta en suntuosos regalos los fondos que le habían sido entregado, entabla amistad con el propio sultán Mulay Solimán. Mientras que su libro nos muestra a un príncipe preocupado por la flora, la astronomía y la geografía de un país que recorre en gran medida, las memorias de Godoy nos presentan sus intrigas para que el sultán se aliase con España, amén de ciertos tanteos para sublevar a las cabilas contrarias al soberano cuando falló su complot.

En todo caso, parece que Domingo Badía tuvo que abandonar Marruecos a toda prisa, al volverse sospechoso para el sultán. Una vez liberado de la carga de espiar para Carlos IV, su periplo continuará mucho más relajadamente por los países del Mediterráneo Meridional y Oriente Medio, tomando datos precisos sobre las costumbres y la geografía de los lugares que visita. Así, recorrerá en barco las costas de Berbería, haciendo escala en Trípoli y Chipre, el Egipto Mameluco y el occidente de la Península Arábiga, el Mar Rojo, Palestina, Siria y la península de Anatolia. Tras cuatro años de viaje volverá a España en el mismo momento en el que es ocupada por las tropas napoleónicas. Ofrece sus servicios al derrocado rey, que le remite a Napoleón, y de París pasará otra vez a España al servicio de José I Bonaparte, ejerciendo cargos de intendencia en Segovia y posteriormente otros de relevancia en Córdoba, Lucena y Écija. Tras la debacle de los ejércitos napoleónicos partirá al exilio en Francia, como tantos de sus compatriotas. Intentó obtener el perdón real de Fernando VII, a lo que nunca fue contestado, y, escaso de dinero, publicó su famoso libro que le dio fama internacional. Volvemos a encontrarle en 1815 en una misión secreta encargada por Luis XVIII de Francia, para la que adoptará la identidad de su supuesto padre, Otmán Bey, que concluirá con su muerte en Damasco en 1818. Mientras que en esas fechas se supuso que había muerto envenenado por agentes británicos, Mesonero Romanos afirma que había fenecido de disentería, de acuerdo con una carta del guardián del convento español de San Francisco en Damasco.

Los duros de Alí Bey

 Como ya se ha puesto de manifiesto anteriormente, el relato de los viajes del falso príncipe árabe está plagado de datos de extraordinario interés en varios campos, siendo durante muchos años los más fiables manejados en Occidente sobre el norte de África y Oriente Medio. Entre ellos se pueden destacar especialmente los referidos a las economías y los sistemas monetarios de los países por los que va pasando, de los que se pueden inferir auténticas “listas de la compra” y sistema de paridades de cambios de moneda. Es bien conocido por los amantes de la numismática la circulación casi universal de la moneda de plata española durante toda la Edad Moderna. Y, siendo la que Badía usa habitualmente, al ser de la que dispone, nos facilita su distinta valoración en todos estos países. Encontramos, por tanto, en toda la obra continuas referencias a las acuñaciones hispanas de ocho reales, los famosos duros de plata, sistema monetario que con distintos nombres e incluso resellos circulaba como medida de pago internacional, y era incluso utilizada para ciertos negocios especulativos en distintos Estados europeos, significativamente en Francia.

Los duros, pesos, dólares o piastras, que con todos estos nombres fueron conocidos y valorados, fueron las monedas con las que Alí Bey viajó por todo el Islam occidental sin cortapisas. En relación con Marruecos, comenta que la moneda española es común en todo el país, y muy especialmente los ocho reales, conocidos allí como arriales, cuyo valor era de doce onzas del país, mayor que la mayoría de las acuñaciones de oro indígenas. Indica asimismo que la valoración de los reales de a dos, la peseta, era de tres onzas del país, y que el hecho de que se cambiaran los duros por cuatro pesetas y media  alimentaba un continuo contrabando entre ambos lados del Estrecho, llevando a África pesetas para cambiarlas por duros.  El sistema monetario marroquí, por lo demás, seguía siendo el mismo que había estado vigente en todo el Magreb y en Al-Andalus durante la Edad Media, basado en el flux o falús de cobre, el dirham u onza de plata y su divisor la muzuna o blanquilla, en proporción de cuatro blanquillas una onza. Como acuñaciones áureas circulaban el medio ducado, el ducado de diez onzas, metrical o metzkal y el baind’ki de veinticinco onzas. Comenta también Alí Bey que se encontraba en el sultanato gran cantidad de moneda falsa, al parecer procedente de Inglaterra.

En el convulso territorio de la Tripolitania, dependiente solo nominalmente de la autoridad del Califa Otomano, el sistema monetario estaba estructurado en función del hammissinn, pieza de plata, y sus múltiplos y divisores, a una paridad de veintiséis hammissinn por un duro. Comenta el autor que la moneda, especialmente la de plata, es de mala calidad y de aleación fuerte de cobre, estando sujeta además a todo tipo de variaciones en su valor según las circunstancias políticas. La moneda de cobre recibía el nombre de para, en proporción de doce paras y media por hammissinn. También cita tres acuñaciones de oro, los scherifi de cuarenta y ocho hammissinn, los nos scherifi de cuatro hammissinn y los mahbuh trablèssi de veintiocho hammissinn. Nombra también una moneda no circulante, sino de valoración, conocida como piastra, a un valor de cincuenta de ellas por un hammissinn.

A partir de este punto, las acuñaciones de uso corriente en todos los países que visita son las del sistema otomano. Así, aunque el Egipto mameluco, tras la guerra librada en su solar entre franceses y británicos,  sea prácticamente independiente de la Sublime Puerta, y en la Península Arábiga crezca con fuerza la revolución religiosa de los wahhabitas, base del sistema socio religioso vigente en la actual Arabia Saudita, la moneda circulante seguirá basada en la para,  pequeña pieza de plata o cobre. Encontramos también entre el circulante una moneda de similar formato al duro español o al thaler alemán, pero de valor muy inferior, debido a la baja ley de su acuñación, llamada piastra o goeurch, de cuarenta paras. También  cita otra pieza de plata, el yuslik, de cien paras, y una moneda de oro, el mahbub de El Cairo, de ciento ochenta paras.

Aunque la moneda otomana es de uso corriente, su cambio en duros españoles varía de manera sensible en los distintos países del Mashriq y Oriente Medio. Así, mientras que en las islas cercanas a Chipre, como Modón,  el cambio estaba establecido en ciento cuarenta paras el duro, en Alejandría se fijaba en ciento ochenta paras, el mismo que en La Meca, aunque como medio de pago valía doscientas paras en la Ciudad Santa. En Siria y Palestina, donde las piastras turcas valían cuarenta y cinco paras en vez de cuarenta, el duro español se cotizaba también en ciento ochenta paras. Otra moneda que utilizará Alí Bey de referencia es el cequí de oro veneciano, con un valor al cambio local en Egipto y Palestina de cuatrocientas diez paras.

Bibliografía


Domingo Badía Leblich. Viajes de Alí Bey. Compañía Literaria, S.L. Madrid. 1997.
Màrius Carol. Aly Bey. El primer europeo en La Meca. Historia y Vida. Marzo 2001.

República morisca de Salé

Publicado en Crónica Numismática, Marzo 2002, pp. 48-50

Cuando el día 9 de diciembre de 1609 el soberano Felipe III dicte el decreto de expulsión de los moriscos de Andalucía y Murcia, y expresamente la de los que habitaban la villa extremeña de Hornachos, no podía ni imaginar el relevante papel que estos últimos iban a tener en la historia norteafricana en los años posteriores. Los hornacheros, junto con otros moriscos de origen español, instaurarán en la antigua fortaleza almohade de Rabat uno de los puertos corsarios más importantes del norte de África, con unas señas de identidad hispana que aún hoy en día son rastreables en la actual capital marroquí.

Hornachos, una población de la provincia de Badajoz cercana a la sierra homónima extremeña y situada a unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Mérida, albergó durante la Edad Media una importante población mudéjar, musulmanes que vivían en territorio cristiano conservando su religión, con fama de pendencieros y salteadores de caminos. Unos años antes de su expulsión, los hornacheros habían conseguido del monarca Felipe II que les permitiese llevar armas, a cambio de una aportación de trescientos mil ducados. Dicha peligrosidad será determinante para que los tres mil moriscos de Hornachos fuesen incluidos en la primera fase de la expulsión, justo después que los procedentes del reino de Valencia y los de Granada, dentro del proceso que condujo, según los estudiosos, a trescientos mil moriscos españoles al exilio europeo y, principalmente, norteafricano y turco, entre los años 1609 y 1614. 

Los hornacheros se dirigieron en primer lugar a la ciudad de Tetuán, y un grupo de ellos será enviado por el sultán Mulay Cidan hacia el Sahara, asentándose más tarde en la desembocadura del río Bu Regreg, repoblando el antiguo Ribat el Fath, una fundación del emir almohade Jacob al Mansur en 1198 para celebrar su victoria de Alarcos frente al monarca castellano Alfonso VIII, enfrente de la ciudad de Salé, despoblada y en ruinas, ocupada únicamente en aquellos momentos por un caíd y una veintena de guerreros. En este lugar los hornacheros reconstruirán la antigua y maltrecha kasbah, rebautizándola con el nombre castellano de fortalesa, y pagaron a otros moriscos valencianos, andaluces y castellanos, que llegarán en un número de ocho o nueve mil para edificar la medina, Salé la Nueva . La ciudad de Salé, en aquellos momentos, era el único punto de salida al Atlántico que controlaba el sultán, dado que las poblaciones del actual litoral marroquí, como Mogador, Mazagán, La Mamora, Larache, Tánger o Ceuta pertenecían a la Corona de Portugal, entonces integrada en la monarquía española, que extendía su influencia sobre el área para evitar el control del actual territorio marroquí por el Imperio Otomano.
 
En poco tiempo los hornacheros armarán una temible flota corsaria, que constaba de gran número de barcos de todos los tamaños, aunque la mayoría de ellos fuesen de poco calado y muy maniobrables para internarse en la desembocadura del Bu Regreg, y que en los momentos álgidos de su historia contaba con trescientos capitanes o arraeces y unos cuatro mil marinos, que atemorizaron a las flotas mercantes de los países europeos al grito de “¡Rendíos a los de Salé!”, en perfecto castellano. Aunque algunos de ellos hablasen árabe, la mayoría se expresaba habitualmente en castellano, y es nuestra lengua la que fue usada para la redacción de los documentos oficiales, siendo sus apellidos también hispanos, como Vargas, Cerón, Santiago, Pérez, Zapata, Galán, Ríos, Rojo o Merino, entre los más conocidos. Junto a lo anterior, en el territorio que controlaron se cultivaban viñas, había tabernas abiertas hasta el amanecer en la medina y eran comunes las borracheras y las riñas, pese a la estricta prohibición islámica.

No es de extrañar por tanto que el mujaidín Mohamed El Ayachi, que por aquellas fechas llevaba a cabo la guerra santa o yihad contra los españoles y portugueses de la costa  atlántica, tildase a los moriscos de “cristianos de Castilla” y de “úlcera a erradicar hasta la raíz”. Y es que, a diferencia de otros grupos de musulmanes hispanos que habían llegado en oleadas al actual solar marroquí durante la mayor parte de la Edad Media con motivo de las guerras intestinas o por el avance de los reinos cristianos, en la mayoría de los casos, salvo entre los valencianos y los granadinos, los moriscos habían perdido ya la lengua árabe, conocida en España como algarabía, y, a decir de los estudiosos, cien años de conversión forzosa quizás no les había hecho buenos cristianos, pero sí probablemente malos musulmanes.

La vida política de esta efímera república estuvo salpicada de guerras y conflictos. Por un lado intestinos, entre los hornacheros de la fortalesa y los moriscos de la medina, debido a la negativa inicial de los hornacheros a compartir con ellos el beneficio de la aduana y a dejarles habitar en la fortalesa. Por el otro, contra los combatientes mujaidines del antes citado El Ayachi y contra las flotas enviadas por varias naciones europeas, como Inglaterra o Francia, cansados de sus desmanes.  En 1627, tras asesinar al caíd Adyib, los corsarios se independizarán del sultán, convirtiendo su república en una base pirata con unos quince millones de libras en beneficios, lo que convirtió a Salé en la tercera ciudad corsaria de África, junto con Argel y Túnez, independencia que durará hasta 1644, con varias fases sucesivas de hegemonía hornachera o morisca.

En repetidas ocasiones los hornacheros intentarán volver a su Extremadura natal. Ya en fecha tan temprana como en los años 1614 y 1619 hubo negociaciones para entregar la fortalesa al rey de España, y en 1631 entablaron conversaciones con el duque de Medina Sidonia para la entrega de la plaza, con sus barcos, cañones y abastecimientos, a cambio de una serie de condiciones, como eran la de recobrar a sus hijos que en el momento de su expulsión dejaron en España, al tener menos de siete años y ser deportados sus padres a tierra de moros, la aceptación de sacerdotes cristianos y su vuelta a Hornachos. Aunque las negociaciones no llegaron nunca a buen fin, debido fundamentalmente a la oposición del Consejo de Estado, reacio a negociar con piratas infieles, España ayudará a los moriscos contra el poder de los sultanes y contra El Ayachi, y en algunas ocasiones llegarán incluso a avituallarlos.

Tras la secesión de Portugal, formalizada en 1668, España perderá su interés en la zona, hecho que coincidirá con la ascensión al poder del soberano alauita Mulay el Rachid, que se anexionará sin lucha las tres poblaciones de la desembocadura del Bu Regreg en 1666. Esto no significará la desaparición del corso en la zona, actividad que acabará años más tarde al reclamar el monarca alauí Mulay Ismail el 75% de los beneficios, lo que desanimará a los arraeces y armadores, y que será oficialmente suprimido en 1829 por Mulay Abderramán, siendo el nombre del último gran corsario Abderramán Bargas. Algo de ellos quedó en la actual capital marroquí. Culturalmente, más que representantes de la cultura hispanomusulmana medieval, los moriscos del norte de África traían una nueva, en la que destaca su base fundamentalmente renacentista y española, aunque con raíces andalusíes. Las formas arquitectónicas y artísticas en general, con ciudades de planta regular o minaretes que remiten a los campanarios peninsulares, las técnicas de bordados, la lengua castellana conservada durante generaciones y la conciencia de su origen son los campos donde su cultura más ha perdurado.

El ejercicio de la actividad corsaria

Una parte sustanciosa de los ingresos de los hornacheros procederá en un primer momento del beneficio de las rentas de aduanas del puerto de Salé, concedidas por Mulay Cidan y confirmadas por sus sucesores, lo que les reportará un montante total de unos veintiséis millones de ducados desde 1627 a 1638. A cambio de lo anterior, venían obligados al pago del diezmo de lo conseguido por la actividad corsaria al sultán, y la negativa a realizar dicho pago se baraja como el motivo principal para la expulsión de los representantes del gobierno del sultán y su conversión en república independiente. Pero la parte principal de los mismos procederá, sin duda, de sus presas marítimas, normalmente barcos mercantes de naciones europeas, principalmente franceses e ingleses, pero también holandeses o españoles, evitando los encuentros con los barcos de guerra.

Junto con las mercancías que pillaban, una parte importante de sus pingües beneficios los obtenían de la redención de cautivos cristianos, por lo que las órdenes religiosas, como los mercedarios o los franciscanos, eran muy respetadas por los moriscos hispanos. Su actividad no se limitaba únicamente al área de Salé, dándose casos, como el del holandés Jan Janssen, que se convirtió al Islam con el nombre de Morato Arráez, que llegó en sus expediciones a las islas británicas, Islandia e incluso Terranova, lugar este último donde, ya desde el siglo XVI, acudieron en ocasiones piratas ingleses para capturar pescadores españoles y portugueses y venderlos como esclavos en los puertos corsarios berberiscos para financiar sus empresas.

Además de la actividad pirata propiamente dicha, Salé será también un importante puerto comercial, estando documentada la presencia de comerciantes europeos que compraban las mercancías producto de sus botines para revenderlas en Europa a mayor precio. Asimismo, ya en fecha tan temprana como en 1626, una Real Cédula permitía a los españoles comerciar, en determinados casos, directamente con los moriscos de Salé,  y en 1637 un enviado del duque de Medina Sidonia, el capitán Castejón, entrego una carta en la fortalesa proponiendo a los moriscos permanecer en ella bajo la protección del rey de España, siguiendo con el comercio en la forma que lo llevaban haciendo hasta la fecha. 

Por todo lo anterior es normal que en las tabernas y calles de Salé se hablasen todos los idiomas de la cristiandad y del Islam, y se usasen todo tipo de monedas de los más diversos países. En la época en que los hornacheros y los demás moriscos llegaron a Salé, varios notables saadianos y alauitas rivalizan por el control del actual territorio marroquí, y era común que circulasen considerables cantidades de moneda foránea,  junto con emisiones locales procedentes de varias cecas, como Fez, Meknes o Marrakesh, de unidades de bronce conocidas como falus y sus múltiplos, de dirhams de plata y de dinares de oro, que al tratarse de monedas anónimas y con gran cantidad de variantes en cada uno de los tipos no se puede saber a ciencia cierta el gobernante que las mandó batir. 

Junto con las monedas de la zona musulmana, circulaba gran cantidad de numerario portugués, al estar la mayor parte de las ciudades de la costa atlántica norteafricana, como ya hemos comentado, bajo soberanía lusitana durante un dilatado espacio de tiempo, en muchos casos durante más de dos siglos, lo cual es aún hoy en día patente en la arquitectura de la zona, que está sembrada de fortines y bastiones que le confieren su fisonomía típica y suponen para el actual Marruecos un rico acervo cultural. En la época de la que hablamos, la Corona de Portugal estaba integrada en la monarquía hispánica, por lo que las emisiones lusas lo son a nombre de los reyes Felipe III y su hijo Felipe IV, II y III de Portugal, respectivamente, batidas en la ceca de Lisboa. El sistema monetario portugués estaba basado en el patrón rei, siendo sus múltiplos el vintem, de veinte reis, el tostao, de cien reis, ambos de plata, y la base del sistema oro el cruzado, con valor de cuatrocientos ochenta reis, con sus múltiplos. También, como es lógico, se manejaba abundante moneda española en el norte de África, tanto por su proximidad geográfica como por el alto valor de los metales preciosos usados para su aleación. 

Bibliografía

Ÿ  Sánchez Ruano, F. “La República corsaria de Rabat”. Historia 16 nº 271. 1998.
Ÿ  García, R., Vincent, B. y otros. “Los Moriscos”. Cuadernos Historia 16 nº 97. 1997.
Ÿ  Vicenti, J.A. “Catálogo general de la moneda española. Imperio Español (Europa)”. 1976.
Ÿ  “2001 Standart Catalog of Word Coins“. Krause Publications. 2001. 
Ÿ  Tarrés, A.S., Contreras, J. y García Cárcel, R. Historia de España nº6. La España del siglo XVII. Espasa. 1999.

La conquista del Sudán

Publicado en Crónica Numismática, Octubre 2003, pp. 42-44



El Bilad ad Sudan, País de los Negros, que se correspondía con el imperio songhay de la Curva del Níger, en el actual estado de Malí,  era a finales del siglo XVI el punto de partida de las caravanas que abastecían a los países islámicos del norte de África de oro y esclavos, siendo considerado por ellos como el auténtico Eldorado. La riqueza ilimitada que se suponía a este imperio negro musulmán despertará la codicia del sultán de Marruecos Mulay Ahmed, llamado al-Mansur, que, convencido de su misión sagrada como Mahdi o elegido de Alá, enviará en 1590 una expedición de conquista a la zona, compuesta principalmente de moriscos y renegados españoles, al mando de Yuder Pachá, un andaluz natural de Cuevas de Almanzora. Este será el origen del pueblo de los Arma, elite de las actuales ciudades de la Curva del Níger y único pueblo del África Negra con ascendencia directa española.

La presencia de andaluces en la curva del Níger está documentada desde antiguo. Un arquitecto granadino, llamado Abu Isac Es-Saheli al Garnati, natural de Guadix, será el que desarrolle la fantástica arquitectura sudanesa, combinación del barro y la madera de acacia, en el siglo XIII. Una familia de muladíes de origen godo, llamada Banu al-Qûtî, procedente de Toledo, llegará a Tombuctú en 1468, recogiendo por el camino gran cantidad de libros y documentos en castellano, muchos de ellos aljamiados, en grafía árabe, y sus descendientes, como el historiador Mahmud Ka’tî, seguirán usando la aljamía en sus escritos.

También desde fechas remotas se conoce el importante papel que los desterrados andalusíes han tenido en la constitución de importantes burguesías urbanas en las ciudades norteafricanas, entre las que los sultanes marroquíes solían buscar auxiliares de confianza. A ello hemos de unir la riada de exiliados musulmanes y judíos que irá llegando a lo largo del siglo XVI, que alcanzará su cenit en la expulsión de los moriscos en tiempos de Felipe III, y  un número muy importante de cautivos y renegados cristianos. Conscientes de la debilidad de su estado, profundamente fragmentado por las diferencias tribales entre árabes y beréberes, los soberanos saadianos buscarán consolidar sus dominios apoyándose en un ejército profesional, compuesto principalmente de moriscos y mercenarios cristianos, muchos de ellos españoles y portugueses.

Uno de estos renegados, Yuder Pachá, pasará a la historia por ser el conquistador del imperio de Malí. Natural de Cuevas de Almanzora, en la actual provincia de Almería, fue seguramente capturado en una razzia turca, siendo vendido como esclavo en Marrakesh y convertido en eunuco. Hombre de gran inteligencia y don de gentes, será el encargado de reclutar el ejército con el que Mulay Ahmed planee conquistar el País de los Negros. Para ello, pondrá en marcha una expedición compuesta, según algunas fuentes, de cuatro mil andaluces, quinientos europeos, mil quinientos lanceros moros y mil auxiliares, en una caravana de ocho mil camellos, siendo bastantes de los soldados no hispanos a su servicio posiblemente también de origen andalusí. El historiador francés Pierre Bertaux transcribe su nombre como Joder, y comenta que era llamado así en virtud de su juramento favorito. Chascarrillos aparte, y dejando como mera anécdota este uso del rudo taco ibérico, lo cierto es que, bajo su mando y tras cinco largos meses de travesía infernal por el Sahara, algo más de dos mil supervivientes de la expedición llegarán a la curva del Níger.

El imperio songhay

El imperio songhay que tanto ansiaba dominar al-Mansur era poderoso, rico y densamente poblado. Por su situación geográfica, en la convergencia de las rutas sahelianas y sudanesas, era una región privilegiada para el comercio transahariano. Había desarrollado una elevada civilización de tipo urbano, con grandes aglomeraciones que llegaban, como en el caso de su capital, Gao, a los cien mil habitantes, marcadamente islámica, que coexistía con una sociedad rural densa en unas condiciones climáticas mejores que las actuales y cultivando una tierra feraz, débilmente islamizada y apegada a sus creencias tradicionales. El imperio, compuesto de grupos heterogéneos de población, estaba regido por los songhay, elite guerrera y espina dorsal de un ejército compuesto de caballería, armada de lanzas largas, sables, flechas y corazas de hierro,  infantería y una flotilla permanente de piraguas en el Níger.

El estado songhay disponía de variados y seguros recursos económicos, que procedían de las rentas de las propias posesiones de su soberano, el askia, las tasas y alcabalas sobre el comercio, los impuestos sobre las actividades agrícolas, ganaderas y pesqueras, y también, en gran medida, del botín que se obtenía de las numerosas campañas militares que se realizaban. Las principales ciudades del imperio, como Gao, Tombuctú o Djenné, eran el punto de partida de las grandes rutas del comercio transahariano, que abastecía de oro a Europa y al norte de África y de esclavos a los países islámicos, y que tenían como destino los actuales Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. Hitos importantes en dichas rutas eran los oasis de Ghat y Tuat y, muy especialmente, las minas de sal de Teghazza. La sal era, sin duda, el motor principal de la economía de todo el tercio septentrional del continente africano en estas fechas. Artículo de primera necesidad y moneda de uso corriente, era transformada en bloques de un peso entre veinticinco y treinta kilogramos, para ser más tarde redistribuida por todo el país y utilizada para las transacciones, principalmente en el ámbito rural. 

Aunque se utilizaba el trueque para operaciones menores, generalmente se utilizaba moneda, o más propiamente premoneda, en el comercio diario. Así, para los pequeños pagos se utilizaban los cauris, conchas procedentes del comercio con Egipto y Arabia, y para los grandes el oro y el cobre. El oro utilizado no era amonedado, sino que se presentaba en polvo, conocido como tirb, o en pepitas, y no se encontraba en el territorio, sino que procedía del comercio con Bambuk, el país asante y los reinos mossis. El cobre, así como los caballos, armas, tejidos, objetos de artesanía y el azúcar provenían de Europa y del norte de África. Como productos de exportación tenían importancia la cola, el marfil, ciertas especias y los esclavos.

La conquista del Sudán

El cuerpo expedicionario hispano-marroquí llegó a Karabara, lugar cercano a Tondibi, donde el soberano songhay, el askia Ishaq II le salió al paso con un ejército compuesto de cuatro mil hombres, doce mil de ellos jinetes, el trece de marzo de 1591. Viendo las armas que portaban sus enemigos, cuatro cañones y numerosos arcabuces, el askia mandó azuzar un rebaño de bueyes contra las tropas de Yuder, que se desbandó por las descargas y deshizo a sus propias filas de combatientes. La victoria fue total: el askia se declaró vasallo del sultán de Marruecos, comprometiéndose a entregarle el monopolio de las minas de sal, cien mil piezas de oro y mil esclavos y la entrega de un tributo anual.

La aceptación de estas condiciones por Yuder le supondrán su destitución, a pesar de su carisma entre los soldados, y se retirará a vivir a la ciudad de Gao. El cuerpo expedicionario quedará al mando de su sucesor Mahmud, marroquí soberbio y colérico que acabará sus días en 1595 en una escaramuza con los songhay.  Hasta 1604 el gobierno estará en manos de un pachá nombrado por el sultán de Marruecos, siendo el último de ellos Mahmud “el Largo”, mercenario español que fue derrocado incruentamente en 1612. A partir de entonces, los expedicionarios, que habían ido engrosándose con refuerzos de moriscos y miembros de tribus belicosas y problemáticas enviados por el sultán, elegirán sus propios pachás.  La teórica supremacía religiosa desaparecerá asimismo en 1660, cuando se deja de citar al sultán en los sermones, que pasarán a hacerse en nombre del pachá correspondiente. Yuder, mientras tanto, regresará a Marrakesh por orden del sultán en 1598, muriendo en 1605, en una época turbulenta marcada por las guerras de sucesión de al-Mansur.

Los conquistadores se establecieron principalmente en la ciudad de Tombuctú. Pronto se dan cuenta de que no existen minas de oro en el país, y de que, además, la campaña militar ha desbaratado las rutas comerciales que surtían el imperio songhay desde el sur selvático. Asimismo, en esta época los portugueses exportan el oro directamente a Europa desde sus establecimientos del golfo de Guinea. Las correrías llevadas a cabo para encontrar oro tampoco darán los resultados esperados. Así las cosas, los hispano-marroquíes serán prácticamente abandonados a su suerte por el sultán.

Los arma

En estas circunstancias, los expedicionarios acabarán por integrarse en el país, casándose con mujeres de la tierra. La composición étnica de este ejército es difícil de conocer.- en un primer momento, como se ha comentado, parece avalada la tesis de un protagonismo de los elementos hispanos, tanto andaluces como moriscos y mercenarios, al ser el castellano el idioma oficial de la expedición. En cuanto a los sucesivos refuerzos enviados y su impacto, algunos autores estiman que, si bien es posible que hubiese importantes contingentes beréberes y árabes, parece que al menos la elite de los Arma continuó siendo hispanófona. De hecho, a finales del siglo XVIII encontramos una carta del sultán marroquí escrita al pachá de Tombuctú, redactada en español.

Esta nuevo grupo étnico, cada vez más mestizado con la población nativa y enraizado, mantuvo su imperio en el Níger hasta 1737, año en el que fueron derrotados por los tuareg en la batalla de Toya. A partir de este momento conservará el poder en la ciudad de Tombuctú hasta la llegada de los colonizadores franceses en 1893. La colonización francesa intentó por todos los medios borrar todo recuerdo del origen de los Arma y de la epopeya de Yuder. Aún así, en la lengua songhay encontramos aún hoy en día bastantes términos de origen español y árabe. 

Bibliografía

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Ÿ  Bertaux, Pierre. Africa. Desde la prehistoria hasta los años sesenta. Historia Universal Siglo XXI. 1994.
Ÿ  Yuder Pachá y la conquista del Sudán. Andaluces en la curva del Níger. www.zawiya.org/nuevo/historia/andalucesen_niger3.htm
Ÿ  Historia General de África. Vol IV. África entre los siglos XII y XVI. Director.- D.T. Inane. Tecnos/Unesco. 1985.
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